La izquierda no siempre asesina, pero
siempre miente.
NICOLÁS GÓMEZ DÁVILA
La publicación en 2016 del demoledor ensayo El
libro Negro de la Nueva
izquierda. Ideología de género o subversión cultural, obra de los politólogos
argentinos Agustín Laje (n. 1989) y Nicolás Márquez (n. 1975), ha supuesto un soplo de
aire fresco en medio de la indigesta balumba bibliográfica de nuestros días,
donde la irrupción de un libro de estas características puede considerarse toda
una rara avis. Su lectura, en consecuencia, se torna imprescindible para
un espíritu expectante; reste añadir que recomendamos encarecidamente su
desapasionada lectura a cualquier sujeto insatisfecho con nuestro tenebroso
presente.
El libro,
aunque impreso en España (Grupo Unión [Buenos Aires] y Unión Editorial [Madrid]
se han hecho cargo de la edición) y con difusión en nuestro propio suelo, iba
en un principio destino al castigado público argentino, con la primicia además
de que éste constituía el primer título netamente argentino que desmontaba los
dogmas del progresismo revolucionario imperante (dogmas destinados, entre otras
cosas, a destruir la cultura cristiana occidental para sobre sus ruinas re-edificar
el paraíso infernal comunista, ¡nada menos!). Con tan ambiciosos presupuestos,
dicha obra no podía pasar desapercibida, cosechando un merecido éxito, bien que
trufado (era previsible) de graves amenazas para sus artífices (tal y como ha
anunciado en varias ocasiones Laje, acostumbrado desde la irrupción de
su opúsculo a recibir “amenazas de muerte” (sic) diarias, procedentes por lo
general de los “cachorros” de esta “Nueva izquierda” caracterizada por su
miseria moral -una constante sempiterna de la izquierda- y su característica violencia
dialéctica como antesala de otras “violencias” -otra vieja constante-. Puesto
que -como ya advertirá incluso el menos avezado de los lectores- no hay nada
nuevo bajo el sol, pasemos a reseñar/resumir brevemente las tesis del libro,
muchas de ellas bien conocidas, otras más sutiles y apenas visibilizadas.
Asumiendo
un contexto histórico complejo y bastante confuso, los autores sitúan el punto
de inflexión sobre el que se afianzaría la Nueva izquierda el Año del Señor de 1992 (es
decir, cinco siglos después del Descubrimiento), tras la caída formal de la URSS : “Muchos sectores del
mundo libre descansaron en ese triunfalismo que brindaba la sensación de que la
utopía colectivista había perdido para siempre”, explican los autores, para
luego añadir: “Pero pocos años después, abrazando nuevas banderas y
reinventando su discurso, el hoy llamado neocomunismo (o progresismo cultural)
no sólo pasó a dominar la agenda política sino, en gran medida, la mentalidad
occidental”. Tremendo, en efecto. En apenas un cuarto de siglo, las
consignas de la corrección política, del marxismo cultural más depredador, han
logrado su objetivo de lobotomizar esa mentalidad occidental cada día más fofa,
idiotizada y perdida en sus vicios, corrupciones y apostasías. Pero, ¿cómo lo
han conseguido? He aquí la gran pregunta que muchos cándidos se harán. La
respuesta, no obstante, más que parecer, resulta obvia: no tanto con un cambio
de paradigma como con un enmascaramiento de sus viejos objetivos. Mera
operación de alta cosmética. En tanto que las polvorientas cuestiones de la
“lucha de clases”, del “materialismo dialéctico” o de la “revolución del
proletariado” han pasado a dormir el sueño de los justos (no atrayendo a sus
cuarteles más que a un puñado poco significativo de sectarios de salón,
psicópatas fanáticos y pistoleros de gatillazo fácil), éstas han tenido que ser
reinventadas y reemplazadas por otros nuevos “productos-principios” más acordes
con los actuales tiempos de hedonismo y degeneración extendidos.
