EL PROBLEMA NO ES FRANCO


Fdo.: Antonio Machado, Gregorio Marañón, José Ortega y Gasset y Ramón Pérez de Ayala cofundadores de la "Agrupación al Servicio de la República" en 1931

La Ley 14/2018, de 8 de noviembre, de memoria democrática de Aragón, réplica autonómica de la Ley zapateril de memoria histórica, habla de memoria democrática y de represión franquista, pero aquí, igual que en el resto de España el auténtico problema no es Franco, ni su régimen. Se habla de sublevación militar, que la hubo, y de guerra civil, es decir, de enfrentamiento entre ciudadanos; luego, como decía Gil Robles, media España no se resignaba a morir, y consideraba la situación objetivamente intolerable, insoportable, en términos clásicos una auténtica tiranía, lo que le llevó a rebelarse frente a los poderes constituidos. Llegó un momento en que la actuación de los poderes públicos no sólo no protegía la vida y la libertad de todos los ciudadanos por igual, sino que alentaba la persecución e incluso la eliminación física de quienes consideraba indeseables. Sin embargo, la exposición de motivos de la Ley 14/2018 declara solemnemente que “Es por lo tanto imprescindible que la Segunda República y su legado político, histórico y cultural ocupen un lugar central en las políticas de construcción de la memoria democrática de Aragón como el antecedente más importante que fue de nuestra actual democracia y también de nuestro impulso autonomista,…”  El último inciso no deja de ser altamente significativo: se declara la perfecta comunión de los actuales dirigentes del Estado español y de sus Comunidades Autónomas con los ideales que alentaban a los dirigentes de la Segunda República española.  

Vamos a escuchar el testimonio de los padres intelectuales de la Segunda República. Serán ellos quienes hablen, serán ellos quienes lancen las más tremendas acusaciones de los más terribles crímenes contra los responsables de la tragedia de nuestro pueblo, con los que ahora se solidarizan animosamente nuestros próceres.  

La Agrupación al Servicio de la República fue un movimiento político español creado a principios de 1931 por José Ortega y GassetGregorio Marañón y Ramón Pérez de Ayala. Su Manifiesto fundacional fue publicado en El Sol el 10 de febrero de 1931. El 14 de febrero tuvo lugar su primer acto público en el Teatro Juan Bravo de Segovia, bajo la presidencia del poeta Antonio Machado. El día siguiente, 15 de febrero, el jefe del Gobierno, el general Berenguer, presentó su dimisión. La Agrupación al Servicio de la República no fue creada con la intención de ser un partido, sino un grupo de unión de intelectuales y profesionales interesados en construir un nuevo Estado. La ASR debe entenderse como una empresa orteguiana, en la línea del artículo "El error Berenguer", publicado en El Sol el 15 de noviembre de 1930, el que Ortega y Gasset concluía, frente a la crisis del régimen de la Restauración y de la Dictadura del general Miguel Primo de Rivera: "¡Españoles, vuestro Estado no existe! ¡Reconstruidlo! Delenda est Monarchia¡".
Muy pronto el líder de la Agrupación al Servicio de la República mostró su desencanto respecto al nuevo régimen y el cariz demasiado extremista que tomaba: “No es esto, no es esto”. El "Manifiesto disolviendo la Agrupación al Servicio de la República" fue publicado en el periódico Luz el 29 de octubre de 1932. 
Empecemos por don Ramón Pérez de Ayala, autor del nauseabundo libelo antijesuítico titulado A.M.D.G.: “Cuanto se diga de los desalmados mentecatos que engendraron y luego nutrieron a los pechos nuestra gran tragedia, todo me parecerá poco… Lo que nunca pude concebir es que hubiesen sido capaces de tanto crimen, cobardía y bajeza. Hago una excepción. Me figuré un tiempo que Azaña era de diferente textura y tejido más noble… En octubre del 34 tuve la primera premonición de lo que verdaderamente era Azaña. Leyendo luego sus memorias del barco de guerra – tan ruines y afeminadas – me confirmé. Cuando le vi y hablé siendo ya presidente de la República, me entró un escalofrío de terror al observar su espantosa degeneración mental, en el breve espacio de dos años, y adiviné que todo estaba perdido para España”.
Continuamos con el Ortega y Gasset, con un texto de su Epílogo para ingleses de su obra La rebelión de las masas: “Mientras en Madrid los comunistas y sus afines obligan a escritores y profesores, bajo las más graves amenazas, a firmar manifiestos, a hablar por radio, etc. cómodamente sentados en sus despachos o en sus clubs, exentos de toda presión, algunos de los principales escritores ingleses firmaban otro manifiesto donde se garantizaba que esos mismos comunistas y sus afines eran los defensores de la libertad”.

