QUE QUEDAN 6


Palacio de la Aljafería

Cæsaraugusta, ciudad fundada por los romanos el año, más o menos, 14 antes de Cristo sobre el asentamiento ibérico de Salduie. Toma el nombre de Octavio César Augusto, el emperador en aquel momento.

Tras el fin del imperio y el periodo visigótico Zaragoza fue invadida el año 714 y ocupada por el sarraceno Musa ibn Nusair. A partir del 788 fue dominada por  los Banu Qasi, familia de muladíes, descendientes del visigodo conde Casius, traidores a su fe, hasta el 890, en que los Tuyibíes, yemeníes que desde la invasión musulmana habían medrado en su solar de la zona de Calatayud y Daroca, obtuvieron el gobierno de Saraqusta (Zaragoza) en la persona de Muhammad Alanqar. Estos se mantuvieron en la ciudad, primero dependientes de Córdoba y después como reyes de la taifa independiente hasta 1038 en que son sustituidos por la dinastía hudí, iniciada con Sulaymán ibn Hud al-Mustain I manteniéndose en el poder hasta 1110, siendo entonces substituidos por Muhammad ibn Alhay, gobernador almorávide. 

En 1110 tras haber intervenido en la Reconquista el Rey de Aragón y Pamplona, Alfonso I el Batallador, acomete la conquista de Zaragoza. En marzo de 1118 congregó un gran número de caballeros y señores franceses y gascones en Ayerbe. Acudieron asimismo fuerzas del condado de Urgel y, probablemente, también de Pallars, ya que el conde Arnal Mir de Pallars Jussà fue feudatario de Alfonso I de Aragón.

Marcharon al sur, conquistaron Almudévar, Gurrea de Gállego y Zuera, y sitiaron a finales de mayo Zaragoza.

Tras la reconquista de la ciudad Alfonso otorgó concesiones a los benedictinos para que fundasen un monasterio en el Palacio de la Aljafería, edificio que se constituyó en residencia real de los reyes de Aragón. A la ciudad Alfonso le ofreció en fuero Totum per totum, que confiaba la protección de los intereses particulares a los cuerpos armados seculares que se pudiesen formar, garantizando la autodefensa, y un sistema de aljamas que garantizaban el respeto entre comunidades religiosas.

Las capitulaciones de la ciudad reconocía a los musulmanes el derecho a quedarse en Zaragoza, con la condición de habitar en los arrabales en el plazo de un año, durante el cual las mezquitas seguirían cumpliendo su función; a pagar los mismos impuestos que hasta la conquista, a mantener sus propiedades rurales y a practicar su religión y ser juzgados por sus propias leyes. Se reconocía el derecho de marchar libremente a los que lo desearan. Con estas condiciones ventajosas, Alfonso trataba así de evitar la despoblación de la ciudad, especialmente conservando a los artesanos y comerciantes, asimilando a los mudéjares, lo que marcaría el arte de la ciudad.

Así actuaba un Rey cristiano.

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