Aclarado lo anterior, pasemos pues al comentario detallado de la obra que nos
ocupa.
II
Al igual que Sócrates, con el que presenta no pocos puntos
de contacto, Epicteto no dejó nada escrito. Fue uno de sus discípulos, Arriano
de Nicomedia, quien apuntando las palabras de su maestro –en un principio sin
más pretensiones que las meramente privadas de recordar lo escuchado–
posibilitó la pervivencia de éstas desde el momento en que las dejó por
escrito. Cuando estos apuntes comenzaron a llamar la atención de ciertos
círculos, Arriano se aplicó en la labor de fiel reescritura de los mismos. Los
frutos de aquel trabajo fueron, por una parte, los ocho libros de Disertaciones o Diatribas, cuatro de los cuales han llegado hasta nosotros
completos, quedando de los demás sólo fragmentos; y por la otra, la obra que
aquí nos ocupa, el Enquiridión o
“Manual”, que Arriano redactó como síntesis del pensamiento de su maestro.
Las 52 enseñanzas del ‘Enquiridión’. Con algunos comentarios
a las mismas
I. “Hay ciertas cosas que dependen de nosotros y otras que
no...”
La primera enseñanza del Enquiridión resume de modo certero
el espíritu de la obra: por un lado, hay cosas accidentales, externas a nosotros en tanto ya nos han sido dadas o
están ahí sin más (el cuerpo, las riquezas, la reputación, etc.), y otras que
competen a nuestra propia voluntad en cuanto que son nuestras y sólo nuestras
(la opinión, las inclinaciones, el deseo, etc.). Las primeras, que no dependen
de nosotros, “son débiles, serviles, están sujetas a restricciones impuestas
por la voluntad de otros”, mientras que las segundas no lo están. Epicteto nos
recuerda que no debemos confundir las unas con las otras si no queremos ser
infelices. Sólo así, sabiendo discriminarlas, podremos alcanzar la felicidad y
la libertad.
II. “Recuerda que el deseo contiene la esperanza de obtener lo
deseado; y el deseo que hay en la aversión es no caer en lo que se intenta
evitar; el que no logra su deseo es desafortunado; el que cae en lo que quiere
evitar es desgraciado...”
Esta enseñanza incide en la gran máxima de Epicteto y del
estoicismo en general: “Soporta y abstente”. Es preciso eliminar el deseo para
alcanzar la felicidad, pues el deseo aspira siempre a ser satisfecho, generando
un círculo vicioso de insatisfacciones nunca resueltas, “pues si deseas
cualquier cosa que no dependa de ti, serás necesariamente desafortunado”.
III. “En todo lo que complace al alma, o satisface una
necesidad, o es amado, recuerda añadir a la descripción de cada cosa la pregunta
por su naturaleza, empezando por las cosas más pequeñas...”
Aprender a conocer el fondo de las cosas es esencial para
así saber de su justo valor, sea una vasija o un ser humano, pues si alguno de
ellos se rompe o muere, “no sentirás turbación”, es decir asumirás su fin como
algo inevitable, consustancial a su naturaleza.
IV. “Cuando te dispongas a realizar cualquier acción, piensa
en qué tipo de acción se trata...”
La idea de esta enseñanza es vivir el momento en toda su
plenitud, sea del tipo que sea la acción que se acometa, manteniendo nuestra
voluntad en armonía con la naturaleza. Epicteto la ilustra con un ejemplo tan
anodino como profundo cual es tomar el baño.
V. “Los hombres se sienten molestos no por las cosas que les
suceden, sino por las ideas que tienen acerca de las cosas...”
Somos nuestras ideas, y en tanto que tales, ellas
determinan nuestra visión de las cosas. Nuestros prejuicios no son sino
nuestras debilidades y falta de perspectiva auténtica de las cosas: “cuando nos
sintamos contrariados, molestos o apenados, nunca deberíamos censurar a otros,
sino a nosotros mismos”.
VI. “No te sientas satisfecho de ningún mérito que corresponda
a otro...”
Todo aquello que nos corresponde reposa en “el uso de las
apariencias”, esto es el porte propio (ej., nuestra belleza, no la de otro), y
sólo cuando ellas estén en armonía con la naturaleza podremos sentirnos
satisfechos, “pues lo estás por algo bueno que es tuyo”.
