Como vecino del barrio, no voy a
desgañitarme tratando de enumerar todos los lances y sucesos a que nos estamos
viendo expuestos quienes llevamos toda una vida viviendo aquí, algunos incluso
por más de una generación, lo que, sin duda, nos da cierta perspectiva al
contemplar el panorama presente. Simplemente diré que de forma patente sobre
todo en la última década, el barrio se está convirtiendo en una auténtica
sentina. Y esa constatación física no hace sino poner de manifiesto la realidad
profunda del guetto, con todo lo que
este concepto conlleva, en un sentido lato.
No voy a echarle toda la culpa al
gobierno, ni siquiera al Ayuntamiento. Pero es evidente que mucho no ayudan,
cuando el comercio tradicional tiene cada vez más problemas para salir
adelante, mientras que los tugurios que ellos llaman “locales de ocio nocturno”
proliferan sin descanso. Es una canallada impresentable que quienes quieren o
tienen, por cualquier motivo, que vivir en este barrio no puedan descansar
porque buena parte de sus vecinos llevan vida de murciélagos, teniendo que
enganchar al trabajo sin haber pegado ojo en toda la noche. Luego se critica a
las llamadas ciudades-dormitorio y se constata por las instituciones sanitarias
que cada vez existen una franja más amplia de población sufre serios problemas
para conciliar el sueño.
Quienes se lucran con este tipo de
situaciones, tienen la consideración social de luchadores por la libertad. En
el barrio, doy fe de ello, con la transición a la democracia llamaba la
atención cómo se entendía la llegada de la libertad: lo que empezó a surgir por
doquier fueron los famosos “pubs”, la
tabernas de aspecto siniestro, las casas de mala nota y, no faltaba más, los
bingos. Por cierto, también hay varios locales de AZAJER en el barrio, de lo
que no dejamos de alegrarnos por toda la ayuda que prestan a las personas
afectadas, pero que al mismo tiempo ponen de manifiesto la tremenda realidad de
quienes se lucran a partir de las miserias de los demás.
Mientras persisten las dificultades
para el acceso a la vivienda para las familias, hay edificaciones recientes
dedicadas, alguna casi en su mayor parte si no en su práctica totalidad, al
negocio del lenocinio. Otras viviendas sirven directamente al negocio del
tráfico de personas y resulta irónico que luego las autoridades, en plan
“Alicia”- quiero pensar que no es cinismo, o simple táctica electoral -, se
prodiguen en brindis a la buena convivencia vecinal.
De los últimos altercados en el local
de calle Celanova/Rioja que no me hablen. Los sábados por la mañana si a usted
se le ocurre bajar por la calle Julián Sanz Ibáñez podrá ver grupos de personas
prácticamente a cuatro patas, les verá vomitar y orinar, y también podrá verles
pelear, e incluso a alguno le verá y oirá pedir auxilio, porque al parecer le
han agredido o robado.
En la calle Rioja y adyacentes ha
habido ya “n” registros por parte de la policía de pisos y “locales de ocio nocturno”. Desde la calle se
puede oír el jaleo que montan en algunos pisos de alturas superiores, y también
a los ancianos que viven debajo o al lado y que no tienen más remedio que
soportar lo que les viene encima y no tiene visos de mejorar. En algunas ocasiones,
también en otros barrios de Zaragoza, si se denuncia alguno de estos hechos a
la policía, la denuncia no prosperará… porque no se puede identificar a los
inquilinos u ocupantes del local o la vivienda (¡). Y créanme, lo peor de todo,
es que ya hemos visto demasiada – siempre es demasiada – sangre.
¿Es esto lo que nuestra Constitución
llama “una sociedad democrática avanzada”? ¿Por qué la gente del resto del
mundo viene a nuestro país lo que de ningún modo le permiten hacer en el suyo?
¿No podemos hacer algo para que esto no siga empeorando día tras día?
JAVIER ALONSO
DIÉGUEZ
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