EN TORNO A LA BANCA SISTÉMICA
Estructuralmente hablando, ¿qué
hermanaría a entidades bancarias tales como JP Morgan, Goldman
Sachs, ING Bank, RBS, Generali, KBC, Banco Espirito Santo, Santander Río o Intesa San Paolo? En una palabra, que son SISTÉMICAS, es decir que
en virtud de su prominente tamaño, su quiebra puede ocasionar serios daños al
conglomerado financiero mundial, haciendo peligrar la sostenibilidad del
edificio macro, y que por ende no hay que
dejarlas caer bajo ningún concepto, al menos a priori.
La banca sistémica, no obstante, sigue siendo
para la inmensa mayoría de sus clientes un enigma, en cuanto la parte visible
de la misma es sólo un anecdótico logotipo. Para frenar posibles abusos o
irregularidades, hay al menos dos entes que velan por su correcto discurrir: el
FSB (Consejo de Estabilidad Financiera) y el BCBS (Comité de Basilea);
entrambas instituciones se procura aunar, y equilibrar, una serie de reglas
concretas, bien que ajustadas a cada uno de estos bancos en sí mismos; el
objetivo: limitar las posibilidades muy reales de que una crisis aflore en
alguna de estas entidades privilegiadas. Esto supone un redoblamiento de las
medidas de control sobre la infraestructura de dichas bancas, siempre sometidas
desde fuera a todo tipo de test y observaciones por comités de expertos, sean
amigos o enemigos.
Es misión obligada de la banca sistémica apelar
al buen pragmatismo en caso de urgente necesidad. Para ello se exigen varias
cosas, algunas un tanto ambiguas si se intentan ajustar a una lectura
textualista de los protocolos de actuación: así, tener mayor solvencia (que las
bancas del montón) en caso de caída en “crisis”; acusar una efectividad
manifiesta a la hora de absorber las consiguientes pérdidas; y, lo más
importante de todo: disponer de lo que los expertos llaman un “testamento de
vida”, con el cual pueda amortiguarse la hipotética caída de la entidad, causando
el menor daño posible (léase procurando desestabilizar a terceros).
Ahora bien, la banca sistémica, para bien o
para mal, forma parte de algo mucho más grande y complejo, incluso siniestro,
inmerso en el denominado (y muy borroso) “Comité de los 300”, y ni el FSB ni el
BCBS pueden hacer gran cosa a la hora de las grandes resoluciones que son
tomadas a puerta cerrada en las primeras logias financieras del globo. Si bien
este Comité es organismo discretísimo (entiéndase masónico), nadie puede negar que
sus resoluciones decididas a espaldas del mundo mundano, nos afectan de un modo
grande a todos, desde el político de paja que recibe órdenes de instancias
superiores al pobre pensionista que apenas puede llegar a fin de mes y pagar
los impuestos de rigor. Una breve síntesis de lo aquí expuesto está debidamente
ilustrada en el mapamundi de arriba, en el que se hace hincapié en dos entes de
muy diferente jerarquía: el Club de Roma y el famoso Club Bilderberg. El
problema es que no son jerárquicamente equivalentes, como astutamente nos hace
creer el mapa: si el primero sí participa realmente del “Comité de los 300”, el
segundo debería ubicarse en un estrato superior, el “Consejo de los 33”, es
decir en una posición dominante más que privilegiada de poder. A esa altura, ni
que decir tiene, la prominente estructura sistémica de los bancos se desdibuja,
pasando a ser meras fichas de un tablón de juego. Frente a las empresas
transnacionales, que por así decir harían el trabajo de fábrica, sus hermanas
las entidades bancarias sistémicas, hacen el trabajo de oficina... pero trabajo
de operario, al fin y al cabo. Mas sus vínculos fraternos son incuestionables:
del progreso de las primeras depende la pervivencia en el tiempo de las otras,
mientras, en las plantas de arriba, los amos vigilan… a quienes nos vigilan.
Resumiendo: cuando usted vaya al cajero a
actualizar su libreta de ahorros, piense por un momento que esos números
impresos en forma de movimientos bancarios sólo son las cadenas invisibles de
su esclavitud nunca asumida/asimilada. Tras esos números lerdos, ojos
calculadores y manos desapasionadas están aniquilando pueblos y regiones
enteras, al tiempo que el fofo moderno de turno (liberal o socialista) sucumbe
a su nada bebiendo una lata de Coca-Cola.
José
Antonio Bielsa Arbiol
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