EDUCACIÓN EN PERSPECTIVA CLÁSICA O TRADICIONAL (I)


La Escuela de Atenas, de RAFAEL


Si la fórmula de que el fin u objeto de la enseñanza lo constituye «la formación integral del hombre», se orienta —ha matizado GAMBRA (1)—en el sentido de significar «que la formación íntegra del hombre ha de deberse a la enseñanza, la frase es exagerada, inexacta y útil para la socialización del hombre. La formación del hombre es, ante todo, familiar y ambiental. Las primeras convicciones y las primeras emociones y sentidos los recibe el niño de su medio, sobre todo familiar; sólo después la enseñanza ampliará y ensanchará en extensión esta básica formación, deseablemente en línea de creencias y sentimientos con ella. La primera concepción entraña una visión racionalista del ser humano y se presta a enfrentar una enseñanza “organizada” y aun “estatificada” con la previa educación paterna y ambiental local».

La obsesión igualitaria induce a algunos (2) a negar la suprema y originaria potestad educadora de los padres. Esta obsesión no sólo no favorece el proceso de masificación, sino que presupone «que el discernimiento que testimonia una minoría de padres puedan tenerlo todos. Abandona en nombre de la libertad a la gran mayoría de los niños»... «conduce, finalmente, a exasperar las tensiones y a dividir la masa, en tanto que separa la infancia en dos grupos muy desiguales de los cuales uno sólo, el más pequeño y el menos amenazado, se encuentra teóricamente protegido»...; reposa «en la convicción, hoy sobrepasada, de las minorías culturales, sociales, gubernamentales, pueden transmitir por una especie de predicación, criterios de apreciación válidos y aplicables»...; pone en práctica «micro- intervenciones, que producen obstáculos o más bien pantallas que habría de descartar para que una intervención reguladora pueda dibujarse a escala conveniente».

De estas afirmaciones nos resulta imposible aceptar la última sin profesar ciegamente las doctrinas estatistas del socialismo; la penúltima la veremos desmentida seguidamente, y a las dos anteriores creemos que sólo justificarán plenamente la función subsidiaria de otros entes superiores para proteger a los niños menos favorecidos.

Hay una serie de razones que fundamentan el papel educador primario de la familia (3). En primer lugar, normalmente es en la familia donde se obtienen los primeros conocimientos, en especial de la madre, donde se adquiere el sentido de la realidad y aprende el significado de las palabras usuales. En segundo término, el amor de los padres les concede una influencia sobre sus hijos en sus primeros años de vida que los pedagogos más aventajados no pueden alcanzar, pese a sus mejores deseos. En tercer lugar, en la familia hallan los hijos el medio educativo que les es más conveniente, en cuanto les el más natural. Son «ramas del mismo árbol que van a continuar su crecimiento recibiendo la misma sabia nutricia». Y, finalmente, la experiencia enseña que el niño educado en familia desarrolla más pronto sus facultades, tiene más iniciativa y presenta menos dificultades de adaptación social.

Marcel DE CORTE ha señalado el carácter básico que la educación familiar tiene en la  educación política, tomada en su más amplio significado (4). Conviene que releamos los párrafos más expresivos: «Educación de la amistad, de la obediencia, de la confianza; educación de la colaboración, de la abnegación, de la responsabilidad; educación de la justicia, de la generosidad, del espíritu de economía, del respeto, de la piedad hacia las tradiciones, de la inteligencia y de la voluntad; educación de la continuidad temporal por el recuerdo del pasado, por la ocupación del presente, por la preocupación del porvenir; educación en el espacio social por las relaciones con los próximos, los colaterales, los consanguíneos, los uterinos, los allegados, los emparentados, etc. No acabaríamos de enumerar las facetas de la educación con resonancia política que la familia dispensa, con inagotable prodigalidad, sin el menor plan preconcebido, en función de las necesidades siempre cambiantes de la vida, con una capacidad creadora y un poder de invención que surge improvisadamente, que confunden al observador bajo la imperiosa presión de la naturaleza social misma del hombre actuando en cada miembro de la comunidad familiar y de la naturaleza de los seres, de las cosas y de los acontecimientos con los cuales cada uno de ellos se halla confrontado.»

