A la memòria dels joves catalans del Terç de Montserrat


Artículo publicado ayer en El Correo de Madrid, en Cartas al Director, que reproducimos para aumentar el archivo para la memoria histórica, que no la "desmemoria histérica" que elabora el "ministerio de la verdad".









La semana pasada me llamó Carlos. Él, es uno de esos hombres que aman la historia, con sus luces y sus sombras. De esas personas que conocen su valor, por lo que esconde y por lo que brota. Al vivir en Lleida, me llevó al escenario bélico de la batalla de l'Ebre, aquella que parecía poner punto final a una parte de la Historia. Todo lo visitado olía a destrucción, a muerte, a botas rotas. Durante todo el día estuvimos viendo pueblos, trincheras, puentes, cotas, museos-iglesia, valles, casas destruidas e incluso cuevas. Se podía sentir a cada paso el sufrimiento y la desolación que causó aquella fratricida guerra, y no solo de los combatientes, sino de sus camaradas, de sus familias, de su descendencia. Cada rincón de aquel río estaba repleto de improvisados mausoleos que recordaban la agonía de todos aquellos, desgraciados, que cayeron, defendiendo una bandera que causó tanta y tanta miseria. Por lo visto, lo que fue una ofensiva desde Cataluña por parte del Frente Popular para evitar el avance nacional sobre Valencia, pronto se convirtió en el cementerio de toda la II República española. Allí cayó y murió la flor y nata del ejército popular, nutrida principalmente de hombres, mujeres e incluso niños catalanes, todo lo justificaba "la causa".

 Pertrechados con material de guerra recién llegado de Rusia y con la fuerza moral que da el contar en las filas con Brigadas Internacionales, se vieron no obstante incapaces de resistir la contraofensiva de aquel soldadito español, "enano", del que ahora se mofan tanto, algo calvito, con bigote y voz de pito, al que no supieron vencer vivo.
Todo lo visitado recordaba a esos soldados, que perdieron, ¡no la guerra!, sino algo más sagrado; la libertad, la vida, el andar, el sentir el amar, el abrigo, el cariño de un amigo, de una madre, de un buen hijo o de un padre olvidadizo. El sentir el calor de su tierra, el olor, de una flor, el soñar, el reír, el llorar, el poder mirar atrás, a los ojos de otro hombre, sin odiar, sin dolor, sin rencor...sin matar.
Durante unos instantes, tras recorrer la accidentada terra alta catalana, en la que los viejos muros de las derruidas iglesias, paradójicamente, albergan mausoleos al republicanismo, llegué a pensar por un momento que no había caído ni un solo soldado, legionario, de esos que trajo Franco.
Nada más lejos de la realidad. Allí mismo, en aquellos muros, junto a aquellos altares, se encontraban escondidos, legalmente silenciados, varios miles de españoles, que lucharon, que lucharon y murieron contra aquellos brigadistas y soldados, mayormente catalanes.

Solo faltaba un lugar para acabar de visitar aquella masacre de sangre. Carlos, dejo para el final una simple llanura. Se trataba de un paraje catalán en Villalba del Arcs, donde cayó y murió, según dijo; lo mejor del Tercio de Montserrat. En un principio, por el nombre, sospeche que sería otro, mausoleo, de un puñao de catalanes que habrían muerto, defendiendo sus trincheras, ¿sabe Dios? ¡como en tantas ocasiones!, encadenados, por sus propios camaradas, a sus armas más pesadas, y evitar la "desbandada"

Pero no, aquello, era algo distinto a todo lo anteriormente visto. Se trataba de una tierra bañada por sangre, de jóvenes, valientes, sí....catalanes, pero en esta ocasión no murieron amarraos a una trinchera.
Estos chavales, que formaron todo un Tercio, "mil y cientos" tras huir de la barbarie de las checas catalanas, no llevaban ya cadenas ni a cobardes camaradas que les pusiesen amarres, y a la voz de ¡adelante! cruzaron un descampado, a pecho de legionario, haciendo de el campo, ¡santo!, en la toma de trincheras, repletas, de compatriotas, armados hasta los dientes, que huyeron, tras la masacre, abandonando  la escena, de tanto valor y sangre.
La historia la sé porque me la contó Carlos. Allí ya no quedan más huellas, que trozos de piedras,  ¡rotas!...señal inequívoca de la nueva barbarie, (parece ser que hace escasos días algún "valiente" continuó lo que la ley de Memoria Histórica no ha permitido silenciar ya que se trataba de un monumento con una total falta de simbología franquista) en la esperanza de que caiga también en el olvido de nuestra memoria aquellos valores de aquellos chavales, que formaron todo un Tercio, para luchar y volver a sus hogares.

Únicamente queda allí, "victorioso", un trozo de hierro oxidado, que se puso hace unos años y que los vándalos han respetado, y es que parece tratar de suplir, el recuerdo al valor, de aquellos joves catalans, de Montserrat, por el de aquellos otros, republicanos, que perdieron tras su huida, no solo la honra y tal vez la vida, sino la trinchera y la guerra, coronada hoy su derrota por los vándalos, tras la destrucción del monolito erigido sobre la sangre de sus compatriotas, por una tela: esa roja, amarilla y azul que, estelada, parece querer esconder la memoria de esas almas y anunciar la pronta llegada de esa vieja y conocida, para muchos, cobarde República catalana.
Respeto y descanso para todos aquellos hombres, de uno y otro bando, que yacen muertos, con cadenas o sin ellas, en el campo de batalla y Gloria para un Tercio que supo morir por su terra y por España y que algunos desalmados quieren borrar de la la faz de la patria, ¡escupiendo!, ¡sobre sangre! ¡sobre sangre catalana derramada! 
¡Honor etern! Per a aquests, que no van voler servir a una altra bandera, que no van saber morir d'altra manera.
Fdo. Jorge García Galán

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