Son Muchos los días
internacionales y mundiales que celebra nuestra sociedad globalizada. Hay días
mundiales contra el cáncer (4 de febrero) o contra el paludismo (25 de abril),
e incluso podríamos dedicar en nuestras ciudades una avenida al 18 de julio sin
incumplir la ley de memoria histórica, alegando que se trata del Día
Internacional de Nelson Mandela.
Pues bien, en este contexto
resulta que algunos abogan por la supresión de los días del padre y de la madre
en el calendario escolar, sustituyéndolos por un supuesto “día de las familias”
más inclusivo para “todo tipo de familias”. Resulta curioso que no se pueda
celebrar a nuestros progenitores para no ofender a las uniones entre gays,
lesbianas y demás porque los niños que crían ellos no disponen de ambas figuras
(paterna y materna). Sin embrago no he visto ofenderse por esta celebración a
los padres viudos ni a los hijos huérfanos de ambos, ni sufren traumas
irreparables por ver que los demás celebran algo que para ellos es ausente.
Utilizando la eterna excusa de la
tolerancia siempre hemos de ser hipertolerantes con los mismos y siempre somos
los mismos quienes hemos de renunciar a nuestros derechos. Pero el problema no
está en que se generen traumas a determinados niños; el problema real es que se
está produciendo una sustitución a nivel mundial de todo vestigio de
cristianismo por una nueva pseudoreligión laica que no puede aceptar ciertas
celebraciones creyentes, especialmente las relacionadas con San José y con la Santísima Virgen
María y menos aún cuando se les presenta como una familia sagrada, al ser la
familia otro objetivo a combatir por la revolución.
Pero las actuales generaciones
debemos plantearnos si de verdad queremos una sociedad en la que se deje de
honrar a los padres, pero se mantengan días internacionales tan absurdos como
el del atún (2 de mayo) el de las legumbres (10 de febrero), el de la felicidad
(20 de marzo) o el de la madre tierra (22 de abril).
Los católicos deberíamos ser más
combativos cuando se utiliza la tolerancia para ser intransigentes con nuestras
creencias y salir de una vez de esa especie de absurdo letargo en el que
parecemos estar mientras otros se dedican muy activamente a instruir a nuestros
hijos en una irreligiosidad inaceptable.
Carlos R.
Comentarios