Estos
nuevos principios, todavía más caóticos y embarullados en su confusión que los
previos, son, a juicio de nuestros autores, los cinco siguientes:
1)
Indigenismo (ese gran fraude, por así decir “populista”, imperante
en muchas de las paródicas repúblicas de la degradada Hispanoamérica de
nuestros días, fraude promotor de la Leyenda Negra española, paladín de la
hispanofobia y la cristofobia, satanizador del Año de la Liberación de 1492, que
en los últimos tiempos ha tenido su más mediático botón de muestra en la profanación
del santuario de nuestro canonizado Fray Junípero Serra, o en los
rastreros ataques a la figura de Cristóbal Colón);
2)
Ambientalismo (tendencia típica de las sectas y contubernios
ecologistas, en las que la vida de una rata de agua protegida o un molusco
anómalo valen más que la vida humana misma, entendida ésta en términos de
parasitismo y amenaza a la “Madre Gaia”, burda jerga panteísta impulsada por James
Lovelock, reputado científico, sí, pero también gurú del nefasto New Age);
3)
Derecho-humanismo selectivo (depreciando al autóctono,
preferiblemente al denostado “hombre blanco de clase media”, en beneficio de un
multiculturalismo disolvente, así en naciones soberanas cuyo estado de
bienestar está siendo demolido lenta pero inexorablemente para implantar regímenes
de precariedad en contextos humanos hostiles y desarraigados, p. ej. el caso de
la muy progre y muy podrida Suecia, hoy en vías de extinción, donde la sharía
campa a sus anchas por los guetos de Malmoe, para terror y tragedia de sus ciudadanos
autóctonos, abandonados a su suerte por un Estado no ya criminal en su
cobardía, sino directamente cómplice en su modelo de ingeniería social a escala
nacional, perfecta ilustración del silenciado “Genocidio blanco” caro a los
seguidores del aberrante “Plan Kalergi”);
4)
Garantismo jurídico (privilegiando al verdugo sobre la
víctima, menoscabando así los fundamentos de la Justicia en un
relativismo a la carta, donde criminales y delincuentes de toda laya pasan a
ser los sujetos protegidos del Sistema; p. ej. en España hemos estado sufriendo
este fenómeno durante las últimas décadas, si bien de manera harto acentuada
desde la llegada al poder del gran demagogo y reconocido masón Rodríguez
Zapatero -fenómeno que tendría continuidad en su triste perpetuador-: bien
conocidas por todos son sus envenenadas concesiones a la banda terrorista ETA,
pisoteando el buen nombre y el dolor de las familias de los 854 asesinados por
dicha banda);
5)
Ideología de género (cuyo objetivo, como ya reseñó el Papa
Benedicto XVI, es la rebelión del hombre contra su propia naturaleza, en
base a un discurso seudo-científico falaz e inconsistente, que la ciencia
legítima ha desarmado por completo, pero que el nuevo totalitarismo sistémico
quiere imponer a toda costa sobre la masa poblacional cual cobayas de
laboratorio).
Sobre
este quinto “producto-principio” (de la nueva revolución silenciosa de
izquierdas) tratará este Libro Negro de la Nueva izquierda. Laje y Márquez
(quienes por cierto tienen en perspectiva dedicar una nueva entrega a los otros
cuatro principios restantes pendientes de abordar) no dudan en definir con
acertadísima precisión esta ideología como una suerte de pornomarxismo de
tinte pansexual, impulsor, entre otras cosas, de los siguientes fenómenos,
a saber:
a)
el feminismo radical (surgido
tras la irrupción de textos tan difundidos como el germinal El segundo sexo
(1949), de Simone De Beauvoir y, tras sus pasos, con la
denominada Tercera Ola y sus ideólogas de cabecera (Betty Friedan,
Kate Millet, Monique Wittig, etc.), llegando a nuestros
días en su deriva más radical: el feminismo queer capitaneado por Judith
Butler (El género en disputa, 1990) y su legión de seguidorXs;
b)
el homosexualismo ideológico (no
confundir con la homosexualidad, cuestión exclusiva del individuo de carne y
hueso en su día a día, y que supone antes que nada -dicho homosexualismo
ideológico, decimos- un inenarrable y complejo mosaico de relaciones
vertebradas a partir de los conceptos de “comunismo” y “sodomía”, así a través de
los panfletos ideológicos de sus principales exponentes, algunos de ellos
verdaderos psicópatas y drogadictos: Wilhelm Reich, Herbert Marcuse y,
sobre todo Michel Foucault);
c) la
pedofilia como “alternativa”
(uno de los aspectos más sutiles e
invisibilizados de dicha revolución, que alcanza en la obra La dialéctica
del sexo (1970), de la perturbada ideóloga canadiense Shulamith
Firestone, uno de sus picos más prominentes, en tanto asume la legitimación
de la pedofilia como parte de la revolución socialista [!]);
d) el
aborto como “libre disposición del cuerpo” (sic);
amén de
“todo tipo de hábitos autodestructivos como forma de rebelión ante la
‘tradición hetero-capitalista’ (sic) de Occidente”, añaden los
autores.
