En
nuestra Patria, los medios de desinformación de masas, bien lo saben los menos,
han logrado vender Suecia cual gato por liebre: “uno de los países más
seguros del mundo” (!). Muy otra en cambio es la percepción que se tiene de ese
Reino cuando las distancias se acortan: pregunten para confirmarlo a un
noruego, o a un polaco. ¿Realmente intuye esa mayoría ciega de españoles que
confían en la sonrisa profiláctica de Ana Blanco lo que se
está cociendo en esa gran cloaca multicultural (devenida olla a presión) que es
la Suecia de
nuestros días? Confirmamos escandalizados cómo la censura de los medios
de desinformación de masas es atroz con respecto a Suecia. Nadie sabe
nada, y si es que sabe algo, poco parece importarle cuanto allí se cuece.
Comunistas leninistas o podemitas de V.P.O. al margen, se habla bastante-mucho-más
en los medios de desinformación del drama del pueblo venezolano, del perturbado
dirigente de Corea del Norte, de los disturbios en Managua o de los miles de
millones de dólares de Cuba “desviados” por los criminales hermanos Castro
a los paraísos fiscales, se habla bastante-mucho-más de todo ello,
decimos, que de lo que acontece en la
Suecia amoral e inmoral de las madres solteras que se
auto-inseminan en sus domicilios, de los imanes pedófilos cuyas alocuciones de
fuego y odio quedan siempre impunes, de la sustitución racial a todas horas vía
televisión bombardeando a los más pequeños, y cómo no, de las
feministas/hembristas blancas y ateas (mas pro-islámicas en su necedad) que
aceptan la violación de mujeres suecas, siempre y cuando el violador, faltaría
más, sea foráneo -“que los refugiados violen a las mujeres (suecas) es
mejor a que lo hagan los (hombres) suecos” (Barbro Sörman)-.
Nadie sabe nada, y si es que sabe algo, poco parece importarle cuanto allí se
trajina; para qué engañarnos: apenas se articula palabra alguna en los
medios de masas sobre la realidad terrible del GENOCIDIO SUECO.
El
caso de Suecia resulta harto pertinente para comprender la deriva genocida de
la agenda sionista implantada por la
UE con respecto a las más “avanzadas” (léase moralmente
degradadas/degeneradas) regiones de dicho conglomerado
masónico-anticristiano, prioritariamente nórdicas: los suecos, por su
naturaleza pretendidamente cerebral, parecían ser las cobayas perfectas para
exponerse a tales experimentos de ingeniería social conducentes a las políticas
de la muerte propias del N.O.M. Décadas deglutiendo los tormentos
existenciales de August Strindberg en las tablas o de Ingmar
Bergman en el cinematógrafo, décadas de panteísmo “Aniara” y suicidios
como el de Harry Martinson, décadas de libertades y de
liberaciones, de complejos de culpa y de perversidades sin cuento, de abortismo
y sodomía, no podían pasar indemnes. Los tiempos de Santa Brígida quedaban
muy atrás. La catástrofe protestante ya se había ensañado de lo lindo con los
suecos. El advenimiento del nefasto Olof Palme terminó por
allanar el patio para una trágica representación largamente anunciada desde el
fatídico año de 1969, cuando la socialdemocracia “tomó” el poder. Las suecas
que peregrinaban por millares a las playas de la España del General
Franco terminaron por olvidar que en España había playas en las que
podrían bañarse… sin sufrir algún conato de violación. Hoy, casi cinco décadas
después, la muy progre y muy liberada y muy terminal Suecia, paraíso de la
socialdemocracia nihilista y atea, desgobernada por un contubernio
“moderado”-izquierdista-ecologista en el poder, puede considerarse ZONA
DE GUERRA, no a la manera de la Franja de Gaza, desde luego, sino como el 1984
de Orwell: el Estado policial del pensamiento; por supuesto,
nadie dirá nada, puesto que “bajo la judeocracia, no se tiene el
derecho a la libertad de expresión. No tenemos siquiera el derecho a la
libertad de escuchar” (Lars Adelskogh). Pero los suecos
autóctonos, los suecos de tez blanca que de niños devoraron La saga de
Gösta Berling, esos mismos suecos que pronto serán minoría en su propia
tierra, esos suecos embrutecidos en la ideología de género y el
multiculturalismo a los que, de vez en cuando, “se les cruza el cable” y se
convierten con tremendo fervor al catolicismo tras décadas de perdición en las
tinieblas del ateísmo o el agnosticismo fruto del protestantismo previo, esos
mismísimos escandinavos que no pueden olvidar su pasado vikingo y sus cultos
paganos, mira tú por dónde… se están armando, con armas no precisamente
católicas (el Santo Rosario), sino de las otras: pistolas, escopetas, rifles,
ametralladoras... Como suena (curiosamente, hace unos días, en Italia, Matteo
Salvini hizo un llamamiento en parecido sentido, ¿por qué será?).