«Nada es menos estático que la familia: todo está en ella moviéndose, iniciativa, actividad, novedad. Nada en ella responde a un plan preconcebido: todo está, por así decir, librado a la improvisación. Y, sin embargo, la educación que irradia obedece a una “idea directriz” vivida: la consolidación del ser y del ser mejor del grupo y de cada uno de sus miembros. La persona no se desarrolla aquí más que en sus relaciones con un “bien común” que las sobrepasa y la constituye.»

«Toda la educación que recibe consiste en el hábito de los sentimientos sociales en su nivel más natural, menos artificial; nadie puede disimular su egoísmo eventual bajo una máscara en una agrupación donde queda perpetuamente controlado. ¡Ningún fingimiento es aquí posible ni duradero! El animal social comprometido en la disciplina de la vida en sociedad, en la mejora de sus relaciones con los demás, en la subordinación de sus instintos, emociones y pasiones a la razón y la voluntad, aparece al desnudo, en el estado auténtico, tal como es realmente sin el maquillaje de los sistemas y de las ideologías.»

«En la familia aprendemos con tanta facilidad como respiramos el aire ambiente que el ser social y el deber social coinciden. El imperativo social no se impone aquí a mis actos desde fuera, surge del interior de mi mismo ser. La vida de familia inclina al hombre a reconocer, por lo menos en sus actos, que la obligación social se identifica con la espontaneidad misma de su ser: Debes porque eres.»

«El hombre acepta aquí, bajo el efecto de la educación “climática” en la que está bañado, su naturaleza social y sus deberes sociales hacia los suyos, como se acepta a sí mismo. No está obligado a escoger entre varias familias. Sólo tiene una. No le toca escoger a los que le rodean: le son dados. Así aprende a consentir a las sociedades mayores en las que se integra y especialmente a su patria, que no es para él objeto de elección y que constituye la peana de la sociedad política de la que es miembro.»

«...La familia nos enseña a suscribir, sin reservas, lo que es el alma misma de toda sociedad organizada: la jerarquía definida por los servicios que presta.»

«La igualdad que fascina a nuestros contemporáneos es la definición de la muerte social. ¿Qué intercambios habría en una asociación de iguales, fuera de los de un comercio verbal, falaz y vano? El intercambio exige la diferenciación y la diferenciación a su vez exige la jerarquía en la cumbre de la cual el intercambio se convierte en don. Nunca será excesivamente subrayado que la comunidad familiar es aquella en la que los padres dan siempre, sin nunca recibir de sus hijos, a cambio, cosa alguna fuera de las señales de afecto. Los servicios y bienes que los padres proporcionan no tienen reciprocidad por parte de sus hijos. Sólo más tarde, cuando ellos mismos hayan fundado un hogar, los hijos se volverán donantes. La reciprocidad del quid pro quo se extiende en la sucesión.»

«Ahí está la esencia misma de la jerarquía: el verdadero jefe es aquel que da sin recibir a cambio o aquel cuya liberalidad es sin medida común con lo que recibe, pues ordena en el doble sentido de ordenamiento y de mandato, sin el cual toda sociedad se desmorona, y él es el único que puede hacerlo.» La situación natural de los padres respecto de los hijos les concede una prioridad inviolable para determinar la educación de éstos.

