“LO QUE QUEREMOS
ES UN GOBIERNO JUSTO Y CON LIBERTAD”
El nuevo
Presidente de la Junta
de Gobierno, Javier Garisoain Otero, clausuraba el XIII Congreso de la Comunión Tradicionalista
Carlista, con una intervención el pasado domingo 14 de octubre de 2018, de la
que me permito entresacar las palabras que encabezan estas líneas.
Todos
los hombres tienen derecho a un gobierno justo, a un gobierno que establezca un
orden social basado en la justicia. El sofisma liberal dice, en cambio, que
todos los hombres tienen derecho a formar parte del gobierno, lo cual es muy
distinto y muy discutible.
“Lo que de todas maneras debe repetirse «oportune
et importune» contra la estupidez sentimental del demoliberalismo es que el
Estado no tiene otra razón de ser que imponer un orden público de convivencia
humana, basado en la justicia. Esperar que este orden nazca solo, por la libre
acción de los particulares, es no conocer al hombre y es, sobre todo, pervertir
la noción de Estado. Si el Estado se desentiende de la moral pública, el Estado
pierde su razón de ser. En esto, precisamente, estriba la gran tragedia de la
sociedad moderna. Que no solamente el Estado no impone el orden público sino
que lo altera y lo corrompe. Las costumbres públicas y «la sociedad» son
peores, más inmorales y más desprovistas de carácter que los individuos. La
totalidad pesa con sus costumbres sobre la moral de sus miembros, y corrompe a
la mayoría de ellos. La mayor parte estarían contentos de poder vivir libres
según su conciencia; pero sucumben al poder corruptor de la moral pública,
porque el poder de hacerle frente, sin que se perjudique el carácter, sólo es
propio de unos pocos favorecidos por Dios” (Julio MEINVIELLE).
La
justicia es la constante y perpetua
voluntad de dar a cada uno lo que le corresponde, su derecho (Digesto 1.1.1, ULPIANO 1). Y a este
respecto es importante la segunda condición apuntada al principio: el orden
debe ser justo, pero no basta con esto, sino que es preciso que además sea
justo con libertad.
Ese
es el gran dilema de nuestro tiempo, como apuntaba KUEHNELT-LEDDIHN: libertad vs. igualdad. Marcos DE SANTA TERESA escribe
en su Compendio de Moral Salmaticense
según la mente del Angélico Doctor (Pamplona, 1805):
“P. ¿Qué es justicia distributiva? R. Que es: «qua bona communia
distribuuntur inter partes communitatis secundum proportionem meritorum». Su
acto interior es la voluntad recta de querer distribuir los bienes comunes con
esta proporción, y el externo es distribuirlos según ella. En esta justicia no
es el «medium rei» la igualdad aritmética, sino la geométrica: v. g. si el
premio que se ha de distribuir es como seis, y uno tiene mérito como doce, y
otro como ocho, se den cuatro al primero, y dos al segundo”.
En este mismo sentido, ya apuntaba
Aristóteles en la “Ética a Nicómaco” (libro
V, capítulo III) que en la justicia no opera una igualdad aritmética, sino una
igualdad geométrica o proporcional:
“Puesto
que el carácter de la injusticia es la desigualdad, y que lo injusto es lo
desigual, se sigue de aquí claramente que debe haber un medio para lo desigual.
Este medio es la igualdad; porque en toda acción, sea la que quiera, en que
puede darse el más o el menos, la igualdad se encuentra también precisamente.
Luego si lo injusto es lo desigual, lo justo es lo igual; esto lo ve cualquiera
sin necesidad de razonamiento; y si lo igual es un medio, lo justo debe ser
igualmente un medio. Pero la igualdad supone por lo menos dos términos. Es una
consecuencia no menos necesaria, que lo justo sea un medio y una igualdad con
relación a una cierta cosa y a ciertas personas. En tanto que medio, es el
medio entre ciertos términos, que son el más y el menos; en tanto que igualdad,
es la igualdad de dos cosas; en fin, en tanto que justo, se refiere a personas
de cierto género. (…). Si las personas no son iguales, no deberán tampoco tener
partes iguales. Y de aquí las disputas y las reclamaciones, cuando aspirantes
iguales no tienen partes iguales; o cuando no siendo iguales, reciben sin
embargo porciones iguales. (…) lo justo es algo proporcional. La proporción no
se limita especialmente al número tomado en su unidad y abstractamente; se
aplica al número en general; porque la proporción es una igualdad de relaciones
(…) lo justo de esta especie es un medio entre extremos que sin esto no
estarían ya en proporción; porque la proporción es un medio, y lo justo es
siempre proporcional. Los matemáticos llaman a ésta, proporción geométrica; y
en efecto, en la proporción geométrica, el primer total es al segundo total,
como cada uno de los dos términos es al otro. Pero esta proporción que
representa lo justo, no es continua; porque no hay numéricamente un solo y
mismo término para la persona y para la cosa. Luego si lo justo es la
proporción geométrica, lo injusto es lo contrario a la proporción, ya en más ya
en menos. Esto es precisamente lo que pasa en la realidad; el que comete la
injusticia se atribuye más que lo que debe tener, y el que la sufre recibe
menos que lo que le corresponde”.
