En
España tenemos memoria de pez. Parece que la gente ya se ha olvidado de la Educación para la Ciudadanía y se
está tragando sin masticar ni digerir la ideología
de género. Cuando veas a alguien que tiene todo el día en los labios la
democracia y la igualdad, ten cuidado: es muy probable, casi seguro, que se
trate de un liberticida convencido, más aún, fanático. En su momento, el
profesor Alejandro LLANO ya puso de manifiesto el hecho de que Aragón tuvo el
triste honor de albergar al think tank (por
designarlo con una palabra elegante) que pergeñó los contenidos de la dichosa Educación para la Ciudadanía. Además , una poderosa Consejera de por entonces dejó su
huella en los anales de la
Historia con una variante de la citada asignatura en los
cursos de bachillerato que llevaba la pomposa denominación de Ciencias
del Mundo Contemporáneo (siento decepcionar al lector, pero tengo que
aclarar que su contenido no tenía nada en absoluto que ver con las nuevas
tecnologías, el entorno digital u otras cosas de ese tipo).
Es
cierto que los socialistas aragoneses se han situado en los últimos años
siempre a la vanguardia de lo que se cocía
a nivel de toda España. Hay que decir, además, que la vanguardia de la
vanguardia son los docentes, tanto los de la enseñanza universitaria como los
de la no universitaria, cada uno, eso sí, con una misión peculiar que cumplir
dentro de la marea progre. La ahora
llamada Facultad de Ciencias Humanas y de la Educación , antigua
Escuela Normal de Huesca, ha sido durante años un centro emblemático, el hormiguero rojo, el seminario marxista más activo de todo Aragón. Actualmente no se ha
quedado a la zaga, antes al contrario es una adelantada en la implantación
totalitaria de la ideología de género,
y eso no sólo a nivel de contenidos, sino hasta el punto de que los aseos de
que dispone el centro universitario son unisex,
multigénero o como quiera el lector
entenderlo: un@ para tod@s y tod@s para un@.
En el «Boletín Oficial de Aragón» núm. 7, de 11 de enero de
2019, se ha publicado el texto de la
Ley 18/2018, de 20 de diciembre, de igualdad y protección
integral contra la discriminación por razón de orientación sexual, expresión e
identidad de género en la
Comunidad Autónoma de Aragón. Invito al lector a que lo
analice con detenimiento. Dado el carácter de este blog, entiendo que sería excesivo proceder aquí a una exégesis
crítica detallada. Estas líneas sólo pretenden dar una pauta interpretativa que
pueda ser útil en esa compleja tarea.
La
ideología de género no es sino la
versión 4.0 de la vieja ideología marxista, la modalidad vigente del
materialismo dialéctico. No pretendo aquí entrar en un análisis de los
fundamentos doctrinales básicos e inmediatos de esta nueva formulación de la
doctrina marxista. Sólo quiero contribuir a abrir los ojos ante lo que está
ocurriendo, recurriendo a GRAMSCI, el gran teórico de la Revolución que
efectivamente ha triunfado en todos aquellos países en que no se logró
establecer un régimen de socialismo real a la vieja usanza.
En el desarrollo del progresismo actual se
puede afirmar que más importantes que las ideas de MARX o LENIN son las de
GRAMSCI, que han influido poderosamente en la implantación de la filosofía
progresista o en lo que se ha convenido en llamar la dictadura del relativismo.
Para lograr los objetivos revolucionarios
en países relativamente prósperos y sin grandes tensiones sociales, había que
acabar primero con las creencias, costumbres y tradiciones del pueblo. GRAMSCI
propone adueñarse primero de la mente del pueblo, utilizando la capilaridad y
la superestructura y una vez realizado esto, tomar el gobierno, cuando ya el
pueblo esté preparado. Su receta es: “hay
que primero adueñarnos del mundo de las ideas para que las nuestras, lleguen a
ser las ideas del mundo”.
Para ello, en primer
lugar, es preciso acabar con las creencias, tradiciones y costumbres que dotan
de trascendencia a la vida de los hombres en sociedad. Es lo que GRAMSCI
denomina, muy significativamente, el sentido
común.
Se comienza sembrando
la duda, ridiculizando las creencias y tradiciones, “rompiendo los tabúes”, siguiendo el estilo de VOLTAIRE, con
mensajes cortos y accesibles por diversos medios, haciendo aparecer todas esas
convicciones que han constituido a lo largo de muchas generaciones la base de
la vida en la comunidad como algo tonto y obsoleto.
Sobre la base de esa duda radical
y universal, hay que sembrar las nuevas ideas. No se trata de defender
abiertamente un materialismo rudo, elemental, sino de ir poco a poco sometiendo
todos los ámbitos del conocimiento al despotismo del principio de inmanencia. So capa de defender la dignidad y los
derechos humanos, se extiende furtivamente la vieja dialéctica hegeliana que
sirve de cañamazo axiológico a la doctrina marxista, suplantando la verdad concebida
al modo clásico - adequatio rei et
intellectum – por los diversos engendros y fantasmas del constructivismo
racionalista, convenientemente aderezado, eso sí, por un pseudoempirismo
tecnológico que pretende dar carta de naturaleza a todo lo que, en sí mismo, va
contra la naturaleza de las cosas, es decir, contra la realidad inteligible.
