OBITUARIO

ANTONIO HERRERO TRALLERO



  La muerte inesperada de D. Antonio Herrero Trallero el pasado mes de Abril confirmaba la aparente liquidación de la remanente carlista visible en Calanda (Teruel). Frisaba los 70 años de edad el calandino. Su salud endeble no hacía entrever que su estado fuera tan precario.
         Antonio Herrero siempre se tuvo por carlista. Le venía de hondas raíces genealógicas. Había vivido cual carlista hasta en los más ínfimos detalles de su prosaico día a día. En un pueblo como Calanda, plagado de neoliberales y socialistas propietarios, su presencia podía considerarse un feliz golpe de efecto. Mis relaciones con él siempre aparecieron mediatizadas por su amistad con mi abuelo paterno, Antonio Bielsa Alegre (finado en 2008), quien entre otras cosas descubrió en 1964 los famosos mosaicos romanos del Yacimiento del Camino de Albalate (que hoy pueden verse en el Museo Provincial de Teruel). Cuando sendos Antonios entraban en conversación catártica, raro era el viandante que no paraba un rato para escuchar el curso precipitado de aquellos diálogos preñados de talento y sentido. A la sazón apicultores, habían desarrollado un profundo sentimiento de apego a la naturaleza. Apego que en Herrero adquiría inusitada dimensión ecológica y hasta política.
         Antonio Herrero no sólo era un carlista consecuente; su temperamento -¡cómo no!- carlista era. Por sorprendente que pueda parecernos a los reaccionarios, él militaba en Greenpeace (!); una vez, en plena calle de Ramón y Cajal, incluso intenté convencerle de que abandonará dicha secta globalista y panteísta; fue en vano: para él Greenpeace era algo bien diferente a una ideología. Su activismo como ecologista no aspiraba tanto a lo masónico-transnacional como a lo concreto-local; pese a ello, adquiría a menudo una dimensión política infrecuente. El carlista se desdoblaba de este modo en el ecologista-carlista en acción. A menudo lo veía patrullando por los caminos, al volante de su jeep, intentando detener todo tipo de acciones contra el medio ambiente. Por esta labor fue muy cuestionado, incluso demonizado. Pero ante todo y sobre todo era altavoz de una realidad apenas visible en el contexto del Bajo Aragón: las emisiones de gases nocivos procedentes de la vecina Central térmica de Andorra (causa posible de gran número de enfermedades respiratorias desarrolladas entre los calandinos), la acusada contaminación de las aguas, la sobresaturación de productos fitosanitarios en las plantaciones, una retahíla extremadamente prolija de asuntos turbios que él investigaba y divulgaba, como la excesiva presencia de flúor en el suministro de agua potable del pueblo. Sus intervenciones en los micrófonos radiofónicos marcaron época en la comarca. Allí donde Herrero iba, la polémica estaba servida. Sus denuncias, si bien en ocasiones caían en saco roto, otras muchas cuajaban en sonoras pitadas, amenazas, broncas... Las fuerzas vivas sabían quién era, y cómo operaba. Ese proteccionismo del medio ambiente era coherente con su modo de vida carlista: la naturaleza, los andarines corderos, las laboriosas abejas, y tantas pequeñas criaturas que habrían hecho las delicias del gran Fabre, tenían en Herrero un fiel custodio.
         Antonio Herrero fue además un contumaz defensor de la herbodietética, anticipando las corrientes modernas, o tal vez participando de ellas. Gran consumidor de propóleo, solía visitar con frecuencia regular la tienda del “Hierbas” (como funcionalmente llaman en Calanda al dueño de la herbodietética Manantial de salud), vindicando las propiedades nutritivas y curativas de esta poderosa panacea. Gracias a él probé por primera vez tan nutricia sustancia; rara vez no me acompaña en la mesa.
         Pero si hay una imagen que quedará guardada a fuego en mi memoria del carlista Antonio Herrero Trallero, es ésta: hará una veintena de años o así, en la calle Pedreras de Calanda, mientras ayudaba a mi abuelo Antonio en la descarga de un remolque lleno de sacos de almendra (de unos cincuenta kilos cada saco), apareció por allí Antonio. La mecánica actividad consistía en trasladar los sacos de almendras del referido remolque al primer piso del almacén donde dicho fruto seco sería almacenado antes de su traslado a la cooperativa. Mi abuelo, sin más preámbulos, se dirigió al buen carlista:
         - Anda, Antonio, ayúdanos a subir estos sacos al piso de arriba...
         Antonio Herrero, algo demacrado y cansado ya por entonces, desgarbado el porte y melancólica la mirada, no lo dudó dos veces. Cargó a sus espaldas uno de los sacos y procedió a desplazar continente y contenido a la pieza superior. Yo apenas podía con mi alma subir aquellos pesados bultos. Pero Antonio Herrero, sin emitir el menor lamento ni suspiro, cumplió con su misión sin torcer la cerviz un palmo. Al terminar el trabajo, me musitó risueño al oído:
         - ¿Te había dicho alguna vez que yo soy carlista?
        

José Antonio Bielsa Arbiol

Comentarios

V.C.R. ha dicho que…
Lo conocí en actividades del Icona. q.e.p.d.
Anónimo ha dicho que…
D.E.P.