Incluso las más provectas señoras suecas, de la generación de Harriet
Andersson o así, que apenas se atreven a salir de casa, ocultan algún spray
de pimienta “antivioladores” en su bolso por si acaso les asalta algún
“extremista” con intenciones pútridas/lúbricas. Si ya es terrible enumerar
todas estas aberraciones, ¿cuán horrible será vivirlas en propia carne? Pero
allí, en el Reino de Suecia, nadie tiene corazón (caridad) para denunciarlo: la
corrección política prefiere el genocidio pasivo de un pueblo en vías de
extinción a contradecir sus viles consignas marxistas culturales.
Pese
a su intento de aprovisionarse de armas ligeras -y no tan ligeras- para uso
doméstico, Suecia es un país en lo moral totalmente desarmado, por no decir
destruido. La soledad sueca, tema recurrente en los últimos años, alcanza cotas
de inusitada miseria. Hay una película de ciencia-ficción dirigida en 1973 por Richard
Fleischer e intitulada en España Cuando el destino nos alcance
que, vista hoy por un sueco, apenas le resultará una ingenua inocentada. En
aquella película ambientada a comienzos del siglo XXI el mundo se había
convertido en toda una ciénaga fétida e inmunda donde ver (ya no digo comer)
una lechuga verde era inaccesible a la inmensa mayoría de la
población: esa misma mayoría se alimentaba de un producto llamado Soylent
Green, una galleta también verde de aspecto anodino. ¡Qué impacto recibía
el espectador en su butaca cuando descubría que la composición de dicha galleta
devenida alimento universal no era otra que la de… cadáveres humanos! En el
caso de Suecia, la cruda situación real (no difundida por los medios de masas
españoles) alcanza tintes todavía más sórdidos. En un país en el que
alrededor del 40 % de la población muere sola y, en consecuencia, el grueso de
casi todos esos difuntos no es reclamado por nadie, la maquinaría industrial
del Estado nihilista izquierdista-ecologista acata las instrucciones
“respetuosas para con el medio ambiente” de los lobbies ecologistas
más totalitarios: contaminar lo menos para sí
aprovechar lo más. ¿Qué imaginan
ustedes que el Estado en su función de burócrata de la muerte, alienado en un
materialismo de trazo grueso, hace con esos difuntos previamente tutelados en
vida por la socialdemocracia destructora de la familia tradicional? Primero,
por eso de seguir el protocolo, los burócratas guardan los cuerpos al menos un
mes en cámaras frigoríficas, a la espera de que algún supuesto familiar o amigo
los reclame. ¡Un mes! Así y todo, en la mayoría de los casos (era de esperar)
nadie reclamará estos cuerpos de solitarios otrora “autónomos” e
“independientes”, “liberados” en vida, sin ataduras humanas de ninguna clase.
Finiquitado el plazo de cordialidad, los cadáveres solitarios pasarán por
último a ser debidamente “procesados” (sic), haciendo de ellos… ¡combustible
para estufas! Algún lector malicioso de Heráclito, el plomizo
filósofo del devenir, podría emitir alguna frase cohete presuntamente
divertida… pero fracasará en el empeño. Nada, ni una anónima fosa común, dará
perpetuo reposo a esos cuerpos de antiguos votantes de Olof Palme.
He aquí la pregunta obvia que surge en nuestras mientes tras este relato
monstruoso pero verdadero: ¿cuán degradada puede estar una sociedad
como para llevar a cabo tan sórdido plan de desechado/reciclado de los cuerpos
de sus coetáneos en energía calorífica? ¿Es aceptable instrumentalizar hasta
tal punto los cuerpos de los difuntos para hacer de ellos "combustible
para estufas"? No intenten buscar esta noticia en la prensa vernácula
de la red, pues dichos datos me han sido suministrados de primera mano por un
amigo sacerdote católico polaco (cuya identidad ocultaré) que está, cual
testigo presencial, muy al tanto de cuanto se cuece en el infierno progre
sueco, tan próximo a su querida patria, la muy católica y llena de futuro
Polonia.
Ése es el doble destino de Europa, sus dos recorridos
posibles hacia la extinción o la supervivencia: o seguir la amplia autovía
sueca, conducente al mismísimo infierno terreno, o hacer lo correcto y marchar
por la empinada y abrupta senda polaca, camino de la Salvación (de los
cuerpos, sí, pero también, y lo que es más importante, de las almas). En esta tesitura nos encontramos: por desgracia para
los españoles, la deriva socialdemócrata no ha hecho más que acentuarse en
nuestro Reino. La izquierda miserable, ebria de sangre nueva y víctimas que
inmolar, se está ahora frotando las manos tras el éxito de su golpe de Estado
encubierto, mientras planifica con vileza de reptil la demolición de la Patria. Estos
profanadores de tumbas, con todo su odio a la Cruz de Cristo, con sus pecados capitales bien
amarrados por bandera, están condenados más pronto o más tarde a fracasar en
sus malvados propósitos, pues el mal siempre tuvo un principio, y por tanto tendrá
también un final. La cuestión es inmutable, sin duda, pero no conviene olvidar
a la otra parte, presuntamente contraria a Satanás y a sus legiones; siguiendo
aquí a Edmund Burke y cerrando ya este artículo: si
para que el mal triunfe sólo es necesario que los buenos no hagan nada, ¿acaso
en verdad los buenos no haremos nada? Que cada uno se sincere en la
respuesta. Vana cosa sería luego lamentarse.
José Antonio Bielsa Arbiol
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