LA MASACRE DE LOS INOCENTES: IRLANDA VENDE SU ALMA AL DIABLO


La democracia celebra el culto de la humanidad sobre una pirámide de cráneos.
NICOLÁS GÓMEZ DAVILA


Lo ocurrido este fin de semana en Irlanda supone una nueva victoria del Anticristo (y ya van demasiadas) en este devastado suelo que llamamos Europa.
La abyecta prensa globalista, con las manos visiblemente empapadas en sangre de nonato, ha difundido el nuevo infanticidio irlandés con titulares tan viles y triunfalistas como los siguientes: “La gran victoria del ‘sí’ en la consulta del aborto reafirma a la nueva Irlanda” (El País) o “Irlanda culmina su «revolución silenciosa» y dice «sí» al aborto” (ABC); sin omitir algunos de carácter manifiestamente putrefacto en su miseria moral: “Fracasa la "sucia" campaña de los "provida": Irlanda vota sí a la reforma del aborto” (El Confidencial). Estos botones de muestra extraídos de la más pestilente basura periodística meramente ejemplifican cuán perverso ha sido el apoyo del Cuarto Poder a esta campaña financiada por los promotores del Nuevo Orden Mundial, entre ellos el reconocido terrorista global George Soros, quien a través de su criminal fundación ha inyectado sustanciosas cantidades de capital en la pequeña nación gaélica, infectando las mentes del pueblo llano de pornomarxismo químicamente puro. Bastaba ver los rostros enajenados de los “vencedores” (esa masa alienada de voceros anónimos, muchos de ellos [haríamos mejor en decir ellas] llorando de emoción) para confirmar cuán degradada está la Irlanda de las nuevas generaciones, una Irlanda que ha salido de la Catedral para ir directita al matadero de los puercos.  
Pero lo más aterrador e inquietante del asunto ha sido el proceso legitimador de éste: un referéndum, incentivado y promovido además por los mismísimos partidarios del “no”, es decir por la supuesta facción provida; al depositar su fe en el ritual diabólico de la democracia, la manzana ha quedado visiblemente mordida: así, el resultado ha manifestado en toda su crudeza lo pernicioso de su ocurrencia: rebajar el valor de la vida, absolutamente innegociable, a cuestión opinable por la vía de las urnas.
Podemos ver aquí, con claridad meridiana, cómo la democracia mata, y lo hace con un ensañamiento insólito, cobarde, canalla. Esta nueva masacre de los inocentes, de los más débiles e indefensos, ratifica por enésima vez la deriva autodestructiva de esta Europa lobotomizada y criminal, que se regodea en el fango de su propia podredumbre con sorprendente jocosidad. Al pueblo irlandés no le ha sido impuesto el crimen por la fuerza: ha sido el propio pueblo (o mejor dicho, ha sido ese 66 % del cómputo, de reminiscencias satánicas en lo numérico) el que ha decidido mancharse las manos con sangre de bebés humanos sacrificados en la pira neopagana de la diosa democracia. El retroceso es increíble.  
Irlanda, tras este baño de clamor popular, rubrica la evidencia de que ya no es católica: Irlanda pasa así a formar parte de las naciones genocidas, pero no por la fuerza (como en el caso de España, donde dicho crimen nos vino impuesto), sino por obra y gracia de sus propios pobladores, los nuevos irlandesitos lúbricos, desinhibidos y embrutecidos por la mentalidad pornoterrorista imperante en la vieja Europa.
¿Qué será lo próximo, tras la inminente legalización de la eutanasia? ¿Acaso la legalización de la pedofilia? ¿O de la necrofilia? ¿Tal vez del canibalismo? El genocidio blanco sigue su “hoja de ruta”. Es sin duda el castigo que la Civilizadora Europa merece: el precio de su apostasía.


José Antonio Bielsa Arbiol  

Comentarios

V.C.R. ha dicho que…
Gran crimen que nadie denuncia en los medios
Pada ha dicho que…
Bravo¡
En la misma línea, un viejo artículo:

PERDER CATALUÑA

Juan Manuel de Prada

ABC 11 septiembre 2017

Nos lo advirtió Cicerón hace dos mil años, en su tratado De legibus: «Si por los sufragios u ordenanzas de la multitud fueran constituidos los derechos, habría un derecho al latrocinio o un derecho al adulterio. Pues, si tan grande potestad tiene la voluntad o la opinión de los necios, como para que por sus sufragios sea subvertida la naturaleza de las cosas, ¿por qué no habrían de decidir que lo malo y pernicioso es bueno y saludable? Sólo por la naturaleza de las cosas podemos distinguir la ley buena de la mala. Y pensar que todo se funda en la voluntad o la opinión y no en la naturaleza es propio de un demente». Dos mil años después, la ley demente que se funda en la voluntad o la opinión ha sustituido por completo la ley fundada en la naturaleza de las cosas. De este modo, no sólo existe un derecho al latrocinio o un derecho al adulterio, sino en general un "derecho a decidir", aunque lo que se decida sea malo y pernicioso.