Para
consolidar todo este seudo-sistema destructor, el progresismo cultural,
aquejado de una panoplia verbal de puro conceptualizada harto indigesta,
recurre a toda una sarta de términos debidamente manipulados y/o trastornados
(pura corrupción del lenguaje en su versión estalinista rosa, en la que el
burdel pasa a reemplazar al cuartel): “igualitarismo”, “inclusión”,
“diversidad”, “derechos de las minorías”, etc., etc., etc. He aquí, al decir de
los autores, las “verdaderas caretas de la ideología de género, cuyo
contenido constituye la prioridad militante en esta izquierda desarmada que
resolvió canalizar su odio por medio de grupos marginales o conflictivos que
ella captura y adoctrina para sí”. Curiosa táctica, aunque nada nueva (p.
ej. recordemos los fantoches y matarifes de la Revolución Francesa ,
quienes ya hicieron lo propio alzando los incoherentes banderines de la
“libertad”, la “fraternidad” y la “igualdad”, debidamente dirigidos…). De este
modo, se aspiraría así, entre otras pretensiones, a:
1)
Dominar las instituciones educativas, del arco que va de la
guardería a la Universidad ,
infectando las humanas mentes desde los más tiernos años de la infancia con su
jarabe porno-marxista;
2)
Hegemonizar la literatura, rebajando los patrones mínimos de
calidad a subterráneos insólitos, suma de putridez y lubricidades,
embruteciendo el gusto de toda una generación en la pornografía, la
promiscuidad, el sadomasoquismo, el nihilismo, etc.;
3)
Monopolizar las artes, fomentando el arte degenerado o anti-arte
como forma de no-expresión anti-artística y “democrática”, banalizando así
contenidos y formas al servicio de un discurso deshumanizador fundado en la
negación perpetua y prolongada, en un nuevo contexto domesticado por el Estado
en el que los dones personales y gratuitos del individuo (talento, genio,
belleza, fortuna hereditaria, etc.) sean depreciados cual calderilla
intercambiable;
4)
Manipular los modos del habla, trufándolos con toda clase de
mantras y palabras-comodín basadas en la satanización del adversario y el
discurso victimista del manipulador que los vierte, sea el demagogo perverso o
el mero “tonto útil” del Sistema dispuesto a cargar con los panfletos y las
banderas que le diligencien sus amos;
5)
Modificar hábitos de vida, promocionando tendencias insanas y autodestructivas,
con el obvio objetivo de debilitar la salud física (acortando la vida media) y
psíquica (mermando inteligencia y juicio) de la población, preferiblemente la
autóctona blanca, p. ej. a través de ambiguas campañas de “concienciación” para
adolescentes sobre el consumo de drogas (empezando claro está por la “blanda”
marihuana, pretensión de todo tipo simpática a la Open Society
del magnate George Soros y sus adherentes);
6)
Influir, para luego controlar, los medios de comunicación,
utilizando nuevas y más sofisticadas formas narrativas de
desinformación/manipulación, adoctrinando a las masas en la negación de sí
mismas (previa negación de los mismísimos principios de solidaridad católicos),
sobredimensionando la presencia de colectivos marginales, inflando las cifras
de las estadísticas para trastornar la percepción de ciertos hechos, etc., etc.
El
objetivo de la Nueva
izquierda no es nuevo, ni mucho menos; no es tanto extorsionar empresas,
cosificar capitales o pasar por las armas a disidentes y reaccionarios, como
secuestrar las mentes, tomando primero su control para luego, previa criminal
tortura y brutal destrucción, hacer de ellas unos tristes despojos descarnados.
Conviene estar alerta y denunciar esta agresión sin precedentes planificada por
los cerebros del NOM; así lo prescribe el Libro:
“Protegeos
con toda la armadura que habéis recibido de Dios, para que podáis manteneros
firmes contra los engaños del diablo. Porque no estamos luchando contra gente
de carne y hueso, sino contra malignas fuerzas espirituales de los cielos, que
tienen mando, autoridad y dominio sobre este mundo lleno de oscuridad.” Ef
6.11-12
José Antonio Bielsa Arbiol
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