Somos muchos y somos un solo cuerpo.
(1 Cor 10,17)
En uno de sus llameantes sermones Marianos, el
cisterciense San Elredo de Rieval, confortando el ánimo de sus hermanos
de hábito, se expresaba en estos términos: “Todos cuantos estamos integrados
en esta congregación somos un solo cuerpo. Unos desempeñan la función de los
pies, otros la de las manos, otros la de los ojos”. Con parejas palabras
podría describirse la masiva peregrinación de fieles a la Basílica de la Santa Cruz del Valle de
los Caídos que tuvo lugar ayer, 15 de julio de 2018 (15-J): la España apologética, la España orante, la España católica romana de a
pie, la presente mas también la ausente, estuvo en cuerpo y alma aquella
ardiente mañana de domingo en el complejo de Cuelgamuros. En torno a los 10.000
peregrinos (cifra confirmada que, no obstante, los medios oficialistas rebajan
ostensiblemente a unos cientos, a sabiendas de cuánto significa tal éxito) se
personaron físicamente a los pies de la Santa Cruz a lo largo de la jornada y bajo la
divisa del lema “El Valle no se toca”. El silencio mediático o la
tergiversación/manipulación perversa de los entes de desinformación de masas se
manifestó, una vez más, en toda su cruda putridez: el más degradado periodismo
del Sistema mostró, predecible, su maldad natural y su miseria moral, rebajando
e incluso descalificando a los asistentes con todo tipo de insultos devenidos
mantras progresistas.
Lo
que sí es objetivo es que al Valle no fue convocada una mera masa humana de
lúbricos pellejos herméticamente sellados y aprisionados en su solipsismo
hedonista y negador. La castidad de la mente, el rigor del cuerpo -templo vivo
del Espíritu Santo- y el fervor del alma orante, confirieron al evento plena
entidad intrahistórica española. Lo que ayer allí se manifestó con inusitada
presteza realmente fue un cuerpo compacto y sin fisuras, el cuerpo de un pueblo
histórico e inalienable devenido Comunidad en Comunión con Cristo. Éramos
muchos, sí, pero éramos uno solo bajo la Santa Cabeza : éramos
en suma el Cuerpo Místico de Cristo Rey visible y encarnado en una remanente de
patriotas españoles lo suficientemente devotos, y entregados, como para acudir
a la llamada de Nuestra Señora Santa María del Valle, hoy en muy real peligro.
En
vano intentarán algunos maliciosos extraer lecturas ideológicas de este Hecho
extraordinario que fue, ante todo y sobre todo, manifestación de religiosidad y
patriotismo aunados. España, nación de teólogos incluso en sus días de mayor
postración, no cede su heredad en el Combate Dogmático. Frente a la
teología satánica de la religión socialista -con su ominosa tara necrófila
explicitada en la humillación y el escarnio de los muertos-, se alza
mayestático y rotundo el español de a pie, mitad monje y mitad soldado, el
bienaventurado español que habiendo mamado la sola Verdad de los pechos de la Santa Madre Iglesia y
de la Tradición
toda, se indigna sanamente ante tamaña profanación anunciada: primero, la de los
cuerpos del Caudillo y José Antonio, antes de hacer lo propio con
el Sacro Tabernáculo. Ese español eterno -del Cabo de Creus a Finisterre, de
Fuenterrabía a Melilla, desde el faro de la Isla del Aire al telescopio del Roque de los
Muchachos- que como tal porta en su osamenta el bálsamo civilizador de la Hispanidad y, pletórico
o desarmado, todavía se hace la
Señal de la
Santa Cruz al pasar ante una solitaria ermita, ese español NO
abdica, no mira para otro lado con cobarde desidia pequeñoburguesa mientras los
talibanes de la Historia
pisotean las cosas más santas.
Contra
ese español de bien, de Cristo y de su Santísima Madre Santa María del Valle,
la religión socialista nada puede hacer: todo lo más fracasar y hundirse,
tiempo al tiempo, en los más abyectos crímenes que son su perpetua divisa de
cara al mundo y a los pueblos que ha intentado anular, vaciar y aniquilar. ¿Qué
puede un siniestro marxista alienado en sus falsos dogmas contra Dios
Trino y la Santísima
Virgen ? Todo lo más cosificar nuevos mártires y
beatos, e incluso algún santo, para gloria de Cristo. ¿Pueden acaso humillar a
España quienes viven humillados en el culto a la letrina y el mingitorio? ¡No
lo quiera Dios ni la Virgen !
Y no, no lo decimos nosotros, pobres soldados rasos sin botas nuevas que lucir
el día del combate espiritual, sino un viejo patriota nunca acomplejado
(encarnación de la España
Una ), quien inspirándose en ese compendio de la sabiduría
perenne que es el Romancero, entregó al mundo una Letanía, no a Santa
María del Valle, sino a la
Virgen del Pilar, entre cuyos versos, sangrantes de amor
filial, se cuenta la siguiente estrofa:
Dicen que esta vieja Europa, cuna de la Cristiandad ,
La de la
Roma cesárea, la de la Roma papal,
Ante el Kremlin tenebroso, un día se humillará…
¡Non lo quiera Dios del Cielo nin la Virgen del Pilar!
¡Non lo quieran! ¡Nin lo querrán! Bien
sabemos los que somos de a pie cuán Mariano es el Pueblo Español, cuán robusto
y sanote cuando la canalla política no ha puesto sus sucias manos sobre Él,
pues todo español bien nacido tiene dos madres: la que Dios le dio, y su Madre,
Santa María Virgen. Con temor y temblor, un emotivo anónimo (que al fin y
al cabo es la voz inmutable de un pueblo agradecido), lo expresó en estos
versos:
Si Tú nos amparas,
Madre Celestial,
Será siempre tuya
Ave, ave, ave María.
