Bien
conocida por sus aguas termales y por sus fastuosos balnearios modernistas, la
bonita población de Alhama de Aragón (Zaragoza) no está exenta de
otros exclusivismos que la tornan lugar muy especial para el sibarita. A pocos
pasos de la casa natal del gran compositor de zarzuelas Pablo
Luna, nos topamos con uno de estos hitos singulares: la casa
solariega de un masón, como suena.
La
fachada del edificio acusa una traza tradicional, elegante y esbelta,
vigorizada por una jerarquía en alturas que diferencia bien las plantas
principales de la superior. Pero es preciso aguzar la vista y detenerse en las
marcas del suelo de la primera planta: al mirar con detenimiento
dicho zócalo corrido, advertimos una simbología muy familiar: escuadras y compases,
niveles y plomadas, mazos, el ankh, la letra G (cuyo valor
numérico es 3, y hace referencia al dios-geómetra-arquitecto de los masones),
etcétera. Esta simbología masónica, que seguramente pasará desapercibida para
cualquier paseante despistado (como desapercibida ha debido pasar para buena
parte de los alhameños), nos saca de nuestro atolondramiento termal y nos
devuelve a la realidad del mundo semi-oculto de los arcanos masónicos: la
realidad de una masonería operante y altanera, tan segura de su hermetismo que,
hará un largo siglo y en un pequeño pueblo de Aragón, no tuvo empacho alguno en
mostrar de fachada afuera su iconografía siniestra y herética: el masón
propietario de esta casa (piedra perfectamente escuadrada y pulida) manifestó
así su superioridad integral con respecto a sus convecinos
(incultas piedras sin pulir).
Nuestra
curiosidad expectante quedó satisfecha cuando supimos, por boca de la
actual propietaria de la casa, que de la misma "había sido dueño
uno de la masonería". Confirmada la evidencia, seguimos nuestro paseo
calle abajo.
José Antonio Bielsa Arbiol
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