Si hay un texto emblemático es el que, con el título Liberalismo y comunismo, publicó Gregorio Marañón en la Revue de Paris el 15 de diciembre de 1937 y posteriormente en el diario La Nación de Buenos Aires de 3 de enero de 1938:
“(…) Ahora sería arbitrario discurrir sobre lo que hubiera sucedido de no sobrevenir el advenimiento de la República, suceso que en aquellas circunstancias era, a mi juicio, inevitable; y lo prueba la absoluta naturalidad con que ocurrió. En la historia hay una cosa absolutamente prohibida: el juzgar lo que hubiera sucedido de no haber sucedido lo que sucedió. Mas lo que no admite duda es que las profecías de las derechas extremas o monárquicas que se oponían a la República se realizaron por completo: desorden continuo, huelgas inmotivadas, quema de conventos, persecución religiosa, exclusión del poder de los liberales que habían patrocinado el movimiento y que no se prestaron a la política de clases; negativa a admitir en la normalidad a las gentes de derecha que de buena fe acataron el régimen, aunque, como es natural, no se sintieran inflamadas de republicanismo extremista. El liberal oyó estas profecías con desprecio suicida. Sería hoy faltar inútilmente a una verdad elemental el ocultarlo. Varios siglos de éxito en la gobernación de los pueblos —algunos aún no extinguidos, como los de las democracias inglesa y norteamericana—, habían dado al liberal una excesiva, a veces petulante, confianza en su superioridad. La casi totalidad de las estatuas que en las calles de Europa y de América enseñan a las gentes el culto de los grandes hombres, tienen escrito en su zócalo el nombre de un liberal. Cualquiera que sea el porvenir político de España, no cabe duda que en esta fase de su historia fue el reaccionario y no el liberal, acostumbrado a vencer, el que acertó. (…). Recuerdo que pocos días antes del incendio de los conventos, en mayo de 1931, iba yo casualmente de noche y a pie detrás de un grupo de tres personas que hablaban libremente y en alta voz de política. Eran comunistas, y en su tono y en sus esperanzas sobre el triunfo había tal firmeza, que me hubieran impresionado de no tener arraigada la convicción de que el ideario nacional, inclusive el más revolucionario, era refractario a la táctica bolchevique. El día de los incendios pudimos ver que no era así. La propaganda había sido enorme, aunque subterránea; el número de afiliados conocido, muy pequeño; en las primeras elecciones generales sólo hubo uno o dos diputados comunistas (¡cuántas veces exhibimos este argumento tranquilizador!); pero las trescientas columnas de humo que subieron al cielo desde todas las ciudades de España, el mismo día y casi a la misma hora, en plena paz y sin provocación proporcionada a la bárbara respuesta, y con una técnica destructora admirable y desconocida del pueblo español, demostraron que la organización exótica existía ya y que hacía con ímpetu sus primeros ensayos. No para tomar una actitud retrospectiva frente a aquel suceso, sino porque conviene recordar la verdad, debo hacer constar ahora, que la única protesta que en ese sentido salió del campo republicano fue la que firmé yo con otras dos personas de nombre ilustre y notorio. Sin duda hubo otros grupos y personalidades aisladas que tuvieron nuestra misma actitud. Pero no existió la reacción colectiva, decisiva y enérgica de los liberales españoles frente a lo que ya era realidad incuestionable. Muchos de los españoles de espíritu liberal que habían acordado una confianza condicional a la República, en cuanto régimen nuevo en el que cupiesen con desembarazo reformas de política general y de orden social, que eran tan necesarias e inevitables que subsisten en el mismo programa nacionalista de hoy, pero no como pretexto de un movimiento de clase