“La Constitución
incumplida”
Javier
Barraycoa
SND Editores (Madrid
2018)
* * *
En teoría ya está
todo dicho sobre la Transición. Sin embargo, ahí está la trampa pues
para algunos como nosotros, pesan más los silencios que lo relatado sobre ella.
A lo largo de muchos años se han configurado intencionalmente unos estereotipos
que no han dejado de repetirse como mantras, cumpliendo
perfectamente su misión. La historia ya está escrita y no hay que dejar
espacios al revisionismo: “lo escrito, escrito está”. Una de las
características de los estereotipos es que adquieren vida propia, crecen, se
arraigan y perviven en las psiqués individuales y colectivas. Una vez
instalados ahí, se quedan petrificados y ya es casi imposible transmutarlos.
Las conversiones intelectuales son escasas en nuestra época, entre otras cosas
porque hemos dejado de pensar. Así, sin quererlo ni desearlo, muchísimos españoles
no han podido evitar configurarse una idea o un imaginario de lo que fue la Transición : “el
paso de una terrible dictadura a una democracia pura, por obra y gracia del
Pueblo”.
La construcción de este sencillo e ingenuo imaginario, ha
permitido que una parte muy importante de la ciudadanía sacase esta conclusión: comparada
con la dictadura, las bondades democráticas no tenían necesidad de demostrarse
ni justificarse. Su legitimidad provendría de sí misma y su carismática aparición en la historia, por la Gracia del Pueblo.
Craso error. Un sistema o régimen político, por muy
democrático que sea, si no se somete a continuos autocontroles, revisionismos,
debates reales, decisiones de hombres de Estado, que parecen estar actualmente
en vías de extinción, entonces el sistema flaqueará. La democracia no es el
Régimen, sino un régimen y en cuanto tal –como ya nos enseñó
Aristóteles- es susceptible como cualquier otro de corrupción e incluso de
transformarse en un totalitarismo.
Pero es evidente que el estereotipo de la Transición ha
funcionado mientras que ha durado un tácito “consenso” de silencios y
complicidades entre la casta política que se fue forjando durante estas
décadas. Pero las generaciones pasan y los pactos que sirvieron en su
momento dejan de tener validez y vinculación ante nuevas generaciones de
políticos y ciudadanos. Por eso, lo que denominaremos el Régimen
de la Transición ha empezado a quebrarse. Esta fractura
se inicia al romperse un consenso intergeneracional que implica la pérdida de
una legitimidad hasta entonces indiscutida. Las
nuevas generaciones políticas, escoradas hacia una izquierda radical que quiere
romper con la “izquierda institucionalizada” surgida de la transición. Por
ello, aquella, profundamente populista, puede sin demasiados costes reinterpretar
la Transición, pues las nuevas generaciones
de jóvenes, carecen de anclajes experienciales, afectivos y sentimentales con
aquellos tiempos (fuera uno de derechas, de izquierdas o apolítico).
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