¡Ave María! España es mucha España, demasiada España
para un amontonamiento gelatinoso y alocado de pervertidas sexuales y
psicópatas leninistas de salón burgués (¿mejor haríamos en decir “de salón
Ikea”?). ¿De qué sirve achicarse, ceder terreno, sucumbiendo lenta e
inexorablemente a la oprobiosa nada “neutral” de los cobardes, de los traidores
a Cristo y a la Patria
por un plato de malas alubias de lata? Hoy España está enferma, pero no
muerta: la están intentado desollar viva sobre la mesa de operaciones del Nuevo
Orden Mundial, pero su piel de toro es recia y fuerte, y ni las más afiladas
tenazas lo tendrán fácil con esta epidermis católica, apostólica y romana hasta
los tuétanos. Su sociedad -ora desvigorizada, ora desvirilizada, sumida en
el relativismo de las filosofías nihilistas propias de todo periodo de
decadencia- acusa infundados complejos de culpa, tras dos largos siglos de
disolución intermitente. Se han olvidado grandes verdades. Ya casi nadie
-¡salvo un pequeño pelotón de soldados de Cristo y María!- es capaz de
recordarlas. Mas en esa sana pequeña minoría, diminuta cual grano de mostaza,
hay algo inmenso por venir, eclosionar y fructificar: un gran árbol, no
masónico como la acacia, sino Católico como el Árbol de la Cruz :
el árbol de la España
Eterna , un árbol con forma de Cruz latina, sí, un árbol que
ha sido de nuevo plantado en Cuelgamuros ayer, la mañana del 15 de julio de
2018, bajo la mayor Cruz del Orbe: es el Árbol de la Reacción y de la Esperanza : el Árbol de
una nación llamada España, una nación que se niega a dejar de ser España para
ser en su lugar NADA, y así porque a una sórdida patulea de politicastros
de ínfima talla moral e intelectual les venga en gana prostituir e incluso
regalar la Patria
por unas migajas al Globalismo, al Multiculturalismo, al Sionismo financiero
mundial, al Contubernio masónico de la
UE , al Sincretismo anticristiano, al delincuente Soros
y a toda esa ralea infecta de enemigos de Cristo y de España, es decir, los
enemigos de la SANTA CRUZ.
Cuanto
ocurrió ayer en el Valle forma parte ya de la Historia de la Catolicidad Española ,
en tanto genuina manifestación del Espíritu Santo, Tercera Persona de la Trinidad. Y es que
ayer, entre una multitud orante sobrecogida a los pies de la Cruz , la declarada apostasía
de 1978 parecía, por momentos, disiparse. Largas filas de automóviles, coches
particulares, motocicletas y autobuses, patriotas octogenarios y familias
numerosas, catalanes que se sienten españoles y andaluces de Jaén, toda una
multitud en absoluta ciega, sino iluminada y por ende bien ilustrada, iba
llegando a Cuelgamuros por puro principio de solidaridad: “es por deber”, me
dijo un patriota granadino hastiado de ver tal degeneración en todos los
órdenes de la vida española.
A las
diez y media de la mañana, el rezo del Santo Rosario abría los actos
religiosos. Entre tanto, el interior de la basílica se iba abarrotando de
peregrinos. A las once, y con puntualidad benedictina, daba inicio la Misa conventual, desbordado
el recinto, tanto que muchos no pudieron acceder al interior de éste, teniendo
que aguardar afuera. La nómina de asistentes incluyó a varias notables figuras
de la aristocracia, el ejército y la intelectualidad española. La familia del
Caudillo también estuvo presente a través de algunos de sus miembros. Tras la Misa , continuó la jornada con
el rezó de los Salmos y el Santo Rosario, amén de las oraciones exclusivas del
Valle. Cabe vindicar aquí la gran labor orante de la patriota franquista Pilar
Gutiérrez, de Movimiento por España, quien bajo un sol de justicia y
altavoz en mano, rezó con voz estremecida los Misterios de la Fe Verdadera ante una
multitud abrasada por los elementos, pidiendo a Dios por intercesión de los
mártires y santos allí enterrados, así para impedir la profanación, expolio y
destrucción de la Basílica
a manos de los enemigos de Nuestro Señor JesuCristo y de España.
La
vigorosa presencia carlista también se hizo notar ayer en el Valle. Alguna
boina reluciente, alguna Cruz de Borgoña, irrumpían plenas de fogoso colorido
entre la concurrida asistencia, que dio cabida a la diversidad de los gestos
espontáneos en medio del mayor respeto por las cosas santas. Pudimos saludar,
entre tanto, a algunas de las más notables cabezas de la España sana, aquélla que no
reniega de sus fastos y de sus glorias, sin complejos infundados ni remilgos
lacayunos. No pudimos quedarnos a la Exposición del
Santísimo para la Adoración
y la Oración ,
y es que, por razones horarias, trescientos cincuenta kilómetros de viaje de
vuelta nos lo desaconsejaban. Pero una cosa segura anotamos en nuestro cuaderno
de notas al abandonar Cuelgamuros: a la satisfacción de haber estado allí en
primera persona, con el 15-J, confirmábamos que la postrada España de 2018
se hacía un poco más fuerte, un poco más católica, un poco más Ella misma,
y que España, para qué negarlo, se estaba desperezando de un sueño nefando de
lustros de iniquidad.
José Antonio Bielsa Arbiol
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