La democracia totalitaria

Javier María Pérez-Roldán, Secretario General de CTC
En la sociedad española actual es popularmente aceptado, aun siendo falso, el axioma que sostiene que la democracia es lo contrario al totalitarismo. Tal falsa creencia se resume en el binomio república frente a fascismo, identificando la república como gobierno democrático y al fascismo como el gobierno de uno (el dictador) o si acaso de unos pocos (oligarcas).

Sin embargo la realidad es otra muy diferente. Y es que tal como sostenía Aristóteles y como maravillosamente pulió Santo Tomás de Aquino, solo existen tres formas de Gobierno buenas: la monarquía, la aristocracia y la democracia. Estas formas buenas pueden corromperse, y entonces surgen las formas malas: tiranía, oligarquía y demagogia.

Aunque aparentemente de estas definiciones clásicas esté ausente el término totalitarismo, no es así, pues precisamente el totalitarismo es el elemento clave que lleva a la corrupción de las tres formas buenas de gobierno. Y es que si las tres dichas formas lo son de gobierno, es decir, formas de seleccionar quien ejerce el poder sobre una comunidad política; el totalitarismo es el modo en que se ejerce ese gobierno, y el mal ejercicio del poder se puede dar, y de hecho históricamente se ha dado, en las tres formas de gobierno.

Por eso el elemento clave para saber si España es buenamente gobernada o en cambio lo es malamente, es definir qué sea totalitarismo, lo que supone establecer previamente qué sea el gobierno político. Ello llevaría el presente artículo a una extensión desmesurada, por lo que abordaremos la cuestión de manera más bien descriptiva. Y es que en las formas buenas de gobierno aquel o aquellos que ejercen el poder se limitan a tomar (y por tanto a imponer a los gobernados) decisiones políticas; mientras que el totalitarismo supone ejercer el poder no solo para la toma de decisiones políticas (que además se suelen tomar sin el debido consejo), sino para invadir ámbitos vedados al debate político. Así el totalitarismo somete a sus decisiones el ámbito moral y la totalidad de la vida social, intelectual y económica.

Sin duda, por ello, podemos definir la actual situación española como la propia de una democracia totalitaria. Y ello en tanto en cuanto desde el poder se nos pretende imponer una «pseudoética» variable y acomodaticia de su propia creación; se pretende acabar con la autoridad familiar de forma tal que sea el poder que determine qué debe enseñarse y qué no a los menores de edad; se dirige la economía (micro y macro) a través del establecimiento de impuestos que no son votados directamente por los ciudadanos (cosa que sí hacían estos en las Cortes tradicionales de la Cristiandad), y que por tanto distorsionan la libre iniciativa; y finalmente, entre otras muchas cosas, a través de la sanción administrativa se castiga la difusión de determinadas obras intelectuales o se prohíben determinadas investigaciones científicas, o se impiden determinadas manifestaciones religiosas o la proclamación de la Verdad.

Así, por ejemplo, se sanciona a quien sostenga que el ejercicio de la homosexualidad es inmoral; se sanciona a quien pretenda realizar investigaciones científicas sobre las diferencias orgánicas o estructurales de los dos sexos; se penaliza a quien no comulgue con la ideología de género, cuyo dogma establece que no existen dos sexos, sino que solo existen géneros, y tantos géneros como cada cual quiera; y se permite que cada cual tome la decisión de si la vida humana (la suya propia o la de otro ser ajeno a él) debe continuar o no. Y en fin, la administración es quien impone los contenidos académicos en todos los niveles de estudio; la administración es quien se autolegitima para determinar si unos padres ejercen o no correctamente sus deberes naturales de custodia, reservándose el derecho a arrebatarles arbitrariamente a sus hijos; y el poder político, por último, haciendo abstracción de toda norma moral ajena a sí mismo, otorga a los ciudadanos la capacidad de elegir cuándo y cómo terminar con su propia vida (a través de la legalización de la eutanasia) y con la vida ajena ( a través de la legalización del aborto), incluso adjudicándose la potestad de suplir este consentimiento por el suyo en algunos casos.

Todo ello nos lleva a concluir que, en efecto, estamos ante un ejercicio totalitario del poder. Por ello, aquellos que aún aman la Verdad, la Bondad y la Belleza deben organizarse para defender la sociedad política frente a este totalitarismo desenfrenado. Y no sería mala cosa, para ello, asistir el próximo mes de junio a la celebración del centenario de la Consagración Oficial de España al Sagrado Corazón de Jesús. Pues al fin y al cabo, el reconocimiento de la Soberanía Social de Jesucristo es el paso imprescindible para desalojar al totalitarismo de los gobiernos occidentales; y ello por cuanto todo totalitarismo se funda en no reconocer principios morales naturales, ni la existencia de una verdad objetiva, sustituyendo lo uno y lo otro por los pseudoprincipios éticos que el propio totalitarismo inventa e impone para adormecer la natural sed de justicia que Dios dispuso en el alma humana.

Javier María Pérez-Roldán

Publicado en Ahora Información el 8 de Mayo de 2019

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