VII. “Cuando, en un viaje, el barco llega a puerto, puedes
bajar a por agua, y puedes distraerte por el camino recogiendo alguna caracola
o algún bulbo, pero tus pensamientos deberán estar dirigidos al barco, y
deberías estar constantemente vigilante por si el capitán llama...”
Muchos podrán ser los intereses que tengamos en esta vida
(una mujer, unos hijos, etc.), pero por encima de todos ellos estará el interés
último que es la vida misma, para la que tenemos que estar preparados, como en
el momento de la muerte.
VIII. “No trates de que las cosas que ocurren ocurran como tú
quieres; quiere, más bien, que las cosas que ocurren sean como son, y la vida
transcurrirá con tranquilidad.”
IX. “La enfermedad es un impedimento para el cuerpo, pero no
para la voluntad...”
El cuerpo es algo secundario frente a la voluntad,
verdadera regidora de nuestra vida; lo confirma con el siguiente ejemplo: “La
cojera es un impedimento para la pierna, mas no para la voluntad”.
X. “En cada cosa que te acontezca, recuerda volverte hacia ti
mismo y preguntarte qué poder tienes frente a ella...”
Contra la tentación de las apariencias, Epicteto propone
tres hábitos en los que debiera ser formado el ser humano: la continencia
(frente al deseo sexual), la capacidad de sufrimiento (frente al dolor) y la
paciencia (frente a las ofensas) como remedios ante éstas.
XI. “Nunca digas por nada ‘lo perdí’, sino ‘lo he
devuelto’...”
Lo transitorio de lo efímero debiera prepararnos ante la
inminencia de la muerte: “¿Ha muerto tu hijo? Ha sido devuelto. ¿Ha muerto tu
mujer? Ha sido devuelta”. Epicteto hace esto también extensivo a las
propiedades. Todo, viene a decirnos, gira como una noria.
XII. “Si quieres mejorar, desecha pensamientos como éste: ‘Si
descuido mis negocios, no tendré medios de vida’; ‘a no ser que castigue a mi
esclavo, se portará mal’. Pues es mejor morir de hambre, y así ser liberado de
la pena y el miedo, que vivir en la abundancia con preocupaciones; y es
preferible que tu esclavo sea malo a que tú seas desdichado...”
Todo lo ajeno al espíritu es nimio. La idea esencial de
Epicteto, que tan bien recibida sería por el cristianismo, reitera aquí su
fondo ascético y desencantado.
XIII. “Si quieres mejorar, prepárate a ser considerado insensato
y necio en lo que atañe a las cosas externas...”
Difícil es desentenderse, despojarse de todas las apariencias
terrenas para hacer progresos en el crecimiento del espíritu, “pues debes saber
que no es fácil guardar tu voluntad en armonía con la naturaleza y asegurar las
cosas externas”, en tanto que no es posible aquí un término medio: o se está
por lo uno, o se está por lo otro, pero jamás entre ambos.
XIV. “Si pretendes que tus hijos, tu mujer y tus amigos vivan
para siempre, eres un tonto; pues pretendes que las cosas que no dependen de ti
dependan de ti, y que las cosas que pertenecen a otros sean tuyas...”
De nuevo la idea de lo efímero apuntada en la enseñanza XI,
mas señalando como única posibilidad de éxito el ejercitarse en aquello que
sólo depende de nosotros.
XV. “Recuerda que en la vida debes comportarte como si
estuvieras en un banquete...”
El banquete como metáfora de la vida. Epicteto aboga por la
disciplina y el orden: este equilibrio ejemplifica la modestia, ineludible para
llegar a ser un buen invitado, es decir digno de la mesa. Pero más allá de esta
modestia, la enseñanza nos recuerda que existe una forma superior de asistencia
a ese banquete que es la vida: aquella en la que el invitado no toma nada de lo
que está delante de sí, sino que incluso lo desprecia: “entonces no sólo serás
un invitado en los banquetes de los dioses, sino también un compañero igual a
ellos en poder”; e ilustra esta idea ofreciéndonos los ejemplos de Diógenes y
Heráclito.
XVI. “Cuando veas a alguien llorar desconsoladamente, porque
[...], guárdate de que la apariencia te arrastre apresuradamente con ella y te
lleve a pensar que sufre por cosas externas...”
Muchas personas, cuando se lamentan o se compadecen de la
suerte de otro, en realidad no están sino lamentándose de sí mismos, aunque
camuflen tal impulso por medio de la apariencia.
