El
general Tomás de Zumalacárregui Imaz, nació en Ormáiztegui
(Guipúzcoa) en 1788. Fue un gran católico, muy piadoso y un
ferviente patriota. Se le considera el militar más brillante que
tuvieron las tropas tradicionalistas en el siglo XIX en el periodo de
las guerras carlistas, concretamente durante la Primera Guerra
Carlista (1833-1840).
Fue,
para muchos historiadores, el militar español de mayor talento del
siglo XIX. Estuvo al frente del ejército carlista del Norte, el
vasconavarro. Consiguió extraordinarias victorias contra el ejército
liberal, en aquella guerra entre la España católica y la
antirreligiosa de influencia masónica, que fue un claro precedente
de la de 1936-1939, justo un siglo más tarde.
Zumalacárregui
consiguió la mayor parte de sus victorias al frente de tropas
navarras. Y es que el Viejo Reino en el siglo XIX como en el XX fue
el principal bastión carlista. Era Zumalacárregui un católico
devoto y desde luego, un orgulloso vascongado y un gran patriota
español. Precisamente defendió siempre que las tropas vasconavarras
carlistas no se encerraran en sus provincias sino que lanzaran
fuertes ofensivas hacia el interior de España, en unión con las
fuerzas carlistas del resto del país para tomar Madrid y ganar la
guerra. Y reaccionó violentamente -como veremos- cuando alguien se
atrevió a deslizar insinuaciones separatistas a sus oídos.
Nació
en una familia de clase media hidalga. Se crió en el caserío
Iriarte Erdicoa. Tenía 12 hermanos. Uno de ellos, el mayor, fue
auditor de la Audiencia de Burgos y diputado liberal en las Cortes de
Cádiz. De joven se alista voluntario en la Guerra de la
Independencia y será uno de los heroicos defensores del Portillo de
Zaragoza contra los franceses. Militó también en la guerrilla de
Gaspar Jaúregui, “El Pastor”, célebre guerrillero guipuzcoano
que causó grandes bajas a las tropas francesas. Años más tarde se
dio el caso de que Zumalacárregui, ya en la guerra carlista
derrotaría a su antiguo comandante, Jáuregui, entonces general
liberal. Pudo decirse entonces que el alumno había superado al
maestro.
Sigue
la carrera militar y en 1833 en vísperas de la guerra Carlista era
Zumalacárregui gobernador militar de la plaza de El Ferrol pero es
represaliado por las autoridades liberales que ya conocen sus ideas
tradicionales, católicas y antilberales y le quitan el mando. Se
traslada con su esposa Francisca de Ollo a vivir a Pamplona. No es
momento aquí de detallar el riquísimo significado del Carlismo,
algo que podría llenar un volumen. Baste con señalar que los
carlistas se alzaron en defensa de la España tradicional y católica
contra el gobierno liberal promasónico cuya chusma llevó a cabo en
aquellos años grandes matanzas de sacerdotes en Madrid y Barcelona
en nombre de la constitución liberal de Cádiz.
No
eran absolutistas como se les suele tildar falsamente sino defensores
del régimen tradicional español basado en el código de las
Partidas de Alfonso X el Sabio, base de las sucesivas Recopilaciones
de las leyes de Castilla publicadas en tiempos de Felipe II y
reeditadas posteriormente en el siglo XVIII como Recopilación de las
Leyes de España. También defendían los antiguos fueros de las
regiones de la antigua Corona de Aragón, Navarra y las Provincias
Vascongadas. En definitiva creían en una monarquía apoyada en las
leyes antiguas y no sometida a la tiranía liberal demagógica de la
“soberanía popular”. Y sobre todo creían en una monarquía,
como siempre había sido la española, basada en la defensa de la Fe
y de la Religión como la necesaria base de la organización social.
Zumalacárregui
es reconocido en primer lugar comandante de las milicias carlistas de
Navarra y después también las Diputaciones carlistas vascongadas le
reconocen igualmente como su líder militar. Zumalacárregui es
coautor junto con el propio pretendiente don Carlos María Isidro del
primer manifiesto “carlista” a los españoles al comenzar la
guerra que empieza diciendo: “Españoles, mostraos
dóciles a la voz de la razón y la justicia. Economicemos sangre
española. El éxito no es dudoso, un solo esfuerzo y España será
libre. Los historiadores han señalado que el gran mérito
militar de Zumalacárregui (que fue conocido enseguida como “El
Caudillo” por los carlistas) fue no querer ser un líder
guerrillero sino por el contrario organizar un autentico ejército
regular de gran calidad formado por voluntarios entusiastas con un
gran apoyo popular. Sin él probablemente la guerra
carlista no hubiera pasado de unas pocas bandas guerrilleras
fácilmente derrotadas. Durante los años 1834 y 1835
Zumalacárregui derrota uno tras otro a grandes ejércitos liberales
de los generales Quesada, Valdés, Espoz y Mina (este último gran
guerrillero patriota en la Guerra de la Independencia e ídolo de los
navarros entonces pero que ahora, al ser liberal había perdido apoyo
en Navarra) y Jáuregui.