Pero si, como dice CREUZET, «la familia es el medio natural de la educación de los niños, la empresa, el oficio, la profesión son el medio natural en el cual el adolescente va a hallar sus contactos, no solamente para transformar la materia, sino como un medio humano portador de una tradición, de una verdadera herencia» ... «La formación dada, por ejemplo, en un cuerpo de oficio no consiste solamente en una técnica de producción en vistas solamente al rendimiento cuantitativo. El prestigio del oficio reside en constituir un verdadero humanismo que abre la inteligencia del trabajador desde la práctica manual hacia una cultura más amplia» ... «Del mismo modo las corporaciones locales, portadoras de una civilización particular con su lengua y sus costumbres, son modos de vida. También fecundos. También naturalmente más aptos para transmitir los valores locales de los que son depositarios. Papel tanto más importante por cuanto el crecimiento demográfico y el progreso de la organización llevan de por sí el peligro de “mecanizar” a ultranza la vida humana. Además, contribuyen al equilibrio humano, a la armonía de la personalidad» ... También toda empresa «tiene derecho, por su propia naturaleza, a organizar el aprendizaje con vistas a conseguir un personal cualificado».

Pero, como ha destacado Henri CHARLIER (5), «la reforma de la enseñanza, la reforma intelectual y la reforma social están naturalmente religadas en conjunto». Precisamente el problema radica en que «la familia y el oficio no están en modo alguno organizados», en que «el sistema político se halla organizado para descartar las élites naturales».

«Es, pues, reorganizando la sociedad en sí misma conforme a sus condiciones naturales, familia y oficio, como la enseñanza propiamente se encontraría reorganizada.» «El respeto a la familia implicará para la edad infantil la escuela confesional; el del oficio, la escuela técnica corporativa y el aprendizaje artesano. La carga soportada por el Estado se verá así bastante reducida y su labor simplificada. Se reducirá a lo esencial: a asegurar que la verdadera formación intelectual no sea sacrificada a la visión estrecha o al interés material inmediato de las familias o de los diversos cuerpos de la nación. Todo ganará: el Estado, la inteligencia, la libertad, la vida.»

PARKINSON, al criticar la presión fiscal que conduce a la destrucción de la continuidad familiar (6), observa que «muchas de las obras del hombre, incluyendo alguna de las mejores, necesitan más tiempo que el de una vida para su ejecución. Una sola persona puede componer una sinfonía o pintar un lienzo, establecer un negocio o restaurar el orden en una ciudad; pero no es capaz de edificar una catedral ni de conseguir una alameda de robles crecidos. Y menos aún de obtener la talla requerida para ser estadista en una sociedad tan altamente desarrollada y compleja como la nuestra. Se precisa la continuidad en el esfuerzo sostenido por varias generaciones y gobiernos. En un sistema de partidos, especialmente bajo la forma democrática de gobierno, la política cambia o se invierte a menudo. Una familia puede ser estable en un sentido biológico; pero no puede serlo de la misma forma una legislatura moderna. La estabilidad que debe buscarse, porque la necesita la sociedad, hemos de encontrarla en las familias».

Esta visión que acabamos de exponer es, sin embargo, objeto de fuerte contestación por parte de los fanáticos e incondicionales de la enseñanza estatal, con diversos argumentos que han variado al compás de las corrientes de pensamiento en boga en uno y otro momento histórico.



JUAN B. VALLET DE GOYTISOLO



NOTAS
(1)               Ponencia en el Forum sobre Enseñanza de la V Reunión de Amigos de la Ciudad Católica; El Paular (Madrid), 1966.
(2)               Incluso dentro del ámbito del marxismo cultural o del neomarxismo, v. en este sentido, Gilbert COHEN-SÉAT y Pierre FOUGEYROLLAS, L’action sur l’homme: Cinéma et Télévision, Paris, ed. Dénoël, 1961.
(3)               Michel CREUZET, L’enseignement, París, Club du Livre Civique, 1965.
(4)               Marcel DE CORTE, La educación política, 2, en Actes, cit., pp. 65 y ss., y Verbo, n. 59, pp. 637 y ss.
(5)               Henri CHARLIER, Culture, école et métier, 2ª ed., Paris, Nouvelles Editions Latines, 1959.
C. Northcote PARKINSON, ¡Cuidado con los impuestos l, vers. en castellano, Ed. Deusto, Bilbao, 1964.

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