Esta hegemonía de la ley fundada en la opinión y no en la naturaleza de las cosas (voluntarismo puro y duro) ampara los derechos más desligados de la naturaleza, como el derecho a cambiar de sexo. Por eso resulta grotesco que, en una época en que no hay formación política que no defienda con entusiasmo el "derecho a decidir" cambiarse de sexo se pretenda en cambio negar el "derecho a decidir" cambiarse de nacionalidad. Y resulta todavía más grotesco que haya gente tan ingenua como para creer que quienes defienden el derecho a cambiar de sexo vayan a ser los paladines de la unidad de España. El cambio de sexo y la independencia de Cataluña son expresiones de un mismo concepto voluntarista de derecho, según el cual la opinión puede subvertir la naturaleza de las cosas; con la única diferencia de que, mientras quien se cambia de sexo niega una realidad biológica, los independentistas catalanes sólo niegan una realidad histórica en la que, sin embargo, no faltan lazos biológicos.

Mientras siga rigiendo la ley fundada en la voluntad, la independencia de Cataluña será inevitable. Y pretender alzar contra ella otros obstáculos voluntaristas (como que la soberanía nacional es indivisible, por ejemplo) acabará siendo insostenible (como lo sería que se alzaran obstáculos para que quien desea cambiarse de sexo necesitara el consentimiento de su familia). Sólo cuando la ley vuelva a fundarse en la naturaleza de las cosas Cataluña volverá a ser parte gustosa y no forzada de España. Entonces ya no habrá una democracia adanista que endiose a la generación presente (esa «reducida y arrogante oligarquía que, por casualidad, pisa hoy la tierra», en palabras de Chesterton), haciéndola creer que su opinión puede desbaratar el esfuerzo de cien generaciones precedentes. Entonces habrá lo que Chesterton llamaba una "democracia de los muertos", en la que todos los españoles llegarán fácilmente a la conclusión de que la generación presente no tiene derecho a derribar de una patada lo que las generaciones precedentes erigieron con infinito esfuerzo. Entonces todos los españoles descubrirán en ese esfuerzo conjunto mucho amor, mucho sacrificio, muchas lágrimas vertidas, mucha sangre derramada, mucha esperanza magullada y finalmente victoriosa. Entonces todos los españoles podrán mirar con perspectiva la naturaleza de las cosas y descubrir que sus antepasados labraron juntos tierras, fundieron juntos metales, compartieron juntos dolores y alegrías. Y descubrirán también que todos esos desvelos y anhelos compartidos valen mucho más que el capricho de una generación adanista.

Si esto no ocurre, Cataluña se independizará, más pronto que tarde. Y si lo hace más tarde que pronto será a costa de envenenarse de odio.
Ricardo Parra ha dicho que…
BRAVO¡ Adjunto un viejo artículo con un planteamiento similar

Perder Cataluña

Juan Manuel de Prada

Nos lo advirtió Cicerón hace dos mil años, en su tratado De legibus: «Si por los sufragios u ordenanzas de la multitud fueran constituidos los derechos, habría un derecho al latrocinio o un derecho al adulterio. Pues, si tan grande potestad tiene la voluntad o la opinión de los necios, como para que por sus sufragios sea subvertida la naturaleza de las cosas, ¿por qué no habrían de decidir que lo malo y pernicioso es bueno y saludable? Sólo por la naturaleza de las cosas podemos distinguir la ley buena de la mala. Y pensar que todo se funda en la voluntad o la opinión y no en la naturaleza es propio de un demente». Dos mil años después, la ley demente que se funda en la voluntad o la opinión ha sustituido por completo la ley fundada en la naturaleza de las cosas. De este modo, no sólo existe un derecho al latrocinio o un derecho al adulterio, sino en general un "derecho a decidir", aunque lo que se decida sea malo y pernicioso.

Esta hegemonía de la ley fundada en la opinión y no en la naturaleza de las cosas (voluntarismo puro y duro) ampara los derechos más desligados de la naturaleza, como el derecho a cambiar de sexo. Por eso resulta grotesco que, en una época en que no hay formación política que no defienda con entusiasmo el "derecho a decidir" cambiarse de sexo se pretenda en cambio negar el "derecho a decidir" cambiarse de nacionalidad. Y resulta todavía más grotesco que haya gente tan ingenua como para creer que quienes defienden el derecho a cambiar de sexo vayan a ser los paladines de la unidad de España. El cambio de sexo y la independencia de Cataluña son expresiones de un mismo concepto voluntarista de derecho, según el cual la opinión puede subvertir la naturaleza de las cosas; con la única diferencia de que, mientras quien se cambia de sexo niega una realidad biológica, los independentistas catalanes sólo niegan una realidad histórica en la que, sin embargo, no faltan lazos biológicos.

