La
democracia sería una inocentada si no fuese el disfraz de una
blasfemia.
GÓMEZ
DÁVILA
FICHA
DEL LIBRO: Ed.
Atalanta (2010), Memoria mundi (nº 43)
ISBN: 978-84-937247-7-1
La
crisis integral de nuestro tiempo exige discursos íntegros e
integristas, como el del autor que aquí traemos: Nicolás
Gómez Dávila
(1913-1994), paradigma del católico tradicionalista devenido
reaccionario auténtico. Limitaremos este breve artículo a reseñar
una de sus obras más relevantes, la segunda en importancia después
de los Escolios:
nos referimos a Textos
I
(meramente conocida como Textos),
que en cierto sentido preparan a la previa: lo que los Escolios
contundentemente sienten (la sacudida incendiaria del aforismo), los
Textos
lo razonan (la continuidad discursiva de la prosa).
Accesorio
satélite para algunos, Textos
I porta
en sus páginas la piedra “clave” de la construcción, esto es el
enigmático texto
implícito,
estandarte de futuras batallas; así lo ha querido ver uno de sus
mejores lectores, Francisco
Pizano de Brigard;
en lo que a nosotros respecta, nos aferraremos a esta opción, bien
justificada por lo demás. Porque, ¿a dónde recurrir acaso? ¿A las
Notas,
esbozos concluyentes? ¿A los fragmentarios Escolios,
pese a su plenitud, valga la redundancia, fragmentaria? ¿O tal vez a
los textos marginales, como el artículo titulado “El reaccionario
auténtico”, o al titulado “De jure”, al que no hemos tenido
acceso? A falta de un texto filosófico “evidente”, o a la sazón
ramplonamente obvio, tomaremos el mentado texto implícito como punto
de arranque de esta reseña.
La
idea primera puede parecer simple a un lector carcomido por
ideologías asentadas: capitalismo y comunismo tienen en común una
meta semejante.
Son diferentes máscaras que cubren, pues, idéntico rostro: la
naturaleza del hombre (desplazada al terreno de lo político);
diálogo quebrado, por tanto, entre dos democracias cuya mímica
deviene forzoso conflicto: las burguesas
y las populares,
rivales sempiternas: “Si
el comunismo señala las contradicciones económicas, la alienación
del hombre, la libertad abstracta, la igualdad legal, de las
sociedades burguesas; el capitalismo subraya, paralelamente, la
impericia de la economía, la absorción totalitaria del individuo,
la esclavitud política, el restablecimiento de la desigualdad real,
en las sociedades comunistas”.
En
efecto, Gómez Dávila no se posiciona de parte ni de unos ni de
otros, por mucho que el lector tendencioso pueda considerarlo
proclive “a la derecha, e incluso a la extrema derecha” (sic).
Craso error: el discurso reaccionario del autor, de extrema lucidez,
parte de la contradicción que dirige comunismo
y capitalismo
hacia metas pretendidamente antagónicas… cuando su meta es única:
la propiedad,
estorbo para los primeros, estimulo para los segundos, sin que ello
presuponga lo contrario: la propiedad al fin y al cabo.
Ideologías
burguesas e ideologías del proletariado, en consecuencia, se
precipitan hacia una misma esperanza común: el hombre: “Si
el comunismo denuncia la estafa burguesa, y el capitalismo el engaño
comunista, ambos son mutantes históricos del principio democrático,
ambos ansían una sociedad donde el hombre se halle, en fin, señor
de su destino”.
La
lectura teológico-político-cultural de Gómez Dávila ratifica así
la democracia como religión
antropoteísta;
queda así facturada una teología del hombre-dios:
“La
divinidad que la democracia atribuye al hombre no es figura de
retórica, imagen poética, hipérbole inocente, en fin, sino
definición teológica estricta”.
Definición
teológica inherente a la naturaleza pervertida del moderno, cuya
corrupción esencial no es sino inenarrable producto de la idea fija
del discurso de la modernidad: el progreso.
El
progreso, que es teodicea del antropoteísmo futurista, justifica por
lo demás todas las atrocidades del hombre en nombre del progreso de
la humanidad. Proceso de perfeccionamiento progresivo, anula el
tiempo del hombre y restituye el no-tiempo del hombre-dios. Orgia
mecanicista e industrial, trastoca el inútil esfuerzo humano en
tediosa transformación de la materia. Monólogo inmundo, sacrifica a
sus fines las existencias perecederas en nombre de la idea fija,
desterrando de sí para ello el supremo valor, pues como afirmará
poéticamente don Nicolás: “La
vida es un valor. / Vivir es optar por la vida.”
En
consecuencia, deviene así una teoría de los valores cuyo punto de
apoyo reposa en dos conceptos hermanos: ateísmo
y progreso,
necesitados de una retórica adecuadamente enfática para calar hondo
entre sus víctimas potenciales.
El
mero juego de la materia implica así un determinismo universal cuyo
producto no es otro que un universo
rígido,
vaciado de toda posibilidad, donde el culto de la técnica es el
verbo del hombre-dios, principio de la soberanía del estado moderno.
Así
y todo, la era democrática, y con ella el desarrollo económico,
consustancial a la misma, tiene en el dinero como único valor
universal, su razón primera y última: “El
dinero es el único valor universal que el demócrata puro acata,
porque simboliza un trozo de naturaleza servible, y porque su
adquisición es asignable al solo esfuerzo humano. El culto del
trabajo, con que el hombre se adula a sí mismo, es el motor de la
economía capitalista; y el desdén de la riqueza hereditaria, de la
autoridad tradicional de un nombre, de los dones gratuitos de la
inteligencia o la belleza, expresa el puritanismo que condena, con
orgullo, lo que el esfuerzo del hombre no se otorga”.
Este
aterrador hecho degenera, por tanto, en la rapiña económica y el
individualismo mezquino, ejes generadores de la indiferencia ética y
el anarquismo intelectual que dominan el mundo moderno.
Frente
a tales escombreras, el único camino al que se aferra Nicolás Gómez
Dávila no es otro que el de la rebeldía
reaccionaria;
sobre tan quijotesca empresa versará su obra magna, Escolios
a un texto implícito,
puesta en práctica de la rebeldía reaccionaria a través de su más
poderosa arma: la palabra.
Un
libro esencial que recomendamos encarecidamente a todos los católicos
romanos de la Remante que abominen del mundo presente, así como de
la abyecta patulea de enemigos de Cristo y de España que están
intentado reventar la Unidad Patria por medio del discurso religioso
(satánico) de la diosa democracia.
José
Antonio Bielsa Arbiol
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