El
siguiente paso consiste en crear una cultura en donde el principio de inmanencia impere de forma incontestada. En este
sentido, resulta decisivo hacer desaparecer cualquier tipo de símbolo que pueda
poner en entredicho la plausibilidad de los planteamientos constitutivos de lo políticamente correcto.
Es
preciso apercibirse de que todos estos pasos no son estrictamente sucesivos,
sino que se solapan y, a partir de cierto grado de madurez en el proceso
revolucionario, discurren de hecho en paralelo. En línea con todo lo
anteriormente expuesto, es necesario proceder a infiltrarse en las
instituciones que conforman lo que el marxismo denomina superestructura de la sociedad. Obtener la hegemonía en el ámbito educativo, en el sanitario y, en general, en
todo aquello que se refiera directamente a la condición del ser humano, a todos
los elementos que se encuentran en la base de la existencia humana. Los
programas educativos, la atención sanitaria, todo debe diseñarse de acuerdo con
los postulados del principio de
inmanencia, eliminando progresivamente todo residuo de heteronomía, en
definitiva, de sentido común o de realismo metódico. En este contexto es
en el que hay que entender la formulación de contenidos como la Educación para la Ciudadanía o, más
recientemente, los que se agrupan bajo las etiquetas de Igualdad de Género, Perspectiva
de Género, etc.
El
siguiente paso – repito, no tanto en sentido cronológico, sino meramente lógico
– viene de la mano de algo que recuerda, sin ser estrictamente lo mismo en todo
caso, a lo que Julien BENDA catalogó como “trahison
des clercs”. Se trata de lograr suscitar la disidencia, el quintacolumnismo, en el seno mismo de
las instituciones que encarnan los valores que se trata de combatir hasta su
erradicación. Por ejemplo, se trata de lograr que los clérigos – entendido este
término en sentido estricto – promuevan dentro del ámbito cristiano los
principios de la heterodoxia; de que algunos oficiales del Ejército cuestionen
públicamente los principios más elementales del patriotismo o bien ingresen en
partidos abiertamente revolucionarios, etc. Esta estrategia concluye lógicamente con el
dominio omnímodo de los media (prensa,
radio y televisión) - ¡¡¡Menos mal que nos queda Internet¡¡¡ ¡¡¡De momento¡¡¡ -
y, en general, con el servicio incondicional de todo un enjambre de artistas,
escritores y periodistas, convenientemente remunerados y dedicados full-time a triturar cualquier brote
espontáneo de sentido común en la
opinión pública.
Cuando
ya se ha conformado una masa crítica suficiente de población cuya vida discurre
cotidianamente en abierto desafío a los principios del sentido común, entonces sí hay que apoderarse de la sociedad
política, para dar consistencia a esa incipiente nueva realidad social. Se instrumentan paquetes de medidas de discriminación positiva, tratando de
configurar una realidad social contraria a la naturaleza de las cosas a partir
de la subvención permanente, garantizada por ley, de ese tipo de conductas
sociales. A estas alturas, la gente ya ha hecho propios la mayor parte de los
planteamientos derivados del imperio del principio
de inmanencia, ya no sabe lo que piensa o, en ocasiones, tiene miedo a
decir lo que realmente piensa.
La
última etapa pasa por el monopolio más o menos explícito del poder político,
que a través de la aprobación de leyes y la toma de decisiones asume un
protagonismo explícitamente performativo del orden social. Para esto son
necesarias dos herramientas fundamentales: un ejército de funcionarios o
parafuncionarios (asesores, apparatchiks
de los partidos políticos y similares) cuya subsistencia y prosperidad personal
está vitalmente ligada al progreso de la Revolución y, por ende, al sistema político
imperante; un volumen suficiente de votos que valide continuamente la coartada democrática, cuya robustez y permanencia se derivan, a su vez, de
los intereses y necesidades vitales de determinados grupos sociales, como por
ejemplo los inmigrantes u otros especialmente vulnerables.
Esto
es lo que TALMON denominaba democracia totalitaria,
pues el pueblo, por la colusión de los grupos políticos revolucionarios con los
grandes grupos de comunicación dominados, a su vez, por las grandes
corporaciones del capital anónimo e irresponsable, no dispone de fuentes
sociales de información y opinión cuyos contenidos no sean materialmente progres, de modo que asume, en virtud
del mito russoniano, todas las iniciativas de los poderes públicos como
propias.
¿Qué
hacer? Defender con la palabra y con los hechos el sentido común. Hablar y mostrar en todo momento que lo que de
verdad importa, lo que vale la pena, es formar un hogar, una familia, el único hábitat digno para una vida humana, en
el que uno es querido y aceptado simplemente por ser quien es: padre, madre, hijo
o hermano, no por su titulación, su productividad o su adscripción ideológica.
En congruencia con ello, en el mundo del trabajo las cosas tienen que cambiar a
mejor, dando paso a un sistema de relaciones laborales a escala humana. Sólo
cuando se abre el horizonte de la existencia cotidiana a estándares situados
más allá del mero incremento de la capacidad de consumo la humanización del
sistema de relaciones laborales resulta ineludible. Sólo entonces, al mismo
tiempo, se puede plantear la realidad del trabajo en función del deber ser: el
afán por la obra bien hecha, por servir, ser útil a la comunidad, a los demás
y, en primer lugar, a las personas de nuestro entorno inmediato, para lo cual
es condición imprescindible aprender y perfeccionarse en el desempeño de un
oficio, honrado y conocido.
JAVIER
ALONSO DIÉGUEZ
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