XVII. “Recuerda que eres un actor en una representación que será
como el autor decida: corta si la quiere corta, larga si la quiere larga...”
En el gran teatro del mundo el hombre no es sino un
improvisado actor; es su deber actuar de acuerdo con el papel que le ha sido
dado desde fuera, y es su deber asumirlo como algo meramente accidental, sea
“el papel de un cojo, de un magistrado o de una persona privada”.
XVIII. “Cuando un cuervo grazna de forma inauspiciosa, no dejes
que la apariencia te arrastre...”
Epicteto incide en la idea de la enseñanza XVI, si bien
haciéndola extensiva a los signos externos, esas apariencias que los
supersticiosos acostumbran interpretar en su contra.
XIX. “Puedes ser invencible si no entras en un combate en el
que ganar no dependa de ti. Ten cuidado, entonces, cuando veas a un hombre que
recibe honores o posee un gran poder o es altamente estimado por alguna razón,
no le supongas dichoso y no te dejes llevar por las apariencias...”
XX. “Recuerda que lo que te ofende no es la acción del que te
insulta o te golpea, sino la opinión que tienes acerca de lo que significa ser
ofendido...”
La opinión que tengamos de una acción, y no la acción en
cuanto tal, limitarán nuestra visión de las cosas, al quedar éstas oscurecidas
por la apariencia.
XXI. “Deja que la muerte, el exilio y todo aquello que parece
terrible se presente cotidianamente ante tus ojos; pero sobre todo la muerte, y
nunca pensarás en nada indigno ni desearás nada de forma desmedida.”
La máxima de Epicteto “Soporta y abstente” encuentra en esta
enseñanza una de sus más certeras concreciones al recurrir a la idea de la
muerte, al lado de la cual todo resultaría mínimo e insustancial.
XXII. “Si anhelas la filosofía, prepárate desde el principio a
ser ridiculizado, a que muchos se burlen de ti y digan: ‘Mira, de repente se
nos ha hecho filósofo; ¿de dónde sale esa mirada suficiente?’...”
La verdad siempre estará de parte de los menos, y
pertenecer a esta parte debe conllevar una serie de renuncias, como mostrar
actitud suficiente.
XXIII. “Si alguna vez quisieras volverte hacia las cosas
exteriores a fin de complacer a alguien, debes saber que eso significa que has
extraviado tu camino en la vida...”
Antes de aparecer ante los demás como tal, es preciso
hacerlo ante ti mismo.
XXIV. “No permitas que te aflijan pensamientos como éste:
‘Viviré sin honores y no seré nadie en ninguna parte’...”
Dos ideas caras al estoicismo apunta esta enseñanza: la
modestia y el conformismo: conformémonos con aquello que nos depare el destino;
reprimamos las grandes ambiciones y vivamos en la modestia de nuestras
posibilidades; seamos, en definitiva, fieles a nosotros mismos, a nuestras
buenas cualidades.
XXV. “¿Han preferido a otro antes que a ti para invitarle a un
banquete?, ¿o en saludarle o a la hora de hacerle alguna consulta? Si tales
cosas son buenas, deberías alegrarte por quien las ha conseguido; y, si son
malas, no te aflijas porque tú no las tengas; y recuerda que, si no haces las
mismas cosas que los demás a fin de obtener lo que no depende de ti, no podrás
alcanzar lo mismo que ellos...”
El hombre recibe cuanto da. Pretender recibir sin dar es
inconsecuente, absurdo.
XXVI. “Podemos conocer los designios de la naturaleza a partir
de las cosas en que no diferimos unos de otros...”
Aprendamos a mirar nuestros propios problemas como cuando
miramos los del vecino, de modo distante, reflexivo. Sólo así podremos ser
conscientes de la soportable magnitud de cualquier drama, propio o ajeno.
XXVII. “La naturaleza del mal está en el mundo como un blanco,
que se coloca para adiestrarnos, no para hacernos errar.”
XXVIII. “Si se te pidiera que pusieses tu cuerpo a disposición del
primero que encuentres en el camino, te sentirías ofendido, pero poner tu
entendimiento en manos del primero que encuentras, de modo que si él te
insulta, tu entendimiento se siente turbado y alterado, ¿eso no te avergüenza?”
