La
obsesión igualitaria induce a algunos (2) a
negar la suprema y originaria potestad educadora
de los padres. Esta obsesión no sólo no
favorece el proceso de masificación, sino que presupone
«que el discernimiento que testimonia una
minoría de padres puedan tenerlo todos. Abandona en nombre de la libertad a la
gran mayoría de los niños»... «conduce,
finalmente, a exasperar las tensiones y a dividir la masa, en tanto que separa
la infancia en dos grupos muy desiguales de los cuales uno sólo, el más pequeño
y el menos amenazado, se encuentra teóricamente protegido»...; reposa «en la convicción, hoy sobrepasada, de las
minorías culturales, sociales, gubernamentales, pueden transmitir por una
especie de predicación, criterios de apreciación válidos y aplicables»...; pone
en práctica «micro- intervenciones, que
producen obstáculos o más bien pantallas que habría de descartar para que una
intervención reguladora pueda dibujarse a escala conveniente».
De
estas afirmaciones nos resulta imposible aceptar la última sin profesar
ciegamente las doctrinas estatistas del socialismo; la penúltima la veremos
desmentida seguidamente, y a las dos anteriores creemos que sólo justificarán
plenamente la función subsidiaria de otros entes superiores para proteger a los
niños menos favorecidos.
Hay
una serie de razones que fundamentan el papel educador primario de la familia
(3). En primer lugar, normalmente es en la familia donde se obtienen los
primeros conocimientos, en especial de la madre, donde se adquiere el sentido
de la realidad y aprende el significado de las palabras usuales. En segundo
término, el amor de los padres les concede una influencia sobre sus hijos en
sus primeros años de vida que los pedagogos más aventajados no pueden alcanzar,
pese a sus mejores deseos. En tercer lugar, en la familia hallan los hijos el
medio educativo que les es más conveniente, en cuanto les el más natural. Son «ramas del mismo árbol que van a continuar
su crecimiento recibiendo la misma sabia nutricia». Y, finalmente, la
experiencia enseña que el niño educado en familia desarrolla más pronto sus
facultades, tiene más iniciativa y presenta menos dificultades de adaptación
social.
Marcel DE CORTE ha señalado el carácter básico que la educación familiar
tiene en la educación política, tomada
en su más amplio significado (4). Conviene que releamos los párrafos más
expresivos: «Educación de la amistad, de la obediencia, de la confianza;
educación de la colaboración, de la abnegación, de la responsabilidad;
educación de la justicia, de la generosidad, del espíritu de economía, del
respeto, de la piedad hacia las tradiciones, de la inteligencia y de la voluntad;
educación de la continuidad temporal por el recuerdo del pasado, por la
ocupación del presente, por la preocupación del porvenir; educación en el
espacio social por las relaciones con los próximos, los colaterales, los
consanguíneos, los uterinos, los allegados, los emparentados, etc. No
acabaríamos de enumerar las facetas de la educación con resonancia política que
la familia dispensa, con inagotable prodigalidad, sin el menor plan
preconcebido, en función de las necesidades siempre cambiantes de la vida, con
una capacidad creadora y un poder de invención que surge improvisadamente, que
confunden al observador bajo la imperiosa presión de la naturaleza social misma
del hombre actuando en cada miembro de la comunidad familiar y de la naturaleza
de los seres, de las cosas y de los acontecimientos con los cuales cada uno de
ellos se halla confrontado.»
«Nada es menos estático que
la familia: todo está en ella moviéndose, iniciativa, actividad, novedad. Nada
en ella responde a un plan preconcebido: todo está, por así decir, librado a la
improvisación. Y, sin embargo, la educación que irradia obedece a una “idea
directriz” vivida: la consolidación del ser y del ser mejor del grupo y de cada
uno de sus miembros. La persona no se desarrolla aquí más que en sus relaciones
con un “bien común” que las sobrepasa y la constituye.»
«Toda la educación que
recibe consiste en el hábito de los sentimientos sociales en su nivel más
natural, menos artificial; nadie puede disimular su egoísmo eventual bajo una
máscara en una agrupación donde queda perpetuamente controlado. ¡Ningún
fingimiento es aquí posible ni duradero! El animal social comprometido en la
disciplina de la vida en sociedad, en la mejora de sus relaciones con los
demás, en la subordinación de sus instintos, emociones y pasiones a la razón y
la voluntad, aparece al desnudo, en el estado auténtico, tal como es realmente
sin el maquillaje de los sistemas y de las ideologías.»
«En la familia aprendemos
con tanta facilidad como respiramos el aire ambiente que el ser social y el
deber social coinciden. El imperativo social no se impone aquí a mis actos
desde fuera, surge del interior de mi mismo ser. La vida de familia inclina al
hombre a reconocer, por lo menos en sus actos, que la obligación social se
identifica con la espontaneidad misma de su ser: Debes porque eres.»
«El hombre acepta aquí,
bajo el efecto de la educación “climática” en la que está bañado, su naturaleza
social y sus deberes sociales hacia los suyos, como se acepta a sí mismo. No
está obligado a escoger entre varias familias. Sólo tiene una. No le toca
escoger a los que le rodean: le son dados. Así aprende a consentir a las
sociedades mayores en las que se integra y especialmente a su patria, que no es
para él objeto de elección y que constituye la peana de la sociedad política de
la que es miembro.»
«...La familia nos enseña a suscribir, sin reservas, lo que
es el alma misma de toda sociedad organizada: la jerarquía definida por los
servicios que presta.»
