¿Qué pasa con el gobierno de
España? ¿Qué pasa con el gobierno de Aragón? Pues,… ¡nada¡ … o, en todo caso,
algo muy parecido. Pasan los días, se cambian los cromos, se reparten
prebendas, se da paso a claudicaciones y a pactos inconfesables,…, pero lo que
es el tinglado propiamente, no acaba de arrancar.
Lo que está pasando evidencia la
realidad de un pretendido sistema de gobierno contra natura. El país legal u
oficial no se ajusta ni a la de tres
al país real. Parece que aquello de
MENÉNDEZ PELAYO, que aludía a quienes llevaban siglos enteros tratando de
producir artificialmente la
Revolución en España, sigue siendo verdad,…¿sí?
Como diría el maestro YODA, “difícil es saberlo”. En cualquier caso,
mi “partido”, el de los “antisistema” de verdad, no el de los
paniaguados por el sistema que supuestamente cuestionan - no el de los que va
molestando a los demás en los autobuses urbanos, en las juntas de distrito y
hasta por las aceras -, los que seguimos las consignas de conde de CHAMBORD,
hemos vuelto a ganar las elecciones, precisamente porque no hemos querido tener
nada que ver con ese mundillo sórdido.
Parece que nada sucede, cuando en
realidad se tejen sin cesar acuerdos siniestros y se anclan firmemente los
estribos de la Revolución
para muchos años. Mientras tanto, unos y otros mueven la cabeza con tristeza y
desengaño, lanzando denuestos contra los dichosos políticos que tienen en vilo
al país, porque, al final, las cosas que de verdad importan no se pueden
emprender hasta que nuestros señoritos se
decidan a hacer girar la ruleta.
«Pienso»—dice TOCQUEVILLE
en La democracia en América —«que
la especie de opresión que amenaza a los pueblos democráticos no se parecerá
nada a las que han precedido en el mundo»... «Busco en vano, yo mismo, una
expresión que reproduzca exactamente la idea que me formo y la comprenda; las
antiguas palabras despotismo y tiranía no me resultan adecuadas en absoluto. La
cosa es nueva...»
«...veo una
muchedumbre innumerable de hombres parecidos e iguales que giran sin reposo
sobre ellos mismos para procurarse pequeños y vulgares placeres con los que
llenan su alma. Cada uno de ellos, visto por separado, es como extraño al
destino de todos los demás»...: «no existe sino en sí mismo y para sí solo y,
si le queda aún una familia, puede decirse por lo menos que ya no tiene
patria».
«Por encima de ellos se eleva un poder inmenso y
tutelar, que se encarga él solo de asegurar sus goces y velar por su suerte. Es
absoluto, detallado, regular, previsor y dulce. Se parecería a la potestad
paterna si, como ésta, tuviera por objeto preparar a los hombres para la edad
viril; pero no procura, por el contrario, más que fijarlos irrevocablemente en
la infancia; quiere que los ciudadanos disfruten con tal de que no piensen sino
en disfrutar. Trabaja de buen grado para su bienestar; pero quiere ser el único
agente y el solo árbitro, provee a su seguridad, prevé y asegura sus
necesidades, facilita sus placeres, conduce sus principales negocios, dirige su
industria, regula sus sucesiones, divide sus herencias. ¡Por qué no podría
quitarles por completo el trastorno de pensar y el esfuerzo de vivir!».
«Es así como cada día convierte en menos útil y en más
raro el empleo del libre arbitrio; que encierra la acción de la voluntad en un
espacio menor, y sustrae poco a poco a cada ciudadano hasta el uso de sí mismo.
La igualdad prepara a los hombres para todas las cosas; les dispone a sufrirlas
y a menudo incluso a mirarlas como un bien.»
«Después de haber tomado así, poco a poco, en sus
poderosas manos a cada individuo, y de haberlo moldeado a su guisa, el soberano
extiende sus brazos sobre la sociedad entera; le cubre la superficie de una red
de pequeñas reglas complicadas, minuciosas y uniformes a través de las cuales
los talentos más originales y las almas más vigorosas no podrían hallar la
claridad para sobrepasar la muchedumbre; no les rompe las voluntades, pero se
las reblandecedlas pliega y las dirige; obliga rara vez a obrar, pero se opone
sin cesar a que se actúe; no destruye nada, pero impide que nazca; no tiraniza
nada, estorba, comprime, enerva, apaga, atenta, reduce, en fin, cada nación a
no ser más que un rebaño de animales tímidos e industriosos, de los que el
gobierno es el pastor.»
La
visión política ancestral o telúrica del español estaba ligada tradicionalmente
a su condición socioprofesional y la vida política en sí misma, vinculada a la
tierra y a los intereses concretos de los agrupaciones sociales naturales, hoy
es vivida, en cambio, como un espectáculo de actualidad o como la actualidad de
un espectáculo, como un supuesto reality
show.
Todas las civilizaciones que
han alcanzado cierto nivel patológico de estatismo han tratado infructuosamente
de distribuir igualitariamente los bienes acumulados, hasta agotarlos, en un
esfuerzo totalitario del Estado, que arruina y aplasta la sociedad que no puede
soportar el peso de aquel protector y pierde su estructura natural, para
terminar por ser su esclava, manipulada por la burocracia, más corrompida
cuanto más poderosa y más prepotente cuanto más masificada está la sociedad.
