el Yacimiento del Camino de
Albalate
D. Antonio Bielsa Alegre |
GEA - Gran Enciclopedia Aragonesa
La década de 1960 quedó marcada para la arqueología aragonesa por uno de
sus más memorables hallazgos: el mosaico de época romana bajoimperial (c. s. IV
d. C.) de la partida de huerta del “Camino de la Vega de Albalate”, pieza única
en su género, la más importante encontrada en suelo turolense -supera los 100
m²- y una de las referencias indiscutibles de la España romana -léase Hispania-
en el estudio del opus tessellatum, denominación latina con la que
se designa, propiamente, al mosaico realizado con pequeñas teselas. Gracias a
este trascendente descubrimiento, que confirmaba hipótesis previas necesitadas
de pruebas materiales más consistentes que las hasta entonces halladas (algunas
monedas de la época), Calanda pasaba a ocupar un lugar señalado en los mapas
arqueológicos del período, al figurar al fin como villa romana.
El autor del hallazgo, que tuvo lugar en enero de
1964, fue Antonio Bielsa Alegre (1929-2008), y las repercusiones del mismo -así
en el devenir de los años- habrían de ser considerables, alcanzando en el
ámbito nacional, primero, y luego en el internacional, una resonancia duradera,
sobre todo entre los especialistas más renombrados (el primero de ellos fue
Domingo Fletcher Valls); debemos pues a Bielsa Alegre la supervivencia de una
obra maestra que, en otras circunstancias, habría pasado a dormir el sueño de
los justos. Pero reconstruyamos, siquiera brevemente, el discurrir de esta
crónica.
Trabajos de excavación |
Un atento aunque indirecto coetáneo de los hechos,
Manuel Sanz Martínez, de la Real Sociedad Arqueológica Tarraconense, ha
descrito algunos de los sucesos concernientes al hallazgo en su libro Calanda.
De la Edad de Piedra al Siglo XX (1970): “Nuestro buen amigo D.
Antonio Bielsa, al realizar trabajos de acondicionamiento en un bancal de la
huerta que trabajaba en la partida de Albalate, descubrió un mosaico […] El 27
de mayo del mismo año, tuvo lugar el levantamiento del mosaico […] No tuvimos
ocasión de estar presentes en aquellos importantes días en Calanda, (aunque)
después hemos hecho alguna visita al lugar y hemos recogido algún fragmento
cerámico. El mosaico es de gran calidad y demuestra la existencia en aquel
lugar de una fastuosa villa romana, sus medidas son de unos 120 metros
cuadrados en total. Estaba asentado sobre un pavimento de cantos rodados, sobre
el que reposaban grandes baldosas cerámicas, de unos 40 cms. de lado…”.
Fragmento geométrico del mosaico, donde se observa la gran calidad del mismo (acumula más de 1.200.000 teselas en total) |
En breve, la noticia alcanzaría rápida difusión
nacional: Calanda centraba de este modo, al menos por unos minutos, el interés
de la actualidad española; los medios de comunicación (Radio Televisión
Española, prensa, etc.), alertados por la evidente magnitud del descubrimiento,
respaldaron la noticia. Así, por ejemplo, en el periódico La Vanguardia del
día 28 de febrero (véase p. 8), podían leerse, entre las informaciones consabidas,
algunas tímidas anotaciones sobre el valor histórico aproximado de la pieza:
“Un pavimento de mosaico romano, posiblemente de los siglos I al III después de
Jesucristo, de sesenta metros cuadrados, ha sido descubierto en el pueblo de
Calanda por…”; añadiendo luego: “Se estima que el mosaico descubierto puede
tener una extensión mayor, puesto que las excavaciones no han sido
completadas”. En efecto, los medios incidían más en el contenido (el mosaico)
que en el continente (el yacimiento: la villa romana allí asentada y su
entorno): era evidente, por tanto, que el mosaico sólo era el elemento central
de esa realidad ya irrefutable que era el Yacimiento del Camino de Albalate. Y
es que junto al bellísimo mosaico -perfectamente conservado y con una temática
basada en motivos geométricos, vegetales y animales-, fueron apareciendo
diversos tipos de materiales, desde cerámica común hasta fragmentos vidriados y
estucos, así como herramientas; no menos asombrosa fue la entidad
arquitectónica de la villa, muy evolucionada: bajo el pavimento, además de los
cimientos, salió a la luz el sofisticado sistema de calefacción (hypocaustum)…
Pero, como hemos subrayado, terminó por prevalecer el incomparable mosaico;
cedamos aquí la palabra a Manuel García Miralles, quien a propósito del mismo,
escribió a modo de juicio conclusivo: “Se considera el hallazgo más importante
de los habidos en la provincia de Teruel, ya que el de Urrea de Gaén […] ni
tiene la belleza de este ni es tan grande” (1969). Tampoco José María Blázquez
Martínez, de la Real Academia de la Historia, le restará méritos, incluso irá
más allá en la defensa de su singularidad, al considerar que “no tiene
paralelos entre los hallados en Hispania” (1996).
Las excavaciones, gestionadas por el Museo
Provincial de Teruel bajo la supervisión de su directora Purificación Atrián,
se prolongarían como ya se ha apuntado antes hasta el 27 de mayo, fecha del
levantamiento oficial del mosaico; acto seguido, éste sería llevado al referido
museo. Atados todos los cabos, no quedaba sino celebrar el acontecimiento: en
octubre de 1965, el mosaico fue trasladado del museo turolense a la villa de
Calanda para su temporal exhibición. La Diputación Provincial de Teruel, por su
parte, colocó un hito conmemorativo en el terreno donde tuvo lugar el hallazgo;
este hito, que todavía puede visitarse, perdura como la única indicación física
del desmantelado yacimiento.