«La igualdad que fascina a nuestros contemporáneos es la
definición de la muerte social. ¿Qué intercambios habría en una asociación de
iguales, fuera de los de un comercio verbal, falaz y vano? El intercambio exige
la diferenciación y la diferenciación a su vez exige la jerarquía en la cumbre
de la cual el intercambio se convierte en don. Nunca será excesivamente
subrayado que la comunidad familiar es aquella en la que los padres dan
siempre, sin nunca recibir de sus hijos, a cambio, cosa alguna fuera de las
señales de afecto. Los servicios y bienes que los padres proporcionan no tienen
reciprocidad por parte de sus hijos. Sólo más tarde, cuando ellos mismos hayan
fundado un hogar, los hijos se volverán donantes. La reciprocidad del quid pro
quo se extiende en la sucesión.»
«Ahí está la esencia misma de la jerarquía: el verdadero
jefe es aquel que da sin recibir a cambio o aquel cuya liberalidad es sin
medida común con lo que recibe, pues ordena en el doble sentido de ordenamiento
y de mandato, sin el cual toda sociedad se desmorona, y él es el único que
puede hacerlo.» La situación natural de los padres respecto de los hijos les
concede una prioridad inviolable para determinar la educación de éstos.
Pero si, como dice
CREUZET, «la familia es el medio natural
de la educación de los niños, la empresa, el oficio, la profesión son el medio
natural en el cual el adolescente va a hallar sus contactos, no solamente para
transformar la materia, sino como un medio humano portador de una tradición, de
una verdadera herencia» ... «La formación dada, por ejemplo, en un cuerpo de
oficio no consiste solamente en una técnica de producción en vistas solamente
al rendimiento cuantitativo. El prestigio del oficio reside en constituir un
verdadero humanismo que abre la inteligencia del trabajador desde la práctica manual
hacia una cultura más amplia» ... «Del mismo modo las corporaciones locales,
portadoras de una civilización particular con su lengua y sus costumbres, son
modos de vida. También fecundos. También naturalmente más aptos para transmitir
los valores locales de los que son depositarios. Papel tanto más importante por
cuanto el crecimiento demográfico y el progreso de la organización llevan de
por sí el peligro de “mecanizar” a ultranza la vida humana. Además, contribuyen
al equilibrio humano, a la armonía de la personalidad» ... También toda
empresa «tiene derecho, por su propia
naturaleza, a organizar el aprendizaje con vistas a conseguir un personal
cualificado».
Pero, como ha destacado
Henri CHARLIER (5), «la reforma de la
enseñanza, la reforma intelectual y la reforma social están naturalmente
religadas en conjunto». Precisamente el problema radica en que «la familia y el oficio no están en modo
alguno organizados», en que «el
sistema político se halla organizado para descartar las élites naturales».
«Es, pues, reorganizando la sociedad en sí misma conforme a
sus condiciones naturales, familia y oficio, como la enseñanza propiamente se
encontraría reorganizada.» «El respeto a la familia implicará para la edad
infantil la escuela confesional; el del oficio, la escuela técnica corporativa
y el aprendizaje artesano. La carga soportada por el Estado se verá así
bastante reducida y su labor simplificada. Se reducirá a lo esencial: a
asegurar que la verdadera formación intelectual no sea sacrificada a la visión
estrecha o al interés material inmediato de las familias o de los diversos
cuerpos de la nación. Todo ganará: el Estado, la inteligencia, la libertad, la
vida.»
PARKINSON, al criticar
la presión fiscal que conduce a la destrucción de la continuidad familiar (6),
observa que «muchas de las obras del
hombre, incluyendo alguna de las mejores, necesitan más tiempo que el de una
vida para su ejecución. Una sola persona puede componer una sinfonía o pintar
un lienzo, establecer un negocio o restaurar el orden en una ciudad; pero no es
capaz de edificar una catedral ni de conseguir una alameda de robles crecidos.
Y menos aún de obtener la talla requerida para ser estadista en una sociedad
tan altamente desarrollada y compleja como la nuestra. Se precisa la continuidad
en el esfuerzo sostenido por varias generaciones y gobiernos. En un sistema de
partidos, especialmente bajo la forma democrática de gobierno, la política
cambia o se invierte a menudo. Una familia puede ser estable en un sentido
biológico; pero no puede serlo de la misma forma una legislatura moderna. La
estabilidad que debe buscarse, porque la necesita la sociedad, hemos de
encontrarla en las familias».
Esta visión que acabamos
de exponer es, sin embargo, objeto de fuerte contestación por parte de los
fanáticos e incondicionales de la enseñanza estatal, con diversos argumentos
que han variado al compás de las corrientes de pensamiento en boga en uno y
otro momento histórico.
JUAN B. VALLET DE GOYTISOLO
NOTAS
(1)
Ponencia
en el Forum sobre Enseñanza de la V
Reunión de
Amigos de la Ciudad
Católica ; El Paular (Madrid), 1966.
(2)
Incluso
dentro del ámbito del marxismo cultural o del neomarxismo, v. en este sentido, Gilbert COHEN-SÉAT y Pierre FOUGEYROLLAS, L’action sur l’homme: Cinéma et
Télévision, Paris, ed. Dénoël, 1961.
(3)
Michel CREUZET, L’enseignement, París, Club du Livre
Civique, 1965.
(4)
Marcel
DE CORTE, “La educación política”, 2, en Actes, cit., pp. 65 y
ss., y Verbo, n. 59, pp. 637 y ss.
(5)
Henri CHARLIER, Culture, école et métier, 2ª ed.,
Paris, Nouvelles Editions Latines, 1959.
C. Northcote PARKINSON, ¡Cuidado
con los impuestos l, vers. en castellano, Ed. Deusto, Bilbao, 1964.
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