Como
resultado los carlistas dominaron la mayor parte de Navarra,
Guipúzcoa Vizcaya y Álava aunque no pudieron tomar sus capitales.
Paralelamente en buena parte de Valencia y Aragón los carlistas
también establecían su dominio al mando de otro gran general, Don
Ramón Cabrera y en Cataluña así como otras provincias
incluyendo amplias zonas de Castilla, Asturias y Galicia e incluso
Extremadura se establecían focos aunque más limitados y efímeros.
En
abril de 1835 Zumalacárregui corona su carrera con una gran victoria
contra el ejército liberal en la batalla de las Amézcoas, comarca
situada en Navarra junto a Guipúzcoa y Álava. Entonces ocurrió un
hecho que probablemente cambió la historia de España. Don Carlos y
sus consejeros, obsesionados con conseguir el apoyo económico y
reconocimiento diplomático de potencias como Prusia o Austria
obligan a Zumalacárregui a establecer el asedio formal de Bilbao,
algo a lo que el Caudillo era reticente pues la ciudad estaba muy
fortificada y él prefería avanzar hacia Castilla. El 24 de junio
de 1835 Zumalacárregui muere al recibir el impacto de una bala
perdida junto a Bilbao que, mal curada, se complicó.
No
es exagerado decir que aquello condenó a la derrota final al
ejército carlista pues no había más generales como él. Le
sustituyó el general Gomez Moreno, andaluz de Jaén y hombre de
confianza del Caudillo pero que no tenía su talento. En 1837 los
carlistas organizarán la “Expedición Real” que llegará a las
puertas de Madrid pero será derrotada finalmente por los pelos por
las tropas liberales. Si incluso con el mando débil y vacilante de D
Carlos, el ejército carlista estuvo a punto entonces de tomar Madrid
y ganar la guerra ¿que hubiera pasado si la “Expedición Real”
hubiera sido liderada por un gran general como Zumalacárregui?
Fue
un hombre que tenía lo que hoy llamamos “carisma”. Valiente,
gran general, era incluso apuesto. No tardó en convertirse en
leyenda en aquella época en España (hasta los liberales como el
escritor Benito Pérez Galdós le admiraron mucho) y aún en Europa.
Fue, como dijimos un gran patriota español. En 1834 se produjo un
interesante hecho que da la medida del patriotismo de los vascos de
la época.
Llegó
a España un personaje llamado Agustín Chaho, escritor vascofrancés
que propugnaba la independencia vasconavarra de España y Francia
(hoy el mundo proetarra le considera su primer precursor). Incluso
escribió a Zumalacárregui proponiéndole que se proclamara rey de
Vizcaya y Navarra con el nombre de Tomás I. Zumalacárregui
ordenó su expulsión immediata de España, amenzando con fusilarle.
Por lo demás las propuestas de Chaho no tuvieron el menor
eco entre los voluntarios vascos y navarros.
A
pesar de ello el mundo proetarra ha intentado a veces “apropiarse”
de su figura provocando el desprecio o la hilaridad de los
historiadores. Incluso el historiador vasco Jose Luis Sainz de la
Granja, próximo al PNV, recordó a los batasunos en una entrevista
al periódico vasco El Correo que Zumalacárregui es lo más opuesto
a ellos. Por eso lo más habitual es que ataquen su memoria como
cuando en 2011 fue destrozada la placa que recuerda a Zumalacárregui
en Pamplona. Desde luego desolados se sentirían hoy Zumalacárregui
y sus hombres si vieran lo ocurrido en Vascongadas en las últimas
décadas. Ellos, que fueron tan amantes de su tierra y de España.

Poco
antes de morir un notario le preguntó cuáles eran sus posesiones y
contestó que sus únicas posesiones eran su esposa y sus hijas. Al
ser un hombre muy honrado, aún siendo el general más importante,
tenía un sueldo modesto y renunció a enriquecerse con el saqueo. Al
morir fue nombrado por D. Carlos duque de la Victoria, para que su
familia no pasase estrecheces. Comparemos a nuestro héroe con los
políticos actuales.
Se
le atribuye a Zumalacárregui el haber hecho popular la tortilla de
patata. Una humilde ama de casa de Navarra al no tener para ofrecerle
nada más que huevos, cebollas y patatas, los puso en la sarten con
un poco de aceite. Al general le gustó tanto esa combinación
(inédita hasta entonces) que pidió la receta y la usó de alimento
para sus tropas en Bilbao.
Javier
Navascués Pérez
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