Mientras siga rigiendo la ley fundada en la voluntad, la independencia de Cataluña será inevitable. Y pretender alzar contra ella otros obstáculos voluntaristas (como que la soberanía nacional es indivisible, por ejemplo) acabará siendo insostenible (como lo sería que se alzaran obstáculos para que quien desea cambiarse de sexo necesitara el consentimiento de su familia). Sólo cuando la ley vuelva a fundarse en la naturaleza de las cosas Cataluña volverá a ser parte gustosa y no forzada de España. Entonces ya no habrá una democracia adanista que endiose a la generación presente (esa «reducida y arrogante oligarquía que, por casualidad, pisa hoy la tierra», en palabras de Chesterton), haciéndola creer que su opinión puede desbaratar el esfuerzo de cien generaciones precedentes. Entonces habrá lo que Chesterton llamaba una "democracia de los muertos", en la que todos los españoles llegarán fácilmente a la conclusión de que la generación presente no tiene derecho a derribar de una patada lo que las generaciones precedentes erigieron con infinito esfuerzo. Entonces todos los españoles descubrirán en ese esfuerzo conjunto mucho amor, mucho sacrificio, muchas lágrimas vertidas, mucha sangre derramada, mucha esperanza magullada y finalmente victoriosa. Entonces todos los españoles podrán mirar con perspectiva la naturaleza de las cosas y descubrir que sus antepasados labraron juntos tierras, fundieron juntos metales, compartieron juntos dolores y alegrías. Y descubrirán también que todos esos desvelos y anhelos compartidos valen mucho más que el capricho de una generación adanista.

Si esto no ocurre, Cataluña se independizará, más pronto que tarde. Y si lo hace más tarde que pronto será a costa de envenenarse de odio.

Publicado en ABC el 11 de septiembre de 2017.
Anónimo ha dicho que…
BRAVÍSIMO¡ Un viejo artículo en la misma línea:

Perder Cataluña


Juan Manuel de Prada


Nos lo advirtió Cicerón hace dos mil años, en su tratado De legibus: «Si por los sufragios u ordenanzas de la multitud fueran constituidos los derechos, habría un derecho al latrocinio o un derecho al adulterio. Pues, si tan grande potestad tiene la voluntad o la opinión de los necios, como para que por sus sufragios sea subvertida la naturaleza de las cosas, ¿por qué no habrían de decidir que lo malo y pernicioso es bueno y saludable? Sólo por la naturaleza de las cosas podemos distinguir la ley buena de la mala. Y pensar que todo se funda en la voluntad o la opinión y no en la naturaleza es propio de un demente». Dos mil años después, la ley demente que se funda en la voluntad o la opinión ha sustituido por completo la ley fundada en la naturaleza de las cosas. De este modo, no sólo existe un derecho al latrocinio o un derecho al adulterio, sino en general un "derecho a decidir", aunque lo que se decida sea malo y pernicioso.

Esta hegemonía de la ley fundada en la opinión y no en la naturaleza de las cosas (voluntarismo puro y duro) ampara los derechos más desligados de la naturaleza, como el derecho a cambiar de sexo. Por eso resulta grotesco que, en una época en que no hay formación política que no defienda con entusiasmo el "derecho a decidir" cambiarse de sexo se pretenda en cambio negar el "derecho a decidir" cambiarse de nacionalidad. Y resulta todavía más grotesco que haya gente tan ingenua como para creer que quienes defienden el derecho a cambiar de sexo vayan a ser los paladines de la unidad de España. El cambio de sexo y la independencia de Cataluña son expresiones de un mismo concepto voluntarista de derecho, según el cual la opinión puede subvertir la naturaleza de las cosas; con la única diferencia de que, mientras quien se cambia de sexo niega una realidad biológica, los independentistas catalanes sólo niegan una realidad histórica en la que, sin embargo, no faltan lazos biológicos.

Mientras siga rigiendo la ley fundada en la voluntad, la independencia de Cataluña será inevitable. Y pretender alzar contra ella otros obstáculos voluntaristas (como que la soberanía nacional es indivisible, por ejemplo) acabará siendo insostenible (como lo sería que se alzaran obstáculos para que quien desea cambiarse de sexo necesitara el consentimiento de su familia). Sólo cuando la ley vuelva a fundarse en la naturaleza de las cosas Cataluña volverá a ser parte gustosa y no forzada de España. Entonces ya no habrá una democracia adanista que endiose a la generación presente (esa «reducida y arrogante oligarquía que, por casualidad, pisa hoy la tierra», en palabras de Chesterton), haciéndola creer que su opinión puede desbaratar el esfuerzo de cien generaciones precedentes. Entonces habrá lo que Chesterton llamaba una "democracia de los muertos", en la que todos los españoles llegarán fácilmente a la conclusión de que la generación presente no tiene derecho a derribar de una patada lo que las generaciones precedentes erigieron con infinito esfuerzo. Entonces todos los españoles descubrirán en ese esfuerzo conjunto mucho amor, mucho sacrificio, muchas lágrimas vertidas, mucha sangre derramada, mucha esperanza magullada y finalmente victoriosa. Entonces todos los españoles podrán mirar con perspectiva la naturaleza de las cosas y descubrir que sus antepasados labraron juntos tierras, fundieron juntos metales, compartieron juntos dolores y alegrías. Y descubrirán también que todos esos desvelos y anhelos compartidos valen mucho más que el capricho de una generación adanista.

Si esto no ocurre, Cataluña se independizará, más pronto que tarde. Y si lo hace más tarde que pronto será a costa de envenenarse de odio.

Publicado en ABC el 11 de septiembre de 2017.