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Ramiro de Maeztu |
Fotografía de Ramiro de Maeztu, que publicó un artículo titulado “Razones de una conversión” en el número 62-63 de la revista Acción Española de 1 de octubre de 1934. Con el debido respeto, se toma el mismo título para encabezar estas líneas de testimonio personal.
Cuando era
joven, fui revolucionario, no marxista, todo hay que decirlo, pero sí
partidario de medidas de reforma radical en la economía y en la sociedad en
general. Por ambiente social, y por lecturas, para mí el valor máximo era la
igualdad, que era como entonces traducía la justicia.
Gracias
a Dios, nunca mejor dicho, tuve la suerte de nacer en un hogar cristiano, y por
eso, a pesar de todos mis errores personales, seguía recibiendo de la Iglesia , que no me imponía
dogmas en cuestiones temporales, una enseñanza sobre lo que de verdad importa.
Llegó
el momento de formarme para elegir una profesión. Tras obtener la Licenciatura en
Derecho, logré superar una oposición y obtener un empleo como funcionario.
Hay
dos nociones básicas que he aprendido a lo largo de mi periplo vital:
1. La
justicia sigue siendo para mí el valor humano máximo, pero ahora no la equiparo
a la igualdad sin más, sino que, sobre todo, me resulta inseparable de la
libertad. No podemos hacer nada bueno o justo por los demás si no empezamos por
amar y comprender su libertad. Con las palabras inmortales de El Quijote: “La libertad, Sancho, es uno de los más preciosos dones que a los
hombres dieron los cielos; con ella no pueden igualarse los tesoros que
encierra la tierra ni el mar encubre; por la libertad así como por la honra se puede y debe aventurar la
vida, y, por el contrario, el cautiverio es el mayor mal que puede venir a los
hombres”.
2. Por
otra parte, he tomado conciencia del culto supersticioso que tributa el hombre
moderno al Estado. Sin embargo, el Estado moderno ha sido de hecho el causante
de los sufrimientos más terribles de toda la historia de la humanidad, y para
constatar la veracidad de esta afirmación basta con repasar los principales
hitos del siglo XX. Soy funcionario, no me avergüenzo de ello, porque es una
profesión honrada como muchas otras, y trato de servir a la sociedad con mi
trabajo. Pero más allá de las consideraciones históricas generales que acabo de
hacer, constato día tras día, como funcionario y como simple ciudadano, que el
poder político se apodera de los espacios de libertad de las distintas
comunidades que conforman la sociedad, que trata de reducir a la lógica
partisana todo el dinamismo natural de esa sociedad y que aspira, como
soberano, a imponer su propia moral en perjuicio de la libertad de las
conciencias, que no es sino el último reducto de la dignidad humana. No soy
ácrata, menos aún anarcocapitalista. Creo en la autoridad, y en la necesidad de
instituciones públicas que velen por el bien común. Pero de eso al socialismo o
estatismo (la gnosis socialdemócrata imperante a nivel mundial como resultado
de la Segunda Guerra
Mundial) media un abismo, y el orden social hoy vigente me parece injusto e
inhumano.
Amo a mi
Patria y quiero servirla con justicia, y por eso llamé a la puerta de la Comunión Tradicionalista
Carlista. Me abrieron y me dieron un fuerte abrazo. Me siento profundamente
agradecido. En cierto modo, esto es como la Legión , no importa tu vida anterior, no importa
lo largo que sea el camino que cada uno haya tenido que recorrer para llegar
hasta aquí. Lo que de verdad importa es que todos hemos sido libres para llegar
hasta aquí, y que una vez aquí unos y otros estamos dispuestos a luchar por
aquello que realmente merece la pena, todas esas cosas que designamos por
Tradición y que tratamos de condensar en el cuatrilema: Dios, Patria, Fueros y
Rey.
R. P.
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