extremista, destructivo y dictatorial al estilo ruso, se volvieron desde aquel día a su campo; y aquel día, en realidad, empezó la lenta agonía de la recién nacida República. Y, repito, no por lo que sucedió, sino por lo que, debiendo haber sucedido, dejó de suceder. A partir de aquella fecha el tono comunista de la agitación española fue creciendo y desenvolviéndose con arte supremo para no mostrarse demasiado potente y alarmante en las elecciones y en las demás manifestaciones públicas. La apariencia del poder comunista era siempre inferior a su verdadera realidad. Sin embargo, al fin, y con el pretexto del triunfo de las derechas en las elecciones, intentaron un golpe de mano revolucionario y netamente comunista para ocupar el poder en octubre de 1934. Esto no lo recuerdan en el extranjero, donde no tienen por qué saber la historia de España al detalle, aun siendo tan reciente. Pero los españoles, que no lo han podido olvidar, se ríen del súbito puritanismo con que los mismos que entonces hicieron la revolución contra algo tan legal como unas elecciones, se cubren hoy el rostro con la toga porque una parte del pueblo y del ejército se sublevó, a su vez, dos años más tarde, ante las violencias del poder, algunas de la magnitud del asesinato del jefe de la oposición por la propia fuerza pública. Los «gubernamentales» de hoy son los «rebeldes» de 1934. Es, pues, más veraz llamarles comunistas y anticomunistas y dejar de lado lo de «rebeldes», denominación que suscita un grave problema de prioridad.La sublevación de Asturias en octubre de 1934 fue un intento en regla de ejecución del plan comunista de conquistar a España. Y la elección de España fundábase no sólo en la facilidad especifica que creaba en este país, siempre inquieto, un régimen nuevo que había renunciado desde el primer momento a toda autoridad; no sólo apoyándose en el viejo e inexacto tópico de una comunidad de psicología entre el pueblo español y el ruso, sino, además, en que seguramente el triunfo del comunismo en España hubiera supuesto, a muy breve fecha, por razones de geografía y de biología racial, un grave quebranto del fascismo europeo, y, sobre todo, la rápida conversión al comunismo de la mayor parte de la América latina. La fase preparatoria de esta conversión —la captación del liberalismo americano— estaba ya muy adelantada. El movimiento comunista de Asturias fracasó por puro milagro. Pero dos años después tuvo su segundo y formidable intento. Que la España roja que hoy todavía lucha, es, en su sentido político, total y absolutamente comunista no lo podrá dudar nadie que haya vivido allí sólo unas horas, o que aun estando lejos no contemple el panorama español a través de esos ingenuos, pero eficaces espejismos de la libertad: el bien del pueblo, la democracia o la República constitucional. Los comunistas militantes, ya desenmascarados, claro es que no ocultan su designio. Los no comunistas, uncidos por la fatalidad a la causa roja, hablan todavía de que defienden una República democrática, porque saben que la credulidad humana es infinita. Pero estos mismos, cuando conversan en privado, no ocultan que mantienen su equivoco por miedo, o por una suerte de espejismo ético que les hace anteponer al deber de la conciencia el de la amistad o el de los compromisos de partido, o cuando no la necesidad inaplazable de vivir”.
Finalizamos con otro intelectual, no vinculado a este grupo, pero también liberal, que mostraba su pesar por la tragedia de España y se lamentaba de los errores que había contribuido a difundir en detrimento de la genuina identidad y tradición española: don Miguel de Unamuno. 
El 26 de julio de 1936 quedaba constituido el nuevo Ayuntamiento de Salamanca y Don Miguel de Unamuno tomaba posesión como Alcalde pronunciando las siguientes palabras: 

