Pío Baroja y su aversión al carlismo


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Pío Baroja, en su novela póstuma Miserias de la guerra, cuyo protagonista es  un diplomático inglés en la España de la Segunda República y la Guerra Civil, trae a colación la siguiente definición: «(El carlista) es un animal de cresta colorada que habita el monte y de vez en cuando baja al llano al grito de ¡rediós! atacando al hombre». La actitud de Baroja respecto al carlismo ya le venía de lejos y nos dejó frases del estilo: «El carlismo se cura leyendo y el nacionalismo, viajando». Baroja, de familia de abolengo liberal, tuvo la mala fortuna de toparse siempre con el carlismo. De pequeño, nada más nacer, sufrió el asedio de San Sebastián durante la Tercera Guerra Carlista. El trauma infantil lo resolvió en una de sus novelas más famosas, Zalacaín el aventureroMartín Zalacaín es asesinado por la familia carlista rival de los Obando.
Uno de los caudillos más famosos de la historia del carlismo es Ramón Cabrera, apodado el Tigre del Maestrazgo. En Los confidentes audaces, Baroja llega al culmen de la crueldad al retratar al general Cabrera en estos términos:
Cabrera tenía un aire alelado y abotargado, estaba verde, con los ojos, en otro tiempo brillantes, apagados y tristes. Nos dijeron que con el caudillo iba Llagostera, hombre con cara de clérigo cariacontecido [...]. La gente quedó mal impresionada con el aspecto de su jefe. Escorihuela se atrevió a decir que Cabrera, con su traje de general, parecía una gura de cera o un pelele lleno de paja [...] era cruel, vanidoso, amigo de hacer efecto, maquiavélico, soberbio, muy preocupado con su fama y su gura histórica. Egoísta, de un egoísmo frenético, no quería a nadie. Creía solamente en la gloria militar, para él la única. No le interesaba la causa carlista, sino la elevación propia. Quizá sentía cierta sensación de humillación anti- gua como los judíos, lo que les hace ávidos de poder.
Ni que decir tiene que esta descripción y la realidad nada tenían que ver.
Otra lindeza, de las muchas que encontramos en sus obras, es cuando describe en El amor, el dandismo y la intriga, a los carlistas exiliados en Bayona:
El carlista tenía la candidez de creer que la vida española era superior a todas las demás, y suponía que el español era más inteligente, más comprensivo y más enérgico que los demás hombres. Yo no tenía por ellos la menor simpatía. [...] Entre los carlistas los había de todas clases: fanáticos, moderados, absolutistas, de un clericalismo cerril, y verdaderos liberales [...]. Aquel viejo mundo español decrépito, cuya esencia representaba el carlismo, con sus generales inútiles, sus frailes y curas fanáticos y sus guerrilleros atrevidos y crueles, había hecho su nido en la tranquila Bayona.
No es de extrañar que, al estallar la Guerra Civil en 1936, y cogiendo a Pío Baroja veraneando en Navarra, los requetés carlistas alzados en armas fueran a detenerle. Le podían haber fusilado en un plis plas, pero los «canallas» que tan abigarradamente había descrito en sus obras, le liberaron, y don Pío pudo pasar la guerra tranquilamente en París. Por suerte para Baroja no se cumplió la definición que se le atribuye a Indalecio Prieto durante la Guerra Civil: «No hay nada más peligroso que un requeté recién confesado y comulgado».
 Javier Barraycoa

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