LA APOSTASÍA DE
ESPAÑA Y LA TRAMPA DEL
RÉGIMEN DEL 78
Inútil pretender extraer del
esperpento electoral de ayer una lectura en clave clínico-política: la
verdadera entraña del problema, la lectura quintaesenciada que debería
hacerse desde el núcleo duro (y profundo) del evento, es, por sobre
todo, teológica. Ya lo decodificó el preclaro Donoso Cortés en su capital Ensayo;
al magno texto decimonónico remitimos.
El triunfo de la anti-España es por
tanto el triunfo visceral del nuevo satanismo (encriptado) de Estado: devenido
Estado anti-Cristo, el español agoniza en la rebaba de su apostasía, y lo hace
tras los últimos espasmos que mutarían su esencia intrahistórica tras el
infausto Régimen del 78, con la democratización de la moral masónica y sus
disolventes frutos: de la cepa del pecado a la subversión de la Ley natural sólo resta un
bostezo huero, de simio satisfecho.
Esas masas entontecidas, ebrias en su
fiebre hedonista y maltrecha, pulularon ayer por los espacios del Reino rumbo a
las urnas: del centro comercial a las urnas, de la casa de apuestas a las
urnas, del abortorio a las urnas... Todo terminaba por así decir en las
urnas. La fe del demócrata, a falta de un Dios que colme un horizonte
existencial, se reduce a esa seudo-fe en unas cajas de plástico. Y es que esas
cajas, llenas de papeletas sin alma, simbolizan no sólo el oprobio del pueblo
envilecido, vejado, sin agarraderos a los que adherirse, sino también el
salvoconducto de su traición a las cosas más santas. Pero el demócrata, para
qué engañarnos, no entiende de cosas santas.
El resultado del embolado, el peor de
los resultados posibles (mas intercambiable en su remate), sólo podía ratificar
(por enésima vez) la miseria moral y la putrefacción irreversible de una España
sin mañana, que agoniza, como los romanos de la decadencia de Couture, entre
los efluvios orgiásticos de una noche de pecado ofrendada a un Baco
moribundo.
El lema del nuevo españolito sin
atributos, apóstata entumecido sin escapulario, es simple: "cuanto peor, mejor". Españoles,
¿acaso habéis firmado vuestra sentencia de muerte? ¿Una vez más?
José Antonio Bielsa Arbiol
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