“No se trata hoy de ideologías; no se respetan las ideas, ni se oponen éstas a las otras; es triste, triste es decirlo, un estallido de malas pasiones, del que hay que salvar a la civilización occidental, que está en peligro.

Aquí me tienen, mientras me lo permitan mis otros servicios, hasta mi edad. Lo peor no es tampoco la mala pasión, sino que se pierda la inteligencia, creando una generación de idiotas, pues los chicos de dieciocho años físicos tienen la mentalidad de los de cinco.

(…).

Hay que salvar la civilización occidental, la civilización cristiana, tan amenazada. Bien de manifiesto está mi posición de los últimos tiempos, en que los pueblos están regidos por los peores, como si buscaran los licenciados de presidio para mandar”.

En una carta que dirigía a un amigo socialista belga el 10 de agosto de 1936 le manifestaba:

“(…) Hace un par de años (…) pensábamos del mismo modo y éramos ambos bastante liberales. Yo aún lo soy mucho, puedo asegurárselo. ¿No lo es usted? Sería una pena (dejase de serlo). Lo lamentaría de veras.

Hoy, como ayer, creo que el bienestar del pueblo puede sólo conseguirse mediante reformas profundas. Pero es necesario precisar quién es capaz de realizarlas en verdad, para bien común. Quienes seguí al principio no lo consiguieron. Esperaba ayudarlos, contribuyendo a la elaboración de sus doctrinas. Llegué a conseguir, como usted sabe, prestigio de gran pensador, de aquel prestigio le confesaré que no me siento orgulloso.
Todos estos esfuerzos fueron en vano. Esto me decidió a unirme a quienes no había cesado de combatir hasta ahora. ¿Puede ser esto inconstancia por mi parte?

(…)

(…) nosotros, los españoles, somos hombres de sentimiento, aun bajo la toga austera del profesor o del sabio. No sabemos lo que es ser uno de esos despiadados individuos que dominan sus sentimientos y retenemos en nuestro interior una reserva de emoción que a veces hace saltar las lágrimas. Sí, quiero confesarlo: he llorado.

He llorado porque una tragedia ha caído sobre mi patria. España se enrojece y corre la sangre. ¿Sabe usted lo que esto significa? Significa que en cada hogar español hay dolor y angustia. Y yo, que creía trabajar para el bien de mi pueblo, yo también soy responsable de esta catástrofe. Fui uno de aquellos que deseaban salvar la humanidad sin conocer al hombre.

(…)

(…) No me abochorna confesar que me he equivocado. Lo que lamento es haber engañado a otros muchos. De esto quiero dejar constancia y si entraña una humillación, la aceptaré, como usted la aceptaría sin duda alguna.

(…)

La historia me había mostrado la imagen de una España grande y espléndida. Sentí el dolor de su decadencia. Creí necesario invocar la democracia socialista para levantarla. Creí que una antigua tradición de civilización cristiana podía sustituirse impunemente, e incluso con provecho, por el más «progresivo» materialismo. Luché por esta reforma. Conocí la persecución y el exilio. Pero no cejé hasta llegar al fin. Un día saludé entusiasta la llegada de la República española. Amanecía una nueva era. ¡ España revivía ¡ Pero España estuvo a punto de perecer.

En muy poco tiempo el marxismo dividió a los ciudadanos. Conozco la lucha de clases. Es el reino del odio y la envidia desencadenados. Conocimos un período de pillaje y crimen. Nuestra civilización iba a ser destruida.

