ARAGÓN, VANGUARDIA DE LA REVOLUCIÓN EN ESPAÑA


Antonio GRAMSCI (1891-1937)

         En España tenemos memoria de pez. Parece que la gente ya se ha olvidado de la Educación para la Ciudadanía y se está tragando sin masticar ni digerir la ideología de género. Cuando veas a alguien que tiene todo el día en los labios la democracia y la igualdad, ten cuidado: es muy probable, casi seguro, que se trate de un liberticida convencido, más aún, fanático. En su momento, el profesor Alejandro LLANO ya puso de manifiesto el hecho de que Aragón tuvo el triste honor de albergar al think tank (por designarlo con una palabra elegante) que pergeñó los contenidos de la dichosa Educación para la Ciudadanía. Además, una poderosa Consejera de por entonces dejó su huella en los anales de la Historia con una variante de la citada asignatura en los cursos de bachillerato que llevaba la pomposa denominación de Ciencias del Mundo Contemporáneo (siento decepcionar al lector, pero tengo que aclarar que su contenido no tenía nada en absoluto que ver con las nuevas tecnologías, el entorno digital u otras cosas de ese tipo).

        Es cierto que los socialistas aragoneses se han situado en los últimos años siempre a la vanguardia de lo que se cocía a nivel de toda España. Hay que decir, además, que la vanguardia de la vanguardia son los docentes, tanto los de la enseñanza universitaria como los de la no universitaria, cada uno, eso sí, con una misión peculiar que cumplir dentro de la marea progre. La ahora llamada Facultad de Ciencias Humanas y de la Educación, antigua Escuela Normal de Huesca, ha sido durante años un centro emblemático, el hormiguero rojo, el seminario marxista más activo de todo Aragón. Actualmente no se ha quedado a la zaga, antes al contrario es una adelantada en la implantación totalitaria de la ideología de género, y eso no sólo a nivel de contenidos, sino hasta el punto de que los aseos de que dispone el centro universitario son unisex, multigénero o como quiera el lector entenderlo: un@ para tod@s y tod@s para un@.

           En el «Boletín Oficial de Aragón» núm. 7, de 11 de enero de 2019, se ha publicado el texto de la Ley 18/2018, de 20 de diciembre, de igualdad y protección integral contra la discrimina­ción por razón de orientación sexual, expresión e identidad de género en la Comunidad Autónoma de Aragón. Invito al lector a que lo analice con detenimiento. Dado el carácter de este blog, entiendo que sería excesivo proceder aquí a una exégesis crítica detallada. Estas líneas sólo pretenden dar una pauta interpretativa que pueda ser útil en esa compleja tarea.

          La ideología de género no es sino la versión 4.0 de la vieja ideología marxista, la modalidad vigente del materialismo dialéctico. No pretendo aquí entrar en un análisis de los fundamentos doctrinales básicos e inmediatos de esta nueva formulación de la doctrina marxista. Sólo quiero contribuir a abrir los ojos ante lo que está ocurriendo, recurriendo a GRAMSCI, el gran teórico de la Revolución que efectivamente ha triunfado en todos aquellos países en que no se logró establecer un régimen de socialismo real a la vieja usanza.

            En el desarrollo del progresismo actual se puede afirmar que más importantes que las ideas de MARX o LENIN son las de GRAMSCI, que han influido poderosamente en la implantación de la filosofía progresista o en lo que se ha convenido en llamar la dictadura del relativismo.

      Para lograr los objetivos revolucionarios en países relativamente prósperos y sin grandes tensiones sociales, había que acabar primero con las creencias, costumbres y tradiciones del pueblo. GRAMSCI propone adueñarse primero de la mente del pueblo, utilizando la capilaridad y la superestructura y una vez realizado esto, tomar el gobierno, cuando ya el pueblo esté preparado. Su receta es: “hay que primero adueñarnos del mundo de las ideas para que las nuestras, lleguen a ser las ideas del mundo”.

         Para ello, en primer lugar, es preciso acabar con las creencias, tradiciones y costumbres que dotan de trascendencia a la vida de los hombres en sociedad. Es lo que GRAMSCI denomina, muy significativamente, el sentido común.

       Se comienza sembrando la duda, ridiculizando las creencias y tradiciones, “rompiendo los tabúes”, siguiendo el estilo de VOLTAIRE, con mensajes cortos y accesibles por diversos medios, haciendo aparecer todas esas convicciones que han constituido a lo largo de muchas generaciones la base de la vida en la comunidad como algo tonto y obsoleto.

           Sobre la base de esa duda radical y universal, hay que sembrar las nuevas ideas. No se trata de defender abiertamente un materialismo rudo, elemental, sino de ir poco a poco sometiendo todos los ámbitos del conocimiento al despotismo del principio de inmanencia. So capa de defender la dignidad y los derechos humanos, se extiende furtivamente la vieja dialéctica hegeliana que sirve de cañamazo axiológico a la doctrina marxista, suplantando la verdad concebida al modo clásico - adequatio rei et intellectum – por los diversos engendros y fantasmas del constructivismo racionalista, convenientemente aderezado, eso sí, por un pseudoempirismo tecnológico que pretende dar carta de naturaleza a todo lo que, en sí mismo, va contra la naturaleza de las cosas, es decir, contra la realidad inteligible.