La
democracia moderna dice basarse en la libertad, pero traduce esa libertad en
términos de igualdad absoluta impuesta desde el Estado. El pensamiento
tradicional, en cambio, da sustantividad a la Nación , a la Patria - y no al Estado - a la que concibe como “sociedad mayor de sociedades” (Víctor
PRADERA), de modo que la libertad queda residenciada en ámbitos vitales
concretos, en los que la persona se integra de modo natural: familia,
municipio, comarca, región, asociación profesional, sindicato, etc.
La libertad no
es algo teórico, abstracto, meramente ideológico, sino una condición
irrenunciable para el desenvolvimiento vital de la persona en las sociedades
humanas. La sociabilidad natural del ser humano impone que esa libertad se
encarne en las mismas agrupaciones por las discurre su existencia cotidiana.
Por eso, a los tradicionalistas nos gusta más hablar de libertades concretas
que de libertad en general.
Ante todo,
porque partimos de la evidencia de que la vida de las personas se desarrolla en
el seno de diversas comunidades, con sujeción a autoridades legítimas a las que
se encomienda la consecución del bien común propio de cada una de ellas. Rechazamos
la concepción de la libertad como indeterminación, como ausencia de límites, la
concepción negativa y antisocial de la libertad. La libertad es la capacidad de
autodeterminación de la persona a sus fines, bajo la razón de bien de éstos. Al
mismo tiempo, constatamos que necesitamos de la ayuda y la cooperación de otras
personas para alcanzar esos fines, esos bienes. Por tanto, una condición
esencial para un gobierno justo es la garantía de la libertad en todas esas
sociedades “menores” en las que se desarrolla
nuestra vida diaria, libertad que debe promover y tutelar una autoridad
legítima, es decir, constituida orgánica o funcionalmente dentro de la
agrupación social de que se trate, y que en todo caso deben respetar
escrupulosamente todas las sociedades de ámbito u orden jerárquico superior.
Reprobamos por
idénticos motivos la concepción mecánica de una sociedad compuesta de meros
individuos, abstracta y absolutamente iguales, que se agregan numéricamente de
forma indiferenciada, esa especie de sublimación de la fuerza bruta de la
manada que los griegos designaban peyorativamente con el término “oclocracia”. Esta concepción no es sino
una manifestación del materialismo extremo que explica los grandes descalabros
de la política moderna. Este individualismo político arranca de la materia, “signata quantitate”, y la materia
entronizada como expresión de discernimiento disuelve, destruye, corrompe,
porque la bondad adviene siempre a los seres por la vía de la forma.
A la luz de
estos conceptos, la partitocracia rampante que padecemos resulta claramente
injusta, “pues niega por su naturaleza la
estructuración de la nación en unidades sociales (familia, taller,
corporación); organiza numéricamente hechos vitales humanos que se substraen a
la ley del número; se funda en la igualdad de los derechos cuando la ley
natural impone derechos desiguales: no puede ser igual el derecho del padre y
del hijo, el del maestro y el del alumno, el del sabio y el del ignorante, el
del honrado y el del ladrón. La igual proporción, en cambio – esto es la
justicia – exige que a derechos desiguales se impongan obligaciones desiguales”.
(Julio MEINVIELLE).
Por nuestra parte, siguiendo a XÈNIUS, apostamos por la restauración de
una auténtica Cultura, en la que se
plasme la solidaridad de los pueblos hispánicos en el tiempo (la continuidad de
nuestra tradición histórica) y en el espacio (la autarquía de todas las
entidades infrasoberanas).
R. P.
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