Usted comprenderá probablemente el impulso irresistible que hoy empuja al pueblo español a expulsar a aquellos que lo engañaron. Crece este impulso entre la sangre y el sufrimiento. ¿Qué será de él mañana? ¿El próximo mes?

(…)”.

“Madrid está bajo el control del bandidaje y la licencia, y el mundo debe enterarse de que la guerra civil española no es una guerra entre liberalismo y fascismo, sino entre civilización y anarquía.

(…)
-          ¿Y cómo a una República que usted ha ayudado a crear, la execra así para ponerse al lado de los militares patrióticos?

Porque el gobierno de Madrid y todo lo que representa se ha vuelto loco, literalmente lunático. Esta lucha no es una lucha contra la República liberal, es una lucha por la civilización. Lo que representa Madrid no es socialismo, no es democracia, ni siquiera comunismo. Es la anarquía, con todos los atributos que esta palabra terrible supone. Alegre anarquismo, lleno de cráneos y huesos, de tibias y destrucción” (Declaraciones al enviado especial de Internews, publicadas en La Gaceta de Salamanca de 15 de agosto de 1936).

Concluimos con el texto del Mensaje de la Universidad de Salamanca a las Universidades y Academias del mundo acerca de la guerra civil española de 20 septiembre de 1936, rubricado por una serie de firmas claustrales que encabezaba el mismo Unamuno en su calidad de Rector, se proclamaba:

La Universidad de Salamanca, que ha sabido alejar serena y austeramente de su horizonte espiritual toda actividad política, sabe asimismo que su tradición universitaria la obliga, a las veces, a alzar su voz sobre las luchas de los hombres en cumplimiento de un deber de justicia.

Enfrentada con el choque tremendo producido sobre el suelo español al defenderse nuestra civilización cristiana de Occidente, constructora de Europa, de un ideario oriental aniquilador, La Universidad de Salamanca advierte con hondo dolor que, sobre las ya rudas violencias de la guerra civil, destacan agriamente algunos hechos que la fuerzan a cumplir el triste deber de elevar al mundo civilizado su protesta viril. Actos de crueldades innecesarias asesinatos de personas laicas y eclesiásticas― y destrucción inútil ―bombardeo de santuarios nacionales (tales el Pilar y la Rábida), de hospitales y escuelas, sin contar los sistemáticos de ciudades abiertas―, delitos de esa inteligencia, en suma, cometidos por fuerzas directamente controladas o que debieran estarlo por el Gobierno hoy reconocidos «de jure» por los Estados del mundo.

De propósito se refiere exclusivamente a tales hechos la Universidad ―silenciando por propio decoro y pudor nacional los innumerables crímenes y devastaciones acarreados por la ola de demencia colectiva que ha roto sobre parte de nuestra patria―, porque tales hechos son reveladores de que crueldad y destrucción innecesarias e inútiles o son ordenadas o no pueden ser contenidas por aquel organismo que, por otra parte, no ha tenido ni una palabra de condenación o de excusa que refleje un sentimiento mínimo de humanidad o un propósito de rectificación.

Al poner en conocimiento de nuestros compañeros en el cultivo de la ciencia la dolorosa relación de hechos que antecede, solicitamos una expresión de solidaridad, referidos estrictamente al orden de los valores, en relación con el espíritu de este documento”.


Sinceramente creo que sobran los comentarios. Que mediten seriamente estas palabras quienes se consideran defensores de la democracia, la Constitución y todas esas cosas tan maravillosas que nos han conducido a lo largo de 40 años a la situación en que ahora nos encontramos. En defensa de la libertad, siempre nos tendrán de su lado. Pero de la libertad de cada ser humano, vivida de forma concreta en agrupaciones naturales y no políticas (ideológicas), controladas de forma directa por el Estado y sus terminales financieras y mediáticas. La libertad que nunca defenderemos es la de los tiranos, los traidores y los criminales para seguir perpetrando sus fechorías.


Javier Alonso Diéguez

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