Introducción a “La constitución incumplida” (2)



La Constitución incumplida”

Javier Barraycoa

SND Editores (Madrid 2018)

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En teoría ya está todo dicho sobre la Transición. Sin embargo, ahí está la trampa pues para algunos como nosotros, pesan más los silencios que lo relatado sobre ella. A lo largo de muchos años se han configurado intencionalmente unos estereotipos que no han dejado de repetirse como mantras, cumpliendo perfectamente su misión. La historia ya está escrita y no hay que dejar espacios al revisionismo: “lo escrito, escrito está”. Una de las características de los estereotipos es que adquieren vida propia, crecen, se arraigan y perviven en las psiqués individuales y colectivas. Una vez instalados ahí, se quedan petrificados y ya es casi imposible transmutarlos. Las conversiones intelectuales son escasas en nuestra época, entre otras cosas porque hemos dejado de pensar. Así, sin quererlo ni desearlo, muchísimos españoles no han podido evitar configurarse una idea o un imaginario de lo que fue la Transición: “el paso de una terrible dictadura a una democracia pura, por obra y gracia del Pueblo”.

La construcción de este sencillo e ingenuo imaginario, ha permitido que una parte muy importante de la ciudadanía sacase esta conclusión: comparada con la dictadura, las bondades democráticas no tenían necesidad de demostrarse ni justificarse. Su legitimidad provendría de sí misma y su carismática aparición en la historia, por la Gracia del Pueblo. Craso error. Un sistema o régimen político, por muy democrático que sea, si no se somete a continuos autocontroles, revisionismos, debates reales, decisiones de hombres de Estado, que parecen estar actualmente en vías de extinción, entonces el sistema flaqueará. La democracia no es el Régimen, sino un régimen y en cuanto tal –como ya nos enseñó Aristóteles- es susceptible como cualquier otro de corrupción e incluso de transformarse en un totalitarismo.

Pero es evidente que el estereotipo de la Transición ha funcionado mientras que ha durado un tácito “consenso” de silencios y complicidades entre la casta política que se fue forjando durante estas décadas. Pero las generaciones pasan y los pactos que sirvieron en su momento dejan de tener validez y vinculación ante nuevas generaciones de políticos y ciudadanos. Por eso, lo que denominaremos el Régimen de la Transición ha empezado a quebrarse. Esta fractura se inicia al romperse un consenso intergeneracional que implica la pérdida de una legitimidad hasta entonces indiscutida. Las nuevas generaciones políticas, escoradas hacia una izquierda radical que quiere romper con la “izquierda institucionalizada” surgida de la transición. Por ello, aquella, profundamente populista, puede sin demasiados costes reinterpretar la Transición, pues las nuevas generaciones de jóvenes, carecen de anclajes experienciales, afectivos y sentimentales con aquellos tiempos (fuera uno de derechas, de izquierdas o apolítico).

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