"El futuro de la humanidad será feminista o no será", Javier LAMBÁN dixit.



Con esta frase lapidaria, el presidente del gobierno de la Comunidad Autónoma de Aragón, mostraba su profundo entusiasmo por la manifestación que tuvo lugar el pasado día 8 de marzo, “en defensa de la igualdad entre hombres y mujeres y la erradicación de la violencia de género”. Este lema muestra por sí mismo la falacia radical y de fondo de todos estos planteamientos, que ponen de manifiesto la lógica perversa que comparten los políticos de todos los partidos en España.

La igualdad entre hombres y mujeres, literalmente considerada, es un oxímoron, le pese a quien le pese, porque los hombres y las mujeres son personas, iguales desde luego en dignidad y debiendo serlo consiguientemente en el reconocimiento de derechos que se deriven de su común naturaleza humana, pero en ningún caso iguales entre sí, pues por algo se les designa, respectivamente, como hombres y como mujeres. Todo esto, como reconoce el mismo lema citado, no es sino una soflama más de la ideología de género, la última mutación conocida de la vieja dialéctica marxista. La filosofía clásica y perenne, a partir de ARISTÓTELES, ha enseñado siempre que la justicia no consiste en una mera igualdad aritmética, abstracta o de simple identidad cuantitativa, sino una igualdad en sentido geométrico o proporcional: ius suum cuique tribuere.

Continúa señalando el insigne prócer autonómico que el movimiento feminista es “absolutamente imparable” y que “la igualdad real y efectiva entre hombres y mujeres está cada vez más próxima”, además de reiterar que el futuro de la humanidad “será feminista o no será”. ¿Qué tiene esto que ver con la dignidad de la mujer y el reconocimiento efectivo de los derechos que de ella se derivan? Básicamente nada. A las pruebas me remito: revisen las imágenes de estos últimos días. ¿Cuáles han sido en los media los iconos de esta manifestación? El atrezzo de harpía o de virago en versión cyborg, el gesto amenazador, la apoteosis del odio al varón y a todo cuanto, siquiera remotamente, evoque la vida en familia, …

Ya sabemos, por la dramática y prolongada experiencia de los últimos dos siglos, que las ideologías de la modernidad estriban sus grandes proyectos de ingeniería social en conceptos abstractos, entre los que resuelta especialmente siniestro, por evocador, el de humanidad. Recordemos la sórdida pseudoliturgia alumbrada por la secta de los teofilántropos, por encargo del Directorio, durante la Gran Revolución: las fiestas de la Juventud, la Vejez, los Esposos, la Agricultura y la Soberanía del Pueblo, la aplicación del sistema métrico decimal al calendario (las pantomimas del decadi), la virtud republicana encarnada en ROBESPIERRE, instituyendo la fiesta del Ser Supremo y perorando sobre la libertad un día antes de eximir de todo procedimiento al comité de salut public.  

La jornada del 8 de marzo ha llegado al extremo de exigir coactivamente, no sólo a las mujeres, sino también a los hombres, como reconoce el propio LAMBÁN, una profesión pública y explícita de sumisión a la ideología de género, i. e., la aceptación acrítica de la hegemonía absoluta e incontestada del marxismo cultural en los términos en que se encuentra actualmente formulado. Y hasta ahí podíamos llegar, sr. LAMBÁN. Detestamos cordialmente – de todo corazón - el énfasis hasta el paroxismo, los –ismos, en definitiva, las ideologías de la modernidad. Somos amigos de la libertad, pero no somos liberales. Somos conscientes de nuestros deberes sociales para con la comunidad en la que vivimos y trabajamos, pero no somos socialistas, ni colectivistas, ni profesamos la estatolatría, en ninguna de sus diversas formulaciones o transformismos. Del mismo modo, respetamos, admiramos y veneramos la dignidad humana de la mujer, pero no somos feministas. Y es por eso que pondremos todo lo que esté de nuestra parte – de la de cada persona en particular y de los diversos cuerpos y grupos sociales a que pertenecemos – para que toda mujer en todo momento vea reconocido su derecho, lo que en justicia le pertenece. Recalcamos lo de toda mujer porque nos referimos no sólo a aquellas que suelen bailar al son patrocinado por el trust mediático-político imperante en España, sino a todas las personas que reúnen la dignidad humana de ser mujeres.

Por tanto, y sin pretender con ello hacer un juicio universal de intenciones, no participar en este tipo de manifestaciones significa, ni más ni menos, rechazar de plano la profesión de fe marxista, formulada si se quiere en términos de ideología de género. Nada más. No significa en absoluto que se menosprecie a las personas que son mujeres o que se muestre indiferencia ante la injusticia o la violencia, más o menos generalizada, que puedan sufrir estas mismas personas. Reiteramos que el marxismo, en cualquiera de sus múltiples formulaciones, jamás ha ofrecido soluciones auténticamente humanas a los problemas sociales, problemas que en muchos casos provienen de filosofías igualmente mecanicistas, utilitaristas y, en definitiva, materialistas como el liberalismo y, en general, todas aquellas que el iluminismo ha patrocinado bajo el señuelo kantiano de la emancipación y la autonomía de la voluntad. En realidad, si hay algo que caracteriza a nuestras modernas democracias de masas es precisamente una incapacidad mórbida para entender la libertad y, como consecuencia de ello, su frenética insistencia en dar rienda suelta a los instintos que el ser humano comparte con los animales.

 Javier ALONSO DIÉGUEZ

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