Nuestra Señora Santa María de Guadalupe



 12 de diciembre, aparición y milagro de la Virgen de Guadalupe

Diez años después de la conquista de México, en los primeros días del mes de diciembre del año de 1531, según relata el "Nican Mopohua" (Antonio Valeriano; cfr. traducción de Mario Rojas, Puebla, México,1989), "cuando ya estaban dispuestas las flechas y los escudos; cuando en todas partes había paz en los pueblos", la Virgen María se apareció "a un indito, pobre hombre del pueblo", de nombre Juan Diego, vecino de una aldea cercana a la gran ciudad de México.

Primera aparición (9-Dic)
Era un sábado de madrugada cuando, al pasar cerca del cerro de Tepeyac, oyó que lo llamaban y vio a una doncella que allí estaba de pie, su vestido relucía como el sol y el resplandor de Ella como de preciosas piedras. Y la tierra en que estaba relumbrada como los resplandores del arco iris en la niebla". Juan Diego se postró en su presencia y escuchó que le dijo en su lengua: "Has de saber y tener por cierto, hijo mío, el más pequeño, que soy la siempre Virgen María, Madre del verdadero Dios, y mucho deseo que aquí se me levanté una casa, en donde mostraré a las gentes,  en todo mi amor personal, en una mirada compasiva, en un auxilio, en mi salvación..., porque yo, en verdad soy vuestra Madre compasiva, tuya y de todos los hombres que en esta tierra estáis en uno".
Juan Diego fue al Obispo a llevar su mensaje... pero no le creyeron.

Segunda aparición (9-Dic)
El mismo sábado, por la tarde, al volver de la Ciudad de México, nuevamente se le apareció la Señora en el cerro del Tepeyac. Juan Diego le refirió su entrevista con el Obispo: le dice que no le creyeron. Además, le manifiesta que por su indignidad sería mejor usar otro intermediario. La Santísima Virgen le contestó: "Es muy necesario que tú personalmente vayas, ruegues... hazle oír mi querer, mi voluntad para que haga mi templo que le pido".
Luego Juan Diego, siguió camino de su casa.

Tercera aparición (10-Dic)
Al día siguiente, por la mañana, Juan Diego fue a ver al Obispo para decirle lo que nuevamente le había dicho la Señora. El Obispo, luego de escucharlo, le pidió que le llevará una señal con la que probara que lo enviaba la Reina del Cielo. De regresó a su casa, otra vez, se le aparece la Señora en el cerrito; Juan Diego le habla de la entrevista que tuvo con el Obispo y, de cómo éste le pidió una señal para poder creerle. "Bien, hijito mío, volverás aquí mañana para que lleves al Obispo la señal que te pide... y sábete, hijito mío, que yo te pagaré tu cuidado y el trabajo y cansancio que por mí has tenido" le dijo la Señora.  

