MENÉNDEZ PELAYO COMO EDUCADOR DE LA JUVENTUD ESPAÑOLA
- UNA REIVINDICACIÓN (4)
Sobre las diversas
ciencias o estudios que comprenden y constituyen el cuerpo de la Filosofía , comentaremos
algunas de ellas, siquiera brevemente, en el contexto del pensamiento de Menéndez
Pelayo. El objetivo de este desglose funcional no es otro que el de
intentar sistematizar, concretando las partes, la filosofía del autor,
así a la luz de un enfoque pasaderamente académico.
Así, la que conocemos
como la ciencia de los principios de la moral, aparece en el pensamiento del
autor profundamente vinculada -y subordinada- a la metafísica, hasta el punto
de llegar a afirmar -o casi- la imposibilidad de la primera sin la segunda:
“Todo sistema sin metafísica está
condenado a no tener moral. Vanas e infructuosas serán cuantas sutilezas se
imaginen para fundar una ética y una política sin conceptos universales y
necesarios de lo justo y de lo injusto, del derecho y del deber” (HHE, V
10)
Pero en el plano de lo
meramente práctico, del vivir humano a pie de calle, Menéndez Pelayo quiere
anteponer la ética a la metafísica, más que nada para salvaguardar la vida de
esa aberración que supone “vivir sin moral”, algo que, si bien puede darse en
el individuo concreto, resulta insostenible a largo plazo en una sociedad.
Asoma aquí el carácter
anticipatorio de algunos escritos del autor: de haber llegado a conocer las
secuelas de la era de las utopías despóticas, sacudidas por monstruos de poder
del calibre de un Stalin o de un Mao, el juicio clarividente del
polígrafo habría pasado a ser perogrullada inevitable; no obstante, en pleno
siglo decimonónico esta visión de la ética aunada a la metafísica cobra
renovado protagonismo, pues en esencia, el problema latente de la ética no es
otro que el de la metafísica misma: todas las tentativas de abolir la metafísica
e instaurar un monumento a la Ética como principio de la razón no han logrado
sino saldarse en descomunales despropósitos. Y todo ello empezó a gestarse en
el siglo ilustrado, consolidándose luego en el XIX:
“Desde el positivista que se
refugia en el altruísmo (sic) hasta el pesimista que proclama la ley ascética como medio de emanciparse del universal
dolor y aniquilar el funesto prurito de la existencia; desde el pensador estético
que identifica la belleza con el bien
hasta el neo-kantiano encastillado en el dogmatismo estoico del fin en sí, a
despecho de su criticismo fenomenista, todos aspiran, de un modo o de otro, a
salvar los penates de la moral en el espantoso incendio de la ciudad metafísica”
(ECF, 305-306)
Sin metafísica, pues, los
cimientos de la ética comienzan a tambalearse, hasta la quiebra inminente: un
siglo tan inhumano como el XX, que apenas supuso una quinta parte de la
existencia del santanderino, nos confirma tan desoladora evidencia. Los frutos
perfeccionados de la razón y su continuidad práctica en la ética, despojados de
metafísica, han degenerado dando al mundo algunos de los engendros más
siniestros de la modernidad, desde los campos de concentración comunistas y
nazis, hasta la aniquilación burocrática de pueblos enteros, como ha ocurrido
en incontables ocasiones en los cuarteles de la China.
El polígrafo se enfrenta
aquí, en su visión de una ética y una metafísica aunadas, al problema de toda
una época (una época que, bien mirado, todavía es la nuestra): la del descrédito
y desmantelamiento del idealismo por la dictadura ambivalente del relativismo
de signo sionista, seña de identidad del siglo XX y principio motor del mismo,
así desde el advenimiento de la
Teoría de la relatividad de Einstein, al
tiempo que Freud perfecciona sus investigaciones psicoanalíticas y la
divisa de Marx comienza a fraguarse y tergiversarse en un proyecto
terrible y sin precedentes: el comunismo soviético. No es posible dar la espalda
a todos estos hechos que Menéndez Pelayo -como crítico en sus días de la
precursora moral naturalista- no llegó a conocer plenamente realizados, ni
ignorar tampoco cómo la ética, progresivamente desvinculada de la metafísica,
ha decaído en nuestros días hasta sumergirse en terrenos tan neblinosos como el
seudo-misticismo importado del bazar de Oriente, o bien en el pesimismo
desesperado que conduce al quietismo indiferente.
Junto al relativismo, el
otro factor transversal para con la degradación de la ética ha sido el
utilitarismo, que en sí mismo supone la más estricta negación de cualquier
metafísica. De este pensamiento, se desencadenarían dos tendencias (más que
corrientes) en el ámbito de la experiencia, y que el tiempo ha terminado por
confirmar como tales: por un lado, el hedonismo universal, que significa
la idea del “interés extendido al mayor número”, y que “se impone como la
categoría ética más elevada” en este mundo sin metafísica, propia de los espíritus
más selectos; y por el otro, el hedonismo individual, que no es sino el
más grosero y egoísta individualismo, y “que -al decir de Menéndez Pelayo- es
materia de fácil comprensión y aplicación aun para los más rudos”.
Dos soluciones apuntará
(que no desarrollará) el polígrafo para resolver el problema:
“La ética no puede ser el ideal de
hoy o el de mañana, el de este momento o el del otro, negándose y contradiciéndose
eternamente como nacida de un monstruoso contubernio entre el determinismo y la
actividad mental. El problema ético no tiene más que dos soluciones: o el
determinismo o la libertad” (ECF, 310)
La metafísica, o el
conocimiento de las causas primeras, de los principios de las cosas, tiene,
como acabamos de ver, una fuerte relación con la ética en la filosofía de Menéndez
Pelayo. No obstante y con independencia de ésta, su concepción de la misma no
presenta novedades de relieve, en cuanto aparece plegada a la más estricta
ortodoxia escolástica. Pues, tal y como afirma:
“La metafísica o es ciencia
trascendental o no es nada. Metafísica experimental es un contrasentido, y
quien por el nuevo procedimiento regresivo aspire a construir la ciencia primera, caerá de lleno en aquel
sofisma, que lo era a los ojos del mismo Augusto Comte, de explicar lo superior
por lo inferior” (ECF, 310)
Consciente del aparente
anacronismo de esta postura, liquidada ya por Kant, el polígrafo no
dudará en confesar, con proverbial humildad, estas palabras: “…tengo todavía la
debilidad de creer en la metafísica” (HIE, I 5). En este contexto, se da la
posibilidad de un bosquejo para una filosofía de la religión:
“…con frecuencia el hombre,
perdida la fe y cegada la mente por el demonio de la soberbia, aspira a dar
explicaciones de lo infinito, y con loca temeridad niega lo que su razón no
alcanza, cual si fuese su razón la ley y medida de lo absoluto” (HHE, I
309).
Las razones últimas de
esta postura en torno a la metafísica, de todo punto coherentes, y que no harían
sino ratificar la valía intelectual del hombre, su reacción frente a las modas
y los discursos dominantes, deben vincularse a su catolicismo profundo y
asumido. Sobre esta última cuestión se destaca sobremanera su función como
educador, como EDUCADOR DE LA JUVENTUD ESPAÑOLA , hoy más que nunca necesitada
de un apoyo espiritual consistente y vigorizador.
CONTINUARÁ…
José Antonio Bielsa Arbiol
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