Hito conmemorativo |
De conformidad con lo ya apuntado previamente, no nos queda
sino pasar a describir el mosaico, ubicado en el contexto de la villa, y que
aparece dividido en tres estancias claramente diferenciadas, a saber:
· Primera estancia: constituye la habitación más discreta del
conjunto, cuyo espacio es de forma rectangular; su decoración musivaria incide
básicamente en dos temas perfectamente desplegados: 1) banda de motivos
vegetales con volutas; y 2) banda de trenzado de dos cabos. Por una puerta se
accede a la siguiente dependencia.
· Segunda estancia: era la habitación principal de la villa,
y artísticamente resulta la más notable; al margen de los motivos geométricos
-líneas de rombos con círculos en sus vértices- y animales -pequeños delfines-,
la decoración incluye, encuadrados en seis espacios -sitos en una orla dividida
en dos paneles rectangulares yuxtapuestos-, la soberbia representación de seis
animales, a saber: un caballo, un jabalí, una pantera, un león, un asno y un
leopardo; cada uno de estos animales, de los que se ha intentado captar su
movimiento, aparece realzado por un fondo paisajístico, lo que confiere al dibujo
cierta continuidad espacial. Una escalera de dos peldaños, igualmente
recubiertos de mosaico, conduce a la siguiente y última estancia.
Vista de la segunda estancia el Mosaico |
· Tercera estancia: de forma semicircular, resulta
materialmente la peor conservada, al carecer su pavimento de ciertos fragmentos
musivarios; destinada posiblemente a la función de comedor -triclinium-,
presenta una decoración constituida por tres bandas geométricas que encierran
en su interior diversas formas (círculos, rectángulos, cuadrados, octógonos,
etc.).
En cuanto a las dimensiones exactas del pavimento, y
siguiendo aquí la información que nos suministra el Cer.es del
Ministerio de Cultura (inventario 00636), presenta las siguientes medidas:
altura: 3 cm; anchura: 6,89 m; área: 102,83 m²; y una longitud máxima de 15,45
m.
Junto al monumental mosaico, fueron apareciendo otros objetos
de la época (ss. III-IV d. C.) de muy diverso signo, algunos de los cuales
pueden verse hoy en las vitrinas del museo; entre los objetos más notables,
algunos de ellos conservados fragmentariamente, figuran:
· Una pequeña escultura de mármol tallado -de 22,5 cm de
altura- destinada a uso ornamental;
· Dos clavijas de sujeción -realizadas en cerámica- de las
dobles paredes laterales por las que circulaba el aire caliente procedente del
hipocausto;
· Un cuenco de cerámica con decoración por impresión a base
de círculos punteados;
· Una vasija de cerámica vidriada, con escamas de barbotina,
y que a nuestro juicio es la pieza más bella del ajuar;
Vasija de cerámica vidriada con escamas de barbotina |
· Un soporte de bronce destinado al equipamiento doméstico
-sujeción para asa-;
· Un alfiler de hueso tallado, milimétricamente trabajado
dadas sus diminutas dimensiones (0,5 cm de ancho x 4,2 cm de largo);
· Ladrillos de cerámica utilizados para la pavimentación de
la villa.
Todos y cada uno de estos objetos están respaldados por una
detallada bibliografía destinada en exclusiva a su concreto estudio.
Llegados a este punto, bien podemos reflexionar, ni que sea
brevemente, sobre la Historia y el lugar del hombre en el mundo. Y la pregunta
se desencadena por sí sola: ¿qué quedará de nuestra moderna civilización de
aquí a dos milenios, qué restos materiales darán fe de ella? Nuestros
antepasados los romanos hicieron acopio de gusto y sofisticación auténticos:
cuanto nos ha llegado de su cultura, por poco que sea, es seductor y fiel a un
canon de belleza, a unas ideas basadas en la armonía del hombre con el entorno;
valores que nuestra época de plástico y acero desdeña -lo que ha marcado
nuestros hábitos más íntimos de vida-: ayer fueron unas villas romanas el
idílico recreo de nuestros antepasados, hoy apenas se aspira a unos
apartamentos playeros en costas masificadas… El mosaico del Camino de Albalate
nos invita a mirar al pasado de otro modo, para así reencontrarnos con ese
tiempo pretérito en el que el hombre era educado para vivir, para aprehender la
vida como una experiencia estética y realizable.
BIBLIOGRAFÍA
Los hallazgos del Camino de Albalate han suministrado valioso
material para todo tipo de investigaciones sobre la materia, paseándose durante
las últimas décadas por exposiciones y congresos de arqueología nacionales e
internacionales (V Coloquio Internacional sobre Mosaicos Antiguos, Bath, 1987),
desencadenando además la aparición de una literatura sobre el yacimiento y sus
elementos progresivamente abultada, a la que han contribuido, entre otros, J.
Martín Rodrigo, firmante de un ‘Informe de las excavaciones realizadas en el
yacimiento romano Camino de la Vega de Albalate, Calanda (Teruel).
Año 1985’ (1987), amén de las aportaciones de historiadores y
estudiosos como M. García Miralles (1969), M. Sanz Martínez (1970), J. G.
Gorges (1979), P. Atrián Jordán (1980), D. Fernández Galiano (1987), R. Sanz
Gamo (1987), J. A. Paz Peralta (1991), P. A. Paracuellos Massaro (1991), M.
Guardia Pons (1992), M. López Ferrer (1993), J. M. Blázquez Martínez (1996), J.
A. Gisbert Santonja (1999), V. García Entero (2001), M. González López (2007),
etc.
José
Antonio Bielsa Arbiol
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