Decía MELLA que no se pueden levantar
tronos a las premisas y cadalsos a las consecuencias. Después de apenas 40
años, el régimen formalmente instaurado con la promulgación de la Constitución de 1978 ha terminado por reducir a pavesas la obra ciclópea de
siglos y siglos de forja de una civilización y una cultura universales. Esto
que era un triste presagio, un augurio más o menos pesimista, ahora se ha
convertido en una evidencia a los ojos de todos.
Que nadie se lleve a engaño: esto es el finis Hispaniae, si los propios españoles
no lo remediamos, y ante esta constatación no caben enjuagues ni supuestas
estrategias políticas. Ningún partido y ninguna táctica electoral disponen del
margen de maniobra necesario para reconducir la situación dentro del actual
orden de cosas. Es una política la que nos ha conducido a esta situación y
parece evidente que no puede ser la misma política la que nos suministre los
instrumentos, los recursos para poder salir indemnes del trance. En breve, el gobierno
de España estará en manos de los enemigos jurados de todo lo que España
representa y significa. El gobierno de España estará pronto, si no está ya, en
manos de quienes se proclaman, sin rubor, la Anti-España.
En palabras de BISMARCK, “España es el país más fuerte del mundo: los
españoles llevan siglos intentado destruirlo y no lo han conseguido”.
Olvidaba el canciller prusiano que hay un medio artero para lograrlo, que es el
que se esconde detrás de cada uno de los rincones sombríos de nuestra historia:
la traición. Siempre hay un conde don Julián dispuesto a entregar su Patria al
enemigo, por intereses personales o de grupo, pero siempre espurios. Siempre
hay un Fernando VII dispuesto a jurar y perjurar que se sujeta a una ley y
simultánea o sucesivamente a cualquier otra que disponga lo contrario, con tal
de obtener y/o retener el poder. Siempre queda un coronel Riego dispuesto a
dejar indefensa a España en los momentos de crisis o de grave amenaza, interior
o exterior. Siempre hay una siniestra sincronía entre el socialismo y el
secesionismo en la hora decisiva de los golpes de mano en España.
Guerras de sucesión, de independencia o
simplemente guerras civiles, golpes de Estado, intentonas, sublevaciones,
asonadas, rebeliones cantonales; dos repúblicas y tres sedicentes
restauraciones monárquicas; cinco jefes de gobierno asesinados, … MENÉNDEZ
PELAYO profetizaba ya en 1880 lo que hemos contemplado hecho realidad las
sucesivas generaciones de españoles:
"España, evangelizadora de la mitad del orbe;
España martillo de herejes, luz de Trento, espada de Roma, cuna de San Ignacio;
ésa es nuestra grandeza y nuestra unidad; no tenemos otra. El día en que acabe
de perderse, España volverá al cantonalismo de los arévacos y de los vetones o
de los reyes de taifas.
A este término vamos caminando más o menos
apresuradamente, y ciego será quien no lo vea. Dos siglos de incesante y
sistemática labor para producir artificialmente la revolución, aquí donde nunca
podía ser orgánica, han conseguido no renovar el modo de ser nacional, sino
viciarle, desconcertarle y pervertirle. Todo lo malo, todo lo anárquico, todo
lo desbocado de nuestro carácter se conserva ileso, y sale a la superficie cada
día con más pujanza. Todo elemento de fuerza intelectual se pierde en infecunda
soledad o sólo aprovecha para el mal. No nos queda ni ciencia indígena, ni
política nacional, ni, a duras penas, arte y literatura propia. Cuanto hacemos
es remedo y trasunto débil de lo que en otras partes vemos aclamado. Somos
incrédulos por moda y por parecer hombres de mucha fortaleza intelectual.
Cuando nos ponemos a racionalistas o a positivistas, lo hacemos pésimamente,
sin originalidad alguna, como no sea en lo estrafalario y en lo grotesco. No
hay doctrina que arraigue aquí; todas nacen y mueren entre cuatro paredes, sin
más efecto que avivar estériles y enervadoras vanidades y servir de pábulo a
dos o tres discusiones pedantescas. Con la continua propaganda irreligiosa, el
espíritu católico, vivo aún en la muchedumbre de los campos, ha ido desfalleciendo
en las ciudades; y, aunque no sean muchos los librepensadores españoles, bien
puede afirmarse de ellos que son de la peor casta de impíos que se conocen en
el mundo, porque, a no estar dementado como los sofistas de cátedra, el español
que ha dejado de ser católico es incapaz de creer en cosa ninguna, como no sea
en la omnipotencia de un cierto sentido común y práctico, las más veces burdo,
egoísta y groserísimo. De esta escuela utilitaria suelen salir los aventureros
políticos y económicos, los arbitristas y regeneradores de la Hacienda y los
salteadores literarios de la baja prensa, que, en España como en todas partes,
es un cenagal fétido y pestilente. Sólo algún aumento de riqueza, algún
adelanto material, nos indica a veces que estamos en Europa y que seguimos,
aunque a remolque, el movimiento general”.
La catadura moral
incalificable que revelan los acontecimientos de los últimos días no halla par
en las páginas más negras de la historia política reciente no sólo de España
sino incluso de toda Europa, incorporándonos con pleno derecho a la liga de honor ya integrada por Grecia y
pronto por Italia. Portugal, en este preciso momento, está dando pruebas de
coraje, no cediendo ante los intentos de legalización de crímenes de lesa
humanidad. Entretanto, los grandes poderes de Europa - Alemania, Francia, la
llamada “Unión Europea” - asisten
impávidos al proceso acelerado de bolivarización
de los países del sur.
Lo que está
sucediendo en las supremas instituciones públicas del todavía denominado Reino
de España constituye un “memorable
ejemplo que muestra cuán fácil es a una facción osada y unida entre sí por
comunes odios y juramentos tenebrosos sobreponerse al común sentir de una
nación entera y darle la ley, aunque por tiempo breve, ya que siempre han de
ser efímeros y de poca consecuencia tales triunfos, especie de sorpresa o
encamisada nocturna. Triunfos malditos además cuando se compran, como aquél,
con el propio envilecimiento y con la desmembración del territorio patrio”
(MENÉNDEZ PELAYO).
Un nuevo Guadalete llama a una nueva
Covadonga. Sólo los españoles podemos, si de verdad queremos, reconquistar
España. Reconquistar y ya no salvar, porque, hoy por hoy, la hemos perdido. El
país oficial se ha derrumbado, como una cáscara vacía, de modo que es el país
real, la España
de siempre, el único que cuenta con la capacidad de resurgir, como el ave
fénix, de sus propias cenizas. Somos todos y cada uno de nosotros los que hemos
de bregar duro, partiendo prácticamente de cero, para que en las calles y en
los campos, en las escuelas y universidades, en los talleres, las tiendas y los
centros comerciales, en las oficinas y las fábricas siga viviendo España, ahora
que se está tratando de estrangularla, de aniquilarla, desde los poderes
públicos.
¿Y qué es lo que reclama de nosotros la Patria en estos momentos?
La unión sagrada de todos los españoles, con independencia de la adscripción
política concreta de cada cual. A nadie le es lícito abstenerse o mantenerse al
margen cuando lo que está en peligro es la continuidad histórica, la
supervivencia misma de la
Patria.
¡España, sé tú misma¡ ¡Vuelve a tus
raíces¡ ¡Recobra tu identidad¡
JUAN
ESPAÑOL
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