TROPEZANDO, UNA Y OTRA VEZ, CON LA MISMA PIEDRA



“A este término vamos caminando más o menos apresuradamente, y ciego será quien no lo vea. Dos siglos de incesante y sistemática labor para producir artificialmente la revolución, aquí donde nunca podía ser orgánica, han conseguido, no renovar el modo de ser nacional, sino viciarle, desconcertarle y pervertirle. Todo lo malo, todo lo anárquico, todo lo desbocado de nuestro carácter se conserva ileso, y sale a la superficie, cada día con más pujanza. Todo elemento de fuerza intelectual se pierde en infecunda soledad, o sólo aprovecha para el mal. No nos queda ni ciencia indígena, ni política nacional, ni, a duras penas, arte y literatura propia. Cuanto hacemos es remedo y trasunto débil de lo que en otras partes vemos aclamado. Somos incrédulos por moda y por parecer hombres de mucha fortaleza intelectual. Cuando nos ponemos a racionalistas o a positivistas, lo hacemos pésimamente, sin originalidad alguna, como no sea en lo estrafalario y en lo grotesco. No hay doctrina que arraigue aquí: todas nacen y mueren entre cuatro paredes, sin más efecto que avivar estériles y enervadoras vanidades, y servir de pábulo a dos o tres discusiones pedantescas. Con la continua propaganda irreligiosa, el espíritu católico, vivo aún en la muchedumbre de los campos, ha ido desfalleciendo en las ciudades; y aunque no sean muchos los librepensadores españoles, bien puede afirmarse de ellos que son de la peor casta de impíos que se conocen en el mundo, porque, a no estar dementado como los sofistas de cátedra, el español que ha dejado de ser católico, es incapaz de creer en cosa ninguna, como no sea en la omnipotencia de un cierto sentido común y práctico, las más veces burdo, egoísta y groserísimo. De esta escuela utilitaria suelen salir los aventureros políticos y económicos, los arbitristas y regeneradores de la Hacienda, y los salteadores literarios de la baja prensa, que, en España, como en todas partes, es un cenagal fétido y pestilente. Sólo algún aumento de riqueza, algún adelanto material, nos indica a veces que estamos en Europa, y que seguimos, aunque a remolque, el movimiento general” (Epílogo de la “Historia de los heterodoxos españoles”, Marcelino MENÉNDEZ Y PELAYO).


El Sexenio Revolucionario, la Primera República y la Segunda, los estertores del régimen de la I Restauración, … una y otra vez, siempre lo mismo. ¿Es que los españoles no tenemos grabada en nuestra mente cuál es la desembocadura natural del liberalismo, del régimen de los partidos? ¿Es que no sabemos a qué conducen derechamente la democracia liberal y el socialismo, la execrable vermine de las ideologías? ¿Por qué abdicamos una y otra vez, generación tras generación, de nuestra capacidad de pensar, de reflexionar, y nos limitamos a ejecutar mecánicamente lo que una intelligentsia vendida al mundialismo mediático-financiero nos suministra a modo de soma enervante, narcotizante, estupefaciente?

No tiene sentido que nos volvamos a quejar, como antaño, de la plaga de los “políticos profesionales”, pues hoy ya no tenemos ni eso, nos basta con la peste omnipresente de los pesebreros, de uno y otro color, pero todos finalmente solidarios cuando de lo que se trata es de mantener el tinglado.

En 40 años han destruido la Patria, y ahora solo nos queda soportar su fatuo desfile victorioso, su cínica danza sobre el sepulcro de España. Y muñirán otra constitución, otra patente de corso para el avance inmisericorde de la Revolución, mientras lo que queda del pueblo español se hunde en la precariedad existencial al servicio de la más ilustre y progresista democracia del orbe. Nuestra tradición nacional, el patrimonio espiritual que nos identificaba en el universo de los pueblos, ha sido aniquilada, y el mundo del trabajo, de la ciencia y de las letras, sumergido sin remedio en el opio del marxismo cultural, se entrega inerme a la más ominosa de las plutocracias.

No hemos asimilado la enseñanza de nuestra historia. El pueblo que no la conoce de verdad, se ha dicho de diferentes formas y con diversos acentos, está condenado a repetir una y otra vez sus errores. ¿Es que no puede aplicarse al pueblo español la hipótesis de expectativas racionales? ¿No somos capaces de aprender de nuestros errores?

Todavía hay gente empeñada en que la solución a nuestra ruina inminente consiste en cambiar este artículo o aquel otro de la constitución, o en fabricar otra nueva ad hoc. Es la estúpida arrogancia del constructivismo iluminista, que ya no encuentra resistencias sociales, cuando la ideología de género ha abolido cualquier apelación a la naturaleza de las cosas y a la identidad histórica del hombre y de los pueblos.

Nosotros seguiremos cuidando de la madre exánime, nuestra querida España, laborando por ella día a día, noche tras noche, curando sus heridas, consolándola en su inmenso dolor por los hijos que la han abandonado, … Vamos a reconstruir las Españas, recogiendo con delicadeza los venerables sillares que yacen entre sus ruinas, apartando la tierra quemada, los espinos y las zarzas politizantes, para ofrecer espacios de libertad orgánica a la vitalidad de todos los pueblos que históricamente han conformado su identidad.

¡¡¡Basta ya de lamentaciones y… manos a la obra¡¡¡

JAVIER ALONSO DIÉGUEZ

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