Si los impuestos destruyen el
tejido industrial de las PYMES, se consagra legalmente el dominio incontestado
del capitalismo monopolístico. Si las limitaciones de precios, por tasas o por
importaciones de choque, disminuyen los márgenes de beneficios de la
agricultura, y así el éxodo de la mano de obra se acentúa en busca de sueldos
más elevados de sectores favorecidos o protegidos – no sólo el de la
construcción, aunque constituye un ejemplo paradigmático - dando lugar al
abandono de las pequeñas explotaciones o negocios familiares o vecinales, y
nutriendo las filas del empleo precario, que luego se critica con aspavientos.
Si disminuye el sentido de responsabilidad y del ahorro de los beneficiarios de
los distintos programas de ayudas sociales – ¡cómo no pensar, a este respecto,
en la fórmula magistral hodierna de la renta básica universal¡ -, aumenta su
despreocupación e incrementa desproporcionadamente su consumo de bienes
superfluos: la masificación se acentúa.
«El hombre-masa ve en el Estado un poder anónimo y
como él se siente asimismo anónimo—vulgo—, cree que el Estado es cosa suya.
Imagínese que sobreviene en la vida pública de un país cualquier dificultad, conflicto
o problema: el hombre-masa tenderá a exigir que inmediatamente lo asuma el
Estado; que se encargue inmediatamente de resolverlo con sus gigantescos e
incontrastables medios».
«Este es el mayor peligro que hoy amenaza a la
civilización: la estatificación de la vida, el intervencionismo del Estado, la
absorción de toda espontaneidad social por el Estado ; es decir, la anulación
de la espontaneidad histórica, que en definitiva sostiene, nutre y empuja los
destinos humanos»... «El resultado»... «será fatal: La espontaneidad social
quedará violentada una vez y otra vez por la intervención del Estado; ninguna
nueva simiente podrá fructificar. La sociedad tendrá que vivir para el Estado; el
hombre, para la máquina del gobierno. Y como a la postre no es sino una máquina
cuya existencia y mantenimiento depende de la vitalidad circundante que la
mantenga, el Estado, después de chupar el tuétano a la sociedad, se quedará
hético, esquelético, muerto con esta muerte herrumbrosa de la máquina, mucho
más cadavérica que la del organismo vivo»... «Este fue el sino lamentable de la
civilización antigua»... «¿Se advierte cuál es el proceso paradójico y trágico
del estatismo? La sociedad, para vivir mejor ella, crea, como un utensilio, el
Estado. Luego, el Estado se sobrepone y la sociedad tiene que empezar a vivir
para el Estado» (J. ORTEGA Y GASSET, La rebelión de las masas).
Se empieza porque
los hombres sólo quieren las ventajas de la libertad, pero no la libertad misma
en toda su entidad, con sus riesgos y responsabilidades inherentes. Estos
quieren transferirlos al Estado, sin ver que con ello le entregan su propia
libertad. ¡Cuánta verdad entraña la
siguiente afirmación de BERNANOS!: «El
Estado totalitario es menos una causa que un síntoma. No es él quien destruye
la libertad, se organiza sobre sus ruinas.»
«La voluntad de poder—dice USCATESCU—, característica
de la sociedad de masas y del Leviatán moderno, “monstruo frío y cruel”, suma
de entidades abstractas que delimitan cada día más la esfera de libertad del
hombre, ha provocado lo que Eduard SPRANGER llamaba “degeneración constitutiva
del sentido de la verdad”, el singular fenómeno que hace que “en el ámbito de
la estructura psíquica puramente política se atrofie el órgano de la
objetividad y de la verdad.»
La
masificación—aguda o progresiva—, la nivelación, el adocenamiento, la
estandarización, se producen cuando llega la pérdida de la libertad e
independencia en el pensar, sentir y querer del hombre que, encajado en la
estructura racionalista de la vida, recibe sus opiniones y juicios de fuera, de
la prensa y de la radio, de las tertulias, los twitts y las consignas que se hacen virales a través de las redes sociales.
El
Estado – y todos los entes públicos análogos, como las Comunidades Autónomas en
España – es visualizado por las masas como un cuerno de la abundancia
inagotable que distribuye sus tesoros en forma proporcional a las presiones que
se le inflijan. Sin embargo, tarde o temprano, el paisano descubre que
derribados tiranos, abandonadas las ideologías, conquistado el bienestar y la
seguridad material, sin embargo, en realidad, NO es un hombre libre. Que a las
tiranías visibles y concretas de antaño se han sustituido mil tiranías
invisibles, a las cuales es preciso identificar y llamar a cada una por su
nombre. La burocratización es consecuencia necesaria del desinterés de las
masas por la política y de sus exigencias de bienestar al Estado.
Alexis
de TOCQUEVILLE, profetizaba que el ansia de igualdad llevaría al hombre
democrático a su plena dependencia del poder estatal, de modo que el uso de su
voto para elegirlo comportaría un uso «tan
corto y tan raro de su libre arbitrio» que no impediría que los hombres «perdieran poco a poco la facultad de
pensar, de sentir y de obrar por sí mismos, y que gradualmente cayeran por
debajo del nivel de la humanidad».
JAVIER
ALONSO DIÉGUEZ
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