Muchas
han sido las angustias volcadas en forma de inquisiciones sobre qué nos
deparará el futuro tras el resultado electoral del 28-A. De facto, muchas fueron también las peticiones de
consejo sobre a quién votar o dejar de votar; o -peor aún- las insanas
curiosidades para que adivináramos el resultado electoral. Todas estas
agitaciones tienen a nuestro entender causas externas, que navegan en el ámbito
de lo consciente y son propias de la cultura de la inmediatez en la que vivimos
inmersos. Pero también son explicables porque subyacen mecanismos de defensa
inconscientes frente a la incertidumbre.
Estos mecanismos imperceptibles son hábilmente utilizados por los que realmente
conocen las estrategias de la ingeniería social y la movilización y
manipulación de masas.
A lo largo de esta
dilatada e interminable transición del Régimen del 78, hemos sido testigos de
convulsiones semejantes donde todo parecía jugarse a una carta en unos
determinados comicios electorales. Y luego nada pasaba, pues bien ganaran las “derechas” o
bien las “izquierdas”, todas ellas contribuían de una forma u otra a la lenta
labor de zapa que se necesita para derrocar una fortaleza social. Nuevamente, en estas elecciones generales, se ha
conseguido movilizar a sectores sociales por el miedo, fueran a los de color
verde, azul, rojo o morado. Como si el día después de la jornada electoral se
corriera el peligro de que en España se entronizara como un Estado fascista o
uno soviético, en función del ganador. Si no fuera por lo trágico, nos
reiríamos de puerilidad de estos imaginarios que con tanta eficacia arraigan en
las mentes de los adocenados votantes de cualquier opción.
La
magia o truco de las elecciones -para evitar que las masas se desapeguen de las
urnas- es hacernos creer que en cada convocatoria el tiempo se detiene, se
tensiona la historia y entramos en una inflexión irreparable para el bando
perdedor. Pero esto no es así, al
menos en la inmensa mayoría de citas electorales. Los cambios sociales no se
deben a elecciones coyunturales, sino a procesos estructurales que remueven el
ser de los pueblos de forma tectónica, casi inmutable, hasta que un día estalla
el volcán o se produce el terremoto revolucionario. Causa hilaridad la
terminología usada por los medios del miedo alertando
del “bloque de centro-derecha”. En primer lugar, ni los más avezados
politólogos, son capaces de definir lo que es derecha o izquierda. Pero en el
supuesto de que la derecha sea lo que algunos creen que es la derecha, meter en
esa clasificación a C´s es una boutade casi
comparable a afirmar que el PP es de también de derechas.
Las dicotomías, las
simplificaciones, las apelaciones a los terrores atávicos, los estereotipos y
-especialmente- la sustitución del marketing por la confrontación sincera de
ideas por conseguir el Bien Común, es lo que mata la política. Hemos de
confesar, que frente a la mayoría de españoles, hemos vivido la pasada jornada
electoral como una rutina más dentro del proceso de descomposición de la
comunidad política que representa nuestra Patria. Sin contradecirnos con lo expuesto más arriba,
reconocemos que en su momento la aparición de Podemos y ahora Vox en el
panorama político, pueden ser atisbos de futuros cambios estructurales (de la
actual formación de Ciudadanos no hablamos pues se nos antoja un diseño
artificial propio de Zara).
Sólo los propios agentes
responsables de las dinámicas de esas dos formaciones, serán los que
determinarán si puede producirse una transformación estructural, o simplemente estamos ante un
sistema capaz de generar su propio simulacro de cambio. Pero tenemos por cierto que la historia de los
pueblos y civilizaciones tiene un ritmo que no se ajusta a la reglada
matemática de las convocatorias electorales. Se nos hace difícil expresar la
idea que anida en nuestra mente y sabemos que a muchos sonará extraño. La
desintegración de España será paulatina y lenta a menos que partidos tan
contrarios como Podemos o Vox, sean algo más que partidos y se transformen en
movimientos sociales capaces de catalizar unas fuerzas hasta ahora
inertes. De
momento, la (atemorizada) sociedad española ha optado por la seguridad, por
mucho que todos afirmen desear cambios.
Las
masas buscan la seguridad de un Estado de Bienestar que promete el PSOE aunque
para ello haya que endeudarse hasta el infinito y llegue un día la debacle económica irreversible.
O bien, buscan la seguridad de “nadidad” que representa
C´s que ahorra la angustia de la autodefinición ideológica y que promete
garantizar que todos los ciudadanos disfrutaremos por igual de los beneficios
de ese Estado que el PSOE se encarga de alimentar con leche ajena. Con otras palabras, quien ha
ganado las elecciones son los que tiene miedo al decurso de la historia. Unos desprecian el separatismo no por amor a la Patria y su fidelidad a
nuestra historia, sino por el temor a que se hunda el vacuo y a-ideológico
Estado de Bienestar. Otros se abrazan a la izquierda por temor a enfrentarse a la
responsabilidad moral de los propios actos ya que la izquierda les justifica y legitima
cualquiera de sus decisiones. Por eso cualquier discurso que habla de
principios, le suena a opresión.
Sabemos
que muchos se sienten molestos de nuestra actitud algo distante, pero en el
fondo somos los que estamos más cerca de la realidad, mejor la comprendemos y más nos duele contemplar la
anestesia colectiva que se lleva practicando sobre nuestra sociedad, esperando
asestarle un golpe de gracia. Por eso, no nos duelen prendas en denunciar a
aquellos que están asombrados ante el resurgir de la “izquierda”, cuando son
los primeros que durante décadas han votado a un partido que prefería atender
al Ibex 35, a
los mercados internacionales, a las directrices de la Unión Europea , que bajara
la prima de riesgo, antes que preocuparse del desmoronamiento de la educación,
la desintegración de las familias, de la cultura, de las estructura moral
personal y de la comunidad y de la idiosincrasia de nuestra Patria. El mal lleva décadas gangrenando
un cuerpo social que empezó a envenenarse hace dos siglos. Pensar que unas
elecciones decidirán el destino de la historia es simplemente vivir fuera de la
realidad, esto es, en el matrix
democrático al que nadie puede negar su eficacia a la hora de dominar los
destinos de las almas y nublar mentes y voluntades.
Que nadie se acongoje, en estas elecciones poco nos
jugamos. La partida ya comenzó hace mucho. La cuestión es saber en qué bando
estamos, cómo defendernos y atacar y prever cómo terminará.
Javier Barraycoa
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