Se tiende a valorar más lo externo que lo interno: las
afrentas infringidas a nuestra integridad corporal versus las acometidas contra
nuestro intelecto, acaso descentrado y poco consciente de su alto valor en
cuanto tal como parte constituyente de nosotros mismos.
XXIX. “En cada acto que vayas a emprender, observa lo que viene
en primer lugar y lo que viene después; y una vez lo hayas considerado de este
modo, procede a actuar...”
Una visión de conjunto permite un control más perfecto
sobre una cosa determinada. Apresurarse supone correr el riesgo de malograr la
empresa al no poder prevenir todo cuanto esté por llegar. Epicteto ilustra la
enseñanza mediante el ejemplo del atleta que quiere ganar en los juegos
olímpicos. Primero, observar; después, y de acuerdo a unas normas basadas en
criterios óptimos para con la observación, actuar.
XXX. “Los deberes son universalmente medidos por las
relaciones...”
Nuestras relaciones con los demás condicionarán nuestro
sentido del deber, pero el deber siempre será dado para que nuestra voluntad
“sea conforme con la naturaleza”.
XXXI. “En cuanto a tu devoción para con los dioses, debes saber
que esto es lo principal: tener rectas opiniones acerca de ellos, pensar que
existen y que administran todo de una manera bella y justa; y debes fijarte tú
mismo el deber de obedecerlos y ceder a ellos en todo lo que sucede, y
aceptarlo voluntariamente cumpliéndolo con la más sabia inteligencia...”
Nada incorrecto podemos hacer contra los dioses: hacerlo
sería nuestro fracaso.
XXXII. “Cuando recurres a la adivinación, recuerda que no sabes
qué sucederá, [...] No vayas, pues, al adivino con deseo ni con aversión; [...]
Ve con la idea clara en tu mente de que todo lo que pueda ocurrir es
indiferente y no te concierne...”
Lo que haya de venir, vendrá. Hay que afrontar las cosas
ocurridas externas a nosotros como inevitables.
XXXIII. “Debes prescribirte de inmediato una forma de actuar y
unos criterios, que deberás observar tanto cuanto estés solo como cuando te
encuentres con los hombres...”
XXXIV. “Si has concebido la idea de algo que te complace,
guárdate de ser arrastrado por ello...”
XXXV. “Cuando has decidido que una cosa debe ser hecha y la
estás haciendo, nunca evites que te vean, aunque muchos puedan formarse una
opinión desfavorable de ti…”
XXXVI. “Así como las proposiciones ‘es de día’ y ‘es de noche’
tienen pleno fundamento en un argumento con sentido disyuntivo, pero carecen de
él con sentido conjuntivo, lo mismo en un banquete seleccionar el trozo más
grane puede tener valor para el cuerpo, pero no para el mantenimiento de la
conducta social adecuada...”
XXXVII. “Si has asumido un papel por encima de tus posibilidades,
habrás actuado de forma inadecuada y, a la vez, habrás desperdiciado la
posibilidad de actuar correctamente.”
XXXVIII. “Del mismo modo que tienes cuidado de no pisar un clavo o
torcerte un pie cuando caminas, ten cuidado también de no dañar la parte
rectora de tu alma...”
XXXIX. “El cuerpo es la medida de lo que cada uno debe tener,
igual que la medida del calzado es el pie...”
XL. “A partir de los catorce años las mujeres son llamadas por
los hombres ‘señoras’. Por eso, viendo que nada más pueden conseguir, sino sólo
el poder de yacer con los hombres, comienzan a acicalarse y en esto ponen sus
esperanzas. Es justo entonces preocuparse de que comprendan que no son
valoradas por los hombres más que por parecer decentes y discretas.”
XLI. “Es signo de mediocridad gastar mucho tiempo en las cosas
que conciernen al cuerpo...”
XLII. “Cuando alguien te trata mal o habla mal de ti, recuerda
que lo dice o lo hace porque piensa que debe hacerlo...”
XLIII. “Todo tiene dos asas, una por la que puede ser llevado y otra
por la que no...”
XLIV. “Estos razonamientos no son coherentes: ‘Soy más rico que
tú; por consiguiente, soy mejor que tú’, […]. Por el contrario, éstos son más
coherentes: ‘Soy más rico que tú, por consiguiente mis posesiones son mayores
que las tuyas’, […]. Pero tú no eres ni posesión ni discurso.”