Cuarta aparición (12-Dic)
Al día siguiente, lunes, cuando Juan Diego debía volver a encontrarse con la Señora, no lo hizo, porque su tío, Juan Bernardino, había enfermado de gravedad y se quedó el día acompañándolo. Por la noche, su tío le rogó que por la madrugada saliera a Tlatilolco -en la ciudad de México- para buscar algún sacerdote que lo fuera a confesar y preparar a morir, pues estaba seguro que ya no se curaría. El martes, estando aún muy oscuro, salió en búsqueda del sacerdote. Tratando de esquivar a la Señora, porque tenía prisa, Juan Diego por otro camino de la parte oriental del cerro, "pensando que por donde dio la vuelta no le podría ver La que perfectamente a todas partes está mirando". Pero la doncella otra vez se le apareció y Juan Diego, algo avergonzado, le dice: "Mi jovencita... Niña mía, ojalá que esté contenta. ¿Cómo amaneciste, Señora mía, Niña mía?"  Y de nuevo Nuestra Señora le habló, esta vez para manifestarle que tuviera confianza en Ella: "¿No estoy aquí yo, que soy tu Madre? ¿No estás bajo mi sombra y resguardo? ¿No soy yo la fuente de tu alegría? ¿No estás en el hueco de mi manto, en el cruce de mis brazos? ¿Tienes necesidad de alguna otra cosa? Que ninguna otra cosa te aflija, te perturbe". Y, la Reina Celestial le mandó, sencillamente, que subiera la cumbre del cerrito a cortar y traerle las flores que encontrase. Cuando llegó a la cima se admiró de cuantas flores había: muy variadas, bellas y hermosas... siendo que todavía no era tiempo de ellas. Difundían un olor suavísimo; como perlas preciosas, como llenas de rocío nocturno. Luego comenzó a cortarlas; todas las juntó y las puso en el hueco de su tilma y, enseguida bajó; vino a traerle a la Niña Celestial las flores que había ido a cortar. Cuando Ella las vio, con sus venerables manos las tomó; luego otra vez se las vino a poner en el hueco de su ayate y le dijo: mi hijito menor, estas flores son la prueba, la señal que llevarás al Obispo. De mi parte le dirás que vea en ellas mi deseo, y que por ellos se realice me querer, mi voluntad... para que se haga, se levante mi templo que le he pedido".

Juan Diego le presenta las flores al Obispo.

"Juan Diego, muy contento y sosegado de corazón, disfrutando del aroma de las preciosas flores enseguida vino a tomar la calzada que viene derecho a México, y fue a ver al Obispo... Y habiendo entrado, en su presencia se postró como ya antes lo había hecho. De nuevo le contó lo que había visto y admirado, y dio su mensaje y la señal que traía...; luego extendió su blanca tilma, en cuyo hueco había colocado las flores. Y así como cayeron al suelo, luego allí se convirtió en señal, se apareció de repente la Amada Imagen de la Perfecta Virgen Santa María, Madre de Dios, en la forma y figura que ahora está y en cuanto la vio el Obispo y todos los que allí estaban, se arrodillaron, mucho la admiraron."

Desde entonces, ante la Imagen de Nuestra Señora de Guadalupe, miles y miles de gentes de toda edad y condición acuden a Ella para ponerse bajo su protección y amparo.

Su santa imagen quedó plasmada en la tilma del Santo Juan Diego -no pintada por mano de hombre- y se puede contemplar como prueba de la veracidad de las apariciones. Desde entonces y hasta la fecha se venera -con culto cada día más creciente- en su Basílica del Tepeyac. Desde ese lugar se hace realidad, cada día, la promesa maternal de María.

"Sábelo, ten por cierto, hijo mío el más pequeño, que soy la perfecta siempre Virgen Santa María, Madre del verdaderísimo Dios por quién se vive, el creador de las personas, el dueño de la cercanía y de la inmediación, el dueño del cielo, el dueño de la tierra. Mucho quiero, mucho deseo que aquí me levanten mi casita sagrada en donde lo mostraré, lo ensalzaré al ponerlo de manifiesto: lo daré a las gentes en todo mi amor personal, en mi mirada compasiva, en mi auxilio, en mi salvación: porque yo soy en verdad vuestra Madre compasiva, tuya y de todos los hombres que en esta tierra estáis en uno, y de las más variadas estirpes de hombres, mis amadores, los que a Mí clamen, los que confíen en Mí, porque allí les escucharé su llanto, su tristeza, para remediar, para curar todas sus diferentes penas, sus miserias, sus dolores. Y para realizar lo que pretende mi compasiva mirada misericordiosa.

Y tal día como hoy de 1531 aparece en el ayate de Juan Diego, ya santo, la Virgen de Guadalupe en un momento difícil para la expansión de la fe. Por esos años unos cinco millones en Europa abandonan la fe católica por causa de Lutero, el anglicanismo, Calvino y demás; unos años después diez millones de aztecas se convirtieron.


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