          El siguiente paso consiste en crear una cultura en donde el principio de inmanencia impere de forma incontestada. En este sentido, resulta decisivo hacer desaparecer cualquier tipo de símbolo que pueda poner en entredicho la plausibilidad de los planteamientos constitutivos de lo políticamente correcto.

        Es preciso apercibirse de que todos estos pasos no son estrictamente sucesivos, sino que se solapan y, a partir de cierto grado de madurez en el proceso revolucionario, discurren de hecho en paralelo. En línea con todo lo anteriormente expuesto, es necesario proceder a infiltrarse en las instituciones que conforman lo que el marxismo denomina superestructura de la sociedad. Obtener la hegemonía en el ámbito educativo, en el sanitario y, en general, en todo aquello que se refiera directamente a la condición del ser humano, a todos los elementos que se encuentran en la base de la existencia humana. Los programas educativos, la atención sanitaria, todo debe diseñarse de acuerdo con los postulados del principio de inmanencia, eliminando progresivamente todo residuo de heteronomía, en definitiva, de sentido común o de realismo metódico. En este contexto es en el que hay que entender la formulación de contenidos como la Educación para la Ciudadanía o, más recientemente, los que se agrupan bajo las etiquetas de Igualdad de Género, Perspectiva de Género, etc.

           El siguiente paso – repito, no tanto en sentido cronológico, sino meramente lógico – viene de la mano de algo que recuerda, sin ser estrictamente lo mismo en todo caso, a lo que Julien BENDA catalogó como “trahison des clercs”. Se trata de lograr suscitar la disidencia, el quintacolumnismo, en el seno mismo de las instituciones que encarnan los valores que se trata de combatir hasta su erradicación. Por ejemplo, se trata de lograr que los clérigos – entendido este término en sentido estricto – promuevan dentro del ámbito cristiano los principios de la heterodoxia; de que algunos oficiales del Ejército cuestionen públicamente los principios más elementales del patriotismo o bien ingresen en partidos abiertamente revolucionarios, etc.  Esta estrategia concluye lógicamente con el dominio omnímodo de los media (prensa, radio y televisión) - ¡¡¡Menos mal que nos queda Internet¡¡¡ ¡¡¡De momento¡¡¡ - y, en general, con el servicio incondicional de todo un enjambre de artistas, escritores y periodistas, convenientemente remunerados y dedicados full-time a triturar cualquier brote espontáneo de sentido común en la opinión pública.

          Cuando ya se ha conformado una masa crítica suficiente de población cuya vida discurre cotidianamente en abierto desafío a los principios del sentido común, entonces sí hay que apoderarse de la sociedad política, para dar consistencia a esa incipiente nueva realidad social. Se instrumentan paquetes de medidas de discriminación positiva, tratando de configurar una realidad social contraria a la naturaleza de las cosas a partir de la subvención permanente, garantizada por ley, de ese tipo de conductas sociales. A estas alturas, la gente ya ha hecho propios la mayor parte de los planteamientos derivados del imperio del principio de inmanencia, ya no sabe lo que piensa o, en ocasiones, tiene miedo a decir lo que realmente piensa.

          La última etapa pasa por el monopolio más o menos explícito del poder político, que a través de la aprobación de leyes y la toma de decisiones asume un protagonismo explícitamente performativo del orden social. Para esto son necesarias dos herramientas fundamentales: un ejército de funcionarios o parafuncionarios (asesores, apparatchiks de los partidos políticos y similares) cuya subsistencia y prosperidad personal está vitalmente ligada al progreso de la Revolución y, por ende, al sistema político imperante; un volumen suficiente de votos que valide continuamente la coartada democrática, cuya robustez y permanencia se derivan, a su vez, de los intereses y necesidades vitales de determinados grupos sociales, como por ejemplo los inmigrantes u otros especialmente vulnerables.

          Esto es lo que TALMON denominaba democracia totalitaria, pues el pueblo, por la colusión de los grupos políticos revolucionarios con los grandes grupos de comunicación dominados, a su vez, por las grandes corporaciones del capital anónimo e irresponsable, no dispone de fuentes sociales de información y opinión cuyos contenidos no sean materialmente progres, de modo que asume, en virtud del mito russoniano, todas las iniciativas de los poderes públicos como propias.

          ¿Qué hacer? Defender con la palabra y con los hechos el sentido común. Hablar y mostrar en todo momento que lo que de verdad importa, lo que vale la pena, es formar un hogar, una familia, el único hábitat digno para una vida humana, en el que uno es querido y aceptado simplemente por ser quien es: padre, madre, hijo o hermano, no por su titulación, su productividad o su adscripción ideológica. En congruencia con ello, en el mundo del trabajo las cosas tienen que cambiar a mejor, dando paso a un sistema de relaciones laborales a escala humana. Sólo cuando se abre el horizonte de la existencia cotidiana a estándares situados más allá del mero incremento de la capacidad de consumo la humanización del sistema de relaciones laborales resulta ineludible. Sólo entonces, al mismo tiempo, se puede plantear la realidad del trabajo en función del deber ser: el afán por la obra bien hecha, por servir, ser útil a la comunidad, a los demás y, en primer lugar, a las personas de nuestro entorno inmediato, para lo cual es condición imprescindible aprender y perfeccionarse en el desempeño de un oficio, honrado y conocido.


JAVIER ALONSO DIÉGUEZ

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