XLV. “¿Un hombre se baña deprisa? No digas que se baña mal,
sino que se baña deprisa. [...] Pues antes de determinar su intención, ¿cómo
sabes que está actuando mal?...”
XLVI. “En ninguna ocasión te llames a ti mismo filósofo ni
prodigues tu discurso entre quienes carecen de instrucción sobre ideas
filosóficas...”
XLVII. “Cuando de forma austera hayas dado al cuerpo lo que
necesita, no te sientas orgulloso de ello...”
XLVIII. “Es condición y característica de una persona no instruida
no esperar nunca de sí mismo provecho ni daño alguno, sino sólo del exterior.
Es condición y característica de un filósofo esperar todo provecho y daño de sí
mismo...”
XLIX. “Cuando un hombre se sienta orgulloso porque puede
comprender y explicar los escritos de Crisipo, hazte esta reflexión: Si Crisipo
no hubiera escrito oscuramente, ese hombre no tendría nada de lo que sentirse
orgulloso. Pero, ¿qué es lo que yo quiero? Comprender la naturaleza y
seguirla...”
La teoría no complementa a la práctica; no basta con
comprender la naturaleza, es preciso seguirla.
L. “Cuantas normas se te propongan, acéptalas como si fueran
leyes, y siéntete culpable de impiedad si infringes cualquiera de ellas...”
Obediencia y rectitud en el cumplimiento de las leyes; tal
cual las cosas llegan, se van. No atender a nada sino a la razón.
LI. “La primera parte de la filosofía, y la más necesaria, es
la puesta en práctica de las ideas; por ejemplo, que no se debe mentir. La
segunda parte es la que corresponde a las demostraciones, por ejemplo, cómo se
demuestra que no se debe mentir. La tercera es la que confirma y explica las
otras dos; por ejemplo, ¿cómo es esta demostración?, ¿qué es una demostración?,
¿qué es una consecuencia?...”
Epicteto confirma en esta enseñanza cuán rara vez asumimos
así la práctica de las ideas filosóficas, en cuanto hacemos lo contrario:
“gastamos nuestro tiempo en la tercera parte, y todo nuestro esfuerzo y nuestra
disposición se va en ello”.
LII. “En toda circunstancia deberíamos tener presentes estas
máximas: ‘Condúceme, ¡oh Zeus, y tú, Destino! / por el camino que me habéis
prescrito: / aquí estoy, dispuesto a seguirlo. Y si no quisiere, / atraeré
sobre mí la desgracia, y lo seguiré igualmente...”
RECAPITULACIÓN
Como hemos podido observar, el cuerpo de enseñanzas del Enquiridión es uniforme y algo
reiterativo. Se diría que cada una de ellas no es sino una consecuencia lógica
de la previa, tal es su parecido, llegando muchas veces a repetirse el fondo,
aunque variando el modo de decirlo.
El discurso de Epicteto, tal como lo conocemos, nos viene
en esencia a decir una sola cosa, mas haciéndola extensiva a un gran número de
acciones de la vida cotidiana. Básicamente, podemos compartimentar las
cincuenta y dos enseñanzas en dos grandes bloques, a saber: por un lado,
aquellas enseñanzas que nos afectan directamente en tanto que la cosa en sí
depende de nosotros; y por el otro, aquellas otras que se refieren a lo externo
y que, por consiguiente, no dependen de nosotros. Sólo las primeras son dignas
de nuestra atención al estar íntimamente asociadas a nuestra razón.
Pero la meditación de Epicteto va mucho más allá, y podrían
ser varios los sub-apartados en los que incluyéramos cada una de sus
enseñanzas. Así, entre éstas, unas tratan sobre los bienes, tanto verdaderos
como falsos, y de cómo los primeros nos son propios, frente a los segundos, que
nos son ajenos; otras meditan sobre las riquezas y lo que en verdad significan;
sobre cómo el conocimiento de sí mismo tiene que posibilitarle al sujeto su
propio perfeccionamiento; sobre la libertad y la esclavitud; sobre los dioses;
sobre la resignación; sobre la vida como filósofo; sobre la mujer; sobre las
apariencias como cosa engañosa y su efecto distorsionador; sobre la muerte; y,
esencialmente, sobre lo que debe entenderse por verdadera filosofía, y cuyo fin
no es otro que el de conducirnos a alcanzar la felicidad.
